Por: Andrés Timoteo / columnista
México es el mejor lugar del mundo para morir, siempre se ha dicho, pues es el único País donde los muertitos regresan cada año a convivir con sus familiares, quienes les preparan huateques y comilonas con todo aquello que les gustaba en vida. Es la ilusión que rompe la sentencia de una ausencia permanente del ser querido. Los mexicanos, ya se ha dicho, siempre han tratado a la muerte con guasa, la humanizaron y hasta la hicieron comadre, amiga, tía y cómplice.
A “La Calaca”, “La Huesuda” o “La Parca”, la colorean, la visten de organdí, guantes y sombrero, le hacen versillos y la sacan a pasear por las calles y plazas. Sin embargo, la fiesta de “Los fieles difuntos” hoy en México es sombría, no porque carezca de colorido ni de pueblo que la organice sino porque hay miles de personas muertas a destiempo y otras más desaparecidas. En el País corre un viento de muerte, esa que no es amigable sino violenta y desoladora.
El otro rostro de la muerte, el que no es sonriente ni azucarado ni es de chocolate o de pan con frutillas, se muestra crudo a los mexicanos desde hace algunos años con un saldo terrible: 150 mil asesinados y más de 30 mil desparecidos. La ‘ola’ de violencia criminal asfixia cualquier festejo, y más cuando hay otro ingrediente que congela todo ritual y tradición: la incertidumbre de colocar o no una ofrenda a los ausentes.
¿Están vivos o muertos esos desaparecidos? No hay un cuerpo, no hay restos, no hay una tumba, no hay un lugar donde honrarlos. Por lo tanto el duelo está inacabado y eso no permite procesar la pérdida: ni llorarlos ni rezarles, ni llevarlos a la memoria para transformarlos en recuerdo y que éste, con el tiempo, se vuelva menos doloroso y más edulcorado.
Los desaparecidos están en una especie de limbo, que no es creación divina sino perversidad humana. No están vivos, pero tampoco están muertos. En la región totonaca por estas fechas se acostumbra a dejar encendida una veladora, un pan y un vaso con agua en alguna calle, afuera de las casas o en los caminos. Es la tradición de ver por “el alma perdida”, esa que no tiene a dónde llegar porque nadie la espera entre los vivos o porque no se tiene la certidumbre que ya son difuntos y por lo tanto tampoco se les prepara una ofrenda donde tuvieron su hogar.
Hace unos veinte años, tras las inundaciones al Norte de la Entidad que en 1999 ahogaron a casi un centenar de personas y otras decenas más quedaron desaparecidas, aunque oficialmente nunca se reconoció tal situación, los pequeños altares a las “almas perdidas” se multiplicaron. Si esa tradición se extendiera por todo el Estado, hoy todas las calles, caminos y exteriores de las viviendas estarían tachonados de velas encendidas, esperando a esas almas extraviadas.
Tal es la tragedia que en los últimos diez o doce años ha acompañado cada festejo del Día de Muertos, una fecha que no acomoda para los miles de ausentes. En el País y en la Entidad no se escapa ningún sector de esa “ola” de muerte y desapariciones. Ayer mismo, en el Puerto de Veracruz y a convocatoria de la comunidad de galenos, decenas de personas marcharon para exigir justicia en el caso del cirujano David Casanova López, quien estuvo desaparecido varios días y su cuerpo -muy lastimado y mutilado- fue localizado en un andurrial de la zona Centro.
Así como la comunidad médica ha sido tocada, también otros sectores poblacionales han sido devastados desde taxistas, comerciantes, talacheros, vendedores ambulantes y maestros, hasta periodistas, jóvenes y niños. Y las marchas con gente vestida de blanco o de colores, silenciosas o bulliciosas, no resuelven gran cosa. ¿Cuántas se han realizado y la situación sigue igual? ¿Qué hacer además de marchar, gritar y rezar? Hay mucho.
Sí, hay que mantener la exigencia a las autoridades para que haya resultados en materia de seguridad pública. Sí, hay que pedir que la Policía Municipal o Estatal hagan su trabajo y se combata al crimen organizado y sí, también demandar a los alcaldes, diputados locales y federales, así como senadores que atiendan la situación. Todos ellos están obligados a oír la voz de sus representados, a gestionar recursos y acciones, y a velar por su bienestar.
Pero también la sociedad tiene una tarea que cumplir: combatir la banalización del mal por un lado, y establecer esquemas de precaución por el otro. No es posible que de la corrupción generalizada se haya pasado a la maldad como forma de vida. Que se tolere la venta de droga en la tiendita de la esquina, que se vea como un progreso social el ingreso económico por actividades delictivas, que se recurra al saqueo y al robo porque los demás lo hacen, y que hasta se presuma influencias con grupos delincuenciales.
Tampoco que se actúe como si nada pasara. Que se viaje sin tomar precauciones, que haya una exposición abierta, que a los menores de edad no se les instruya para auto-protegerse y que todos repitan como loros: “No vamos a dejar de vivir ni hacer nuestras cosas” nada más porque maten, secuestren y desaparezcan. Vaya tozudez, pues eso, precisamente, es la diferencia entre sobrevivir o dejar de existir.
Hay una situación de guerra asimétrica que es igual de mortal que los conflictos bélicos convencionales, y lo tonto es no tomar previsiones. Fingir que no pasa nada y no modificar hábitos es tan parecido a jugar la ‘ruleta rusa’, jugar con la muerte, la que no es de azúcar ni de papel maché. En Colombia durante aquellos ‘años de plomo’, de la década de los ochenta, cuando el narcotráfico era dueño del País, se hizo popular un dicho en calles: “Quien no se cuide, no amanece”. Los mexicanos deben verse en ese espejo.
CATALUÑA LIBRE
Extraña forma de defender la legalidad y la democracia se ve en España donde su Gobierno ha disuelto el parlamento y a los gobernantes constitucionalmente electos de Cataluña. Fue la respuesta del conservador Mariano Rajoy, presidente del Gobierno Español, a la declaración de la independencia de Cataluña, hecha por los parlamentarios catalanes. Así, desde el viernes, Cataluña es “un Estado Independiente, Soberano, Democrático y Social”
¿Cuánto tiempo durará vigente la Republica de Cataluña? El último intento de los catalanes para separarse de España duró unas 10 horas. Fue la tarde del 6 de octubre de 1934, cuando el entonces presidente de la Generalitat -la Generalidad, algo así como la Gubernatura- desafió al dictador Primo de Verdad y declaró la “República de Cataluña, libre, magnífica, solidaria y fraterna”.
La respuesta del Centro fue similar, con el agregado de que enviaron al Ejército. Los cuerpos de Infantería tomaron Las Ramblas y las plazas públicas, se decretó “Estado de Guerra” y se rodeó a los Independentistas y a quienes los apoyaban, entre ellos sindicalistas, maestros y algunos intelectuales. La rendición de los independentistas se dio a las 07:00 horas del día siguiente y acabó el sueño de una República catalana.
Ahora, por vez primera en la historia el Gobierno español aplica el artículo 155 de la Constitución ibérica, que sirve para restituir el orden legal, aunque más bien es para castigar el secesionismo, y lo hace, paradójicamente, pisoteando al Poder Legislativo y Ejecutivo locales que fueron votados en las urnas. En base a ese ordenamiento, los integrantes del Parlamento catalán y su presidente, Carles Puigdemont fueron destituidos.
De un plumazo se desbarata una asamblea electoralmente y constitucionalmente legal y se defenestra a autoridades también surgidas del voto popular. ¿No es la incoherencia defender la democracia atropellando una decisión democrática que se expresó en las ánforas electorales? El Gobierno español también ha convocado a elecciones generales -es decir, a elegir un nuevo Parlamento y a un nuevo Presidente- para el 21 de diciembre, dentro de menos de dos meses.
¿Cuál será a reacción de los catalanes? ¿Aceptar ese laudo centrista y votar para renovar a sus representantes o desairar la elección como acto de repudio? ¿Y los partidos que apoyaron la independencia postularán candidatos o llamarán al boicot? Esa es la posibilidad de repudio, pero la intervención central es un reto que convoca a la rebeldía generalizada y al levantamiento armado.
No, no hay que asombrarse. España es ejemplo de que los nacionalismos y regionalismos tienen raíces que nadie ha podido desenterrar y que pueden derivar en guerrilla urbana o grupos terroristas. Hay que recordar la lucha armada clandestina de ETA, el brazo armado de los independentistas del País Vasco, que estuvo activa durante sesenta años. ¿Habrá un ETA catalán? Nadie lo sabe, pero la invitación -o mejor dicho, la provocación- está abierta.
Tampoco cabe lugar a la burla simplona ni la descalificación ignorante. El pueblo catalán está en su derecho de decidir si quiere o no ser parte de una nación monárquica como España. No es nacionalismo ramplón sino una cuestión de derecho y democracia. Nadie les debería negar ese derecho a la autodeterminación.
Y México, cuyo Gobierno es agachón y sumiso con Estados Unidos, ha expresado que no reconocerá la independencia de Cataluña. La declaración es para dar pena ajena. El Gobierno mexicano dejó de hacer desde hace mucho una referencia en diplomacia y Derecho internacional.
Ya no es el México solidario que recibió la migración española de la Guerra Civil Española ni el que rescató a los perseguidos políticos de la Segunda Guerra Mundial con don Gilberto Bosques como cónsul en Marsella, Francia, el llamado ‘el Schindler mexicano’, que dio visas hacia México a cientos de judíos, alemanes, franceses, italianos y por supuesto, españoles perseguidos por el fascismo.
No, hoy México está literalmente arrodillado ante un Gobierno extranjero, el de Donald Trump, y que sus funcionarios como el presidente Enrique Peña Nieto o Luis Videgaray, el secretario de Relaciones Exteriores, descalifiquen a los catalanes por querer independencia y una nación independiente y soberana, no es más que un mal chiste.