La virulencia de la lucha interna en el panismo puede tener consecuencias indeseables en muchos ámbitos de la vida política nacional. Pudiera ocurrir, como de alguna forma prevé nuestro amigo Pablo Hiriart, que estemos, en los hechos, ante una ruptura definitiva en el blanquiazul, cambiando el panorama y los equilibrios políticos en el país. Sin llegar a ese extremo, estaremos, casi con seguridad, ante un partido marcado y dividido por corrientes que, no nos engañemos, siempre han existido (desde sus inicios en el PAN convivieron liberales como Gómez Morin, con social cristianos y conservadores, incluso muy radicales), pero que en esta ocasión no parecen encontrar, ante la ausencia de liderazgos y prudencia política, la forma de convivir y coexistir en un mismo órgano político. Lo que ocurre en el Senado no es más que la expresión, con toda su cauda de mezquindades, de una situación mucho más extendida, en la cual la militancia se ha refugiado, cada día más en sus temas y luchas locales.
Para salir de la crisis, el PAN tiene pocas opciones. Por lo pronto, le urge una figura conciliadora y respetada que pueda sacar adelante al partido y tratar de restañar las heridas, pero también algo que se suele olvidar: dejar en claro una línea de acción política. Hay pocos que pueden hacerlo: se habla de Luis Felipe Bravo Mena, del propio don Luis H. Álvarez, aunque la edad es un factor que puede jugar en su contra, pero muy probablemente el único con peso específico para asumir esa labor es Diego Fernández de Cevallos.
Controvertido, cuestionado por algunos, demasiado exitoso según otros, lo cierto es que Diego es hoy la única figura en el PAN que puede asumir esa responsabilidad, por lo menos hasta que se pueda procesar un cambio de dirigencia hacia fin de año o principios del próximo, en la que se habla sobre todo de dos mujeres, Margarita Zavala y Josefina Vázquez Mota (que no creo que vayan a competir una contra la otra, alguna le dejará abierto el camino a su rival si es que alguna de ellas se decide a buscar la presidencia partidaria).
La gran diferencia de Diego con muchos de los personajes que ahora están en el corazón de la lucha panista es el liderazgo. Diego es un líder real, una figura respetada y querida en muchos ámbitos dentro y fuera del PAN. Tiene peso propio en los medios y en el entramado político y social. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero nadie (amigos o enemigos) puede ignorarlo. Pero, por sobre todas las cosas, es un formidable negociador con propios y extraños, un hombre que sabe llegar a acuerdos y hacerlos respetar. Nunca ha querido Diego, y menos en los últimos años, tener responsabilidades ejecutivas en su partido, ni tampoco en el gobierno de Vicente Fox, ni en el de Felipe Calderón. Y no parece lógico proponerle un largo periodo al frente de su partido. No sería una alternativa. Pero sí puede ser quizás el único, hoy en día, que puede asumir la tarea de rescatar al PAN antes de su hundimiento. Algo debería quedar en claro: un político como Diego sólo aceptaría una responsabilidad similar si se le concediera, sin cortapisas, el poder real dentro de su partido.
Y habría muchos interesados en ver a Diego de regreso. Por lo pronto imaginemos por un momento y en las actuales circunstancias cómo tendrá que negociar el Gobierno federal la próxima etapa de reformas estructurales, sobre todo la financiera y la energética, sobre la que ya comenzó una lucha política que será muy intensa. Según la columna de Leo Zuckermann, esa negociación petrolera se dará entre el PRI y el PAN, asumiendo que el PRD no apoyará la apertura. Leo tiene razón, pero el problema es con quién se negociará: ¿con Madero, con los diputados, que reflejan todas las corrientes, con Cordero y su grupo que tiene la mayoría del Senado, con los actuales y ex gobernadores?
El PAN necesita una figura que lo rescate de sí mismo. Y en el panorama actual, puede haber unos pocos personajes que cumplan con esa responsabilidad, pero ninguno con las cualidades de Diego Fernández de Cevallos.
CANCÚN A LA DERIVA
La seguidilla de hechos bochornosos en el municipio de Benito Juárez, donde se encuentra Cancún, entre miembros y dirigentes del PRD y sus aliados, es inacabable. Primero, el presidente municipal, Greg Sánchez, va a la cárcel acusado de relaciones con el narcotráfico. Logra su libertad y se va de candidato, con toda su familia, por el PT, pero deja a su gente en el municipio. Su sucesor, Julián Ricalde, con una larga cadena de inconsistencias, es filmado recibiendo dinero del munícipe interino, que además le dice que es dinero recién recaudado de los impuestos. ¿Cómo olvidarnos de la senadora Luz María Beristain, la famosa Lady, peleando con los empleados de una aerolínea o de su hermano, también candidato, quitándole a un trabajador la mayor parte de su sueldo para la campaña de López Obrador? Lo dicho, bochornoso.