El frío llega hasta los huesos en cada sacudida de viento. Y es que las nubes se han apoderado del cielo polaco. Casi siempre es así. Su presencia es constante en esta zona del norte de Europa.
Desde el típico café europeo se puede observar por la ventana la majestuosidad del Castillo Real y la Columna del Rey Segismundo III, aclamado siempre por su bravura, aunque en realidad perdió la partida.
Del Castillo Real, de ladrillos rojos, emerge en medio una imponente torre que alberga el extraordinario reloj que domina la vida de Varsovia. La torre, de más de 50 metros, termina en una enorme cúpula verde, símbolo de la ciudad.
Uno puede llegar a pensar que las torres del castillo son renacentistas.
No obstante, son barrocas. El castillo es barroco, aunque un tipo especial de barroco. Un barroco sueco. Ya ven cómo son.
Simple, minimalista. Y nadie debe sorprenderse. No olvidar que el Rey Segismundo III de Polonia en realidad era sueco.
Aperitivo: el ave fénix
A los polacos les gusta decir que su ciudad es una “ciudad-fénix”. “¿Una ciudad-fénix?”, preguntamos siempre los intrépidos visitantes. Así es. Una ciudad que, como el ave fénix, resurge de entre las cenizas.
No es una metáfora ni una bonita frase que retrata su devenir. No. Es literal y contundente. A Varsovia la han hecho trizas, polvo. La han borrado de la faz de Europa. La han destruido. Y sí, de entre las cenizas, ha resurgido.
En la Segunda Guerra Mundial la destruyeron en al menos 80%-90 por ciento. Casi no quedaba nada en pie tras la ofensiva nazi.
Antes de 1939 había aquí, en Varsovia, en este lugar, poco más de un millón 300 mil personas; para 1945 quedaban 900 mil. El resto había sido exterminado. Y después de ello sólo se quedaron mil. ¡Mil, carajo! El resto salió despavorido de una ciudad destruida. Huyó.
No sólo en la primera mitad del siglo pasado. Antes de los nazis fueron los suecos.
Y antes fue invadida también por Rusia, Prusia, Austria (Imperio Austrohúngaro). Incluso hubo un momento de la historia en que Polonia fue atacada hasta por la neutral y pacífica Suiza.
Y es que tocó a este sufrido y bravo pueblo estar en medio de potencias expansionistas.
La ciudad-fénix
Piatto forte: el carácter
Me habían comentado que quizá podría percibir cierto ánimo depresivo en la ciudad.
Es probable que una buena parte de Occidente haya estado bajo la influencia del impactante Decálogo del célebre cineasta polaco Krzysztof Kieslowski, que, en su búsqueda de retratar una moral cruel, retrató una Varsovia gris sumida en la depresión.
En la actualidad, yo no le llamaría tristeza ni ánimo depresivo al carácter de la capital de este inmenso país.
Quizá le llamaría melancolía. Pero para haber resurgido tantas veces se necesita una profunda vitalidad. Una profunda introspección. Se lo digo en serio.
Cuando llegó quien fuera Presidente de EU, Dwight D. Eisenhower, a las puertas de Varsovia, tras haber dirigido el desembarco en Normandía, comentó “Había yo visto muchos pueblos destruidos, pero jamás había enfrentado semejante destrucción como en Varsovia”.
¿En dónde está esta vitalidad? Me remito a las realidades palpables y concretas. La enorme resistencia de Varsovia pasó, en 70 años, de cenizas a una ciudad cosmopolita y vibrante.
La vieja ciudad amurallada (Stare Miasto) se reconstruyó apenas en los 60 y hoy es Patrimonio de la Humanidad.
Nos deja también el legado del espíritu de lucha y supervivencia de sus habitantes.
Hoy es una ciudad vibrante. Le dicen ya la capital del Este por su enorme influencia en esta zona del Viejo Continente.
Una ciudad con una dilatada historia, pero sobre todo con prometedor futuro. Para muchos analistas, el norte y oriente de Europa central es la respuesta al estancamiento del Viejo Continente.
Paradójicamente, teniendo tanta historia en sus espaldas, arrastrada desde antes del siglo XII, es ahora parte de la apuesta del presente y, sobre todo, del futuro.
La ciudad-fénix.
Dolce: las vocaciones de la resistencia
Es cierto. Estar en medio del huracán del poder en Europa ha tenido también sus grandes aportaciones, además de forjar este carácter de resistencia al invasor y a los horrores de la guerra, que, quien los haya vivido, sabe de lo que se trata.
Por ello, la vocación polaca es la civilización. Han construido, con todo y la nostalgia, un apego al progreso. No es casualidad que Polonia haya sido el primer país de Europa (¡el primero!) en tener una constitución. Casi en el mundo, después de EU.
El apego de su gente. Hombres y mujeres luchadores. Tomemos por ejemplo a la primera mujer en ganar el Nobel: Marie Curie. La científica que descubrió elementos químicos como el radio o el polonio, nombrado así por el apego a su tierra natal. Frédéric Chopin (cuyo principal desafío fue, en realidad, su propia genialidad).
No se rinden, nunca. Es así como hay que vivir. De pie, aunque no se pueda caminar.
Café doble.