“París, en nombre de la libertad tu sangre ha sido derramada pero en nombre del amor yo lloró a tu lado, mis lagrimas intentan lavar ese pecado cometido aquí”, reza un mensaje escrito sobre un papel ajado que fue colocado en la reja de un parquecillo frente al teatro Batlaclan, escenario donde el horror fue desatado hace una semana por fanáticos de la organización terrorista Estado Islámico. Ayer se cumplieron ocho días de que la muerte fue sembrada en las calles parisinas y la cifra macabra subió de 129 a 130 personas asesinadas.
La última fue una “víctima colateral”, un hombre que fue alcanzado por una bala pero su cadáver se localizó apenas la noche del jueves pues vivía solo en un departamento cerca del teatro Bataclan. Aun con la lluvia que durante todo el día de ayer cayó sobre la Ciudad Luz, cientos de personas acudieron durante toda la jornada a depositar más flores, veladoras encendidas, banderas y mensajes frente al Batatlan, en las puertas del Estadio de Francia y los bares donde se cometieron los ataques.
En la Plaza de la República, a los pies de Marianne, también creció la ofrenda luctuosa. “Marianne ataca de muerte pero permanece digna, de pie”, se leí en un cartel colocado en la base del enorme monumento a la Patria. A lo largo de la semana se diversificó la ofrenda porque se agregaron prendas de vestir –camisetas, zapatos y gorras-, osos de peluche, botellas de vino, latas de cerveza y cientos de hojas, carteles y hasta mantas con mensajes para las víctimas y para el mundo. Algunos textos reflejan ironía y hasta resentimiento. “Dios para el Premio Nobel de la Guerra”, decía uno de ellos. “¡Váyanse a la mierda con sus religiones, sus Cristos y sus Alás!, era otro. “Daesh, Alá te maldice”, otro más.
Empero, los mensajes de consuelo, resistencia y esperanza son los más numerosos. “Igual no tenemos miedo”, se leía en una manta como desafío a los terroristas autores de la matanza. Una mano anónima citó el pasaje del Corán que prohíbe la venganza. “Alá no necesita de los hombres para arreglar sus asuntos, sus ángeles lo harán a su momento” y otra refirió al Deuteronomio de la biblia cristiana “Mía es la venganza y la retribución, dice el Señor” para recordar que el único que puede cobrarse las afrentas y repartir justicia es Dios. Así, esos puntos de ofrenda y recordatorio luctuosos también sirven a a catarsis y al desahogo. Son lugares de duelo y expresión popular, una de las libertades insignes en la historia francesa.
Anoche, a las 21.20 horas, el mismo momento en que hace una semana comenzaron los ataques mortíferos, cientos de parisinos se tomaron de la mano para formar ‘cadenas humanas’, otros aplaudieron y cantaron, y otros más bailaron y descorcharon botellas de champaña para brindar por las víctimas. “Estamos de luto pero no derrotados, hacemos lo que ellos (los fallecidos) hacían: amar la vida, la diversión, la fiesta y la música”, dijo una mujer frente al Bataclan donde fueron abatidas 90 personas.
No obstante, aún con los intentos de mantenerse de pie y conservar la fiesta como acto de resistencia París todavía no se recupera del shock. Una sensación de tristeza se percibe en estos sitios donde arden cientos, quizás miles, de veladoras por las víctimas. Es cierto, anoche se se bailó, se cantó y se brindó pero la desolación no se fue y a una semana de la masacre, el dolor sigue igual de intenso.
Contra el parisino común
A excepción del Estadio de Francia, en Saint Denis, donde se encontraba el presidente François Hollande viendo el encuentro amistoso entre las selecciones de Francia y Alemania, y a cuyas puertas tres kamikazes se hicieron estallar, el resto de los lugares tocados por los actos terroristas no son de alta afluencia turística o influencia financiera global sino de la vida nocturna y cotidiana parisina. El objetivo de los fanáticos islamistas fue golpear el corazón mismo de Paris e infligir una herida mortal a ese ‘savoir-vivre’ del país.
No tacaron al turista extranjero ni a una personalidad política de alcurnia ni a un centro de finanzas simbólico del occidente –como sucedió en los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York en el 2011- ni a un consorcio mediático transnacional ni un restaurante prestigiado de alta cocina ni al complejo sistema de transporte ni las joyas arquitectónicas ni los almacenes de lujo. ¿Por qué golpear en dos barrios populosos, como son 10 y el 11,cuando los kamikazes pudieron hacerse explotar en los emblemáticos y multivisitados Arco del Triunfo, la pirámide de cristal en el Museo de Louvre, la Torre Eiffel o las bóvedas de Notredame?, se preguntan los analistas.
Porque el objetivo de esa herida era el parisino de a pie, su forma de vida, su libertad para hacer la fiesta. Se atacó al pueblo mismo, no a magnates de la política ni del dinero. Fue contra la gente común que acuden a un concierto musical un viernes por la noche, que sale a tomarse una copa de vino a las tradicionales brasseries, que ama la vida bohemia y que satura las cafeterías y terrazas parisinas. Esa fue la perversidad del Daesh, ir contra un estilo de vida y hacer que, herido y aturdido, el resto de los franceses apoye los llamados a la guerra que hacen sus gobernantes y de sostén popular a conflictos bélicos interminables.
Tal golpe parece certero porque se echó a andar la maquinaria mediática a favor del proyecto de guerra. Guerra contra el terrorismo, guerra contra los fanáticos, guerra contra los que amenazan la democracia y el modelo occidental, dicen los poderosos, y en respues a ellos, las huestes del Daesh atizan que harán la guerra contra occidente, guerra contra los cruzados, guerra contra los no-creyentes e idolatras y guerra contra los invasores. Guerra de un lado y del otro, la palabra más repetida. Incluso ya “técnicamente” comenzó la Tercera Guerra Mundial dicen los mandos de la ONU como parte del instrumento mediático para justificar que se responderá con violencia a los violentos.
Los señores de la guerra
Ese discurso guerrero gana terreno y se impone sobre aquellos que piden analizar las causas y calmar los ánimos, que claman por la tolerancia y la paz. El Poder Legislativo en Francia aprobó extender el Estado de Urgencia hasta el mes de febrero con sus respectivos poderes metaconstitucionales al gobierno y su policía para restringir derechos civiles. En Paris, el Estado de Urgencia se vive y se siente. Desde inicio de la semana no se puede ingresar a una escuela o universidad sino muestras una identificación y aceptas que te revisen bolsos, mochilas y portafolios. Tampoco se puede acceder a un centro comercial, oficinas públicas, monumentos y templos sin someterse a la misma revisión.
La presencia de elementos de la Gendarmería Nacional es permanente en todo sitio público y están autorizados para detener y arraigar a cualquiera que parezca sospechoso de ser terrorista. Y todo lo anterior lo permiten los franceses educados en el escepticismo, en el cuestionamiento permanente de sus autoridades, en la resistencia y que viven en un suelo que es cuna de los derechos universales.
Paralelamente se intensificaron los bombardeos aéreos en Siria que dejan una estela de víctimas inocentes y la Unión Europea se prepara para blindar fronteras, expulsar refugiados, decidir quién tiene derecho a viajar en avión y quien no, y a llamar a formar un gran ejercito común para la guerra contra el Daesh, un grupo criminal al que dan trato de Estado-Nación. Los señores de la guerra no pierden tiempo. Ayer viernes el Consejo General de la ONU aprobó por unanimidad la resolución demandada por el gobierno francés para atacar “con todas las medidas necesarias” al Estado Islámico sin importar las consecuencias humanas que eso implicará en países como Siria e Irak donde el grupo terrorista tiene bastiones controlados a sangre y fuego.
La resolución de las Naciones Unidas se hace extensiva a otras agrupaciones terroristas lo que significa que habrá más países del Medio Oriente y África que serán azotados por las bombas y la metralla de las potencias aliadas. Al interior del país cunde la lógica de guerra y ayer mismo se contabilizaban más de mil 500 solicitudes por día de jóvenes franceses para enlistarse en la Armada. Los tambores de guerra están sonando y el pueblo está respondiendo. La Francia de la libertad, igualdad y fraternidad se prepara para una guerra a largo plazo. “No acepto que los franceses acepten ceder sus libertades y abrazar la guerra porque eso contradice lo que han enseñado al mundo”, decía ayer un catedrático de La Sorbonne durante un foro sobre los acontecimientos del viernes 13 de noviembre.
La Francia se está olvidando de la fraternidad que lleva en sus escudos y a la fecha suman más de treinta actos de violencia contra la comunidad musulmana en todo el país, entre ellos agresiones a navajazos y violaciones sexuales de mujeres. Ante amenazas de posibles agresiones, la Gran Mezquita de París canceló la concentración multitudinaria para ayer viernes en la que la comunidad musulmana mostraría su repudio al fanatismo violento del Estado Islámico y la solidaridad con las víctimas.
Y lo señores de la guerra tampoco pierden tiempo al otro lado del Mediterráneo y la semana cierra con más sangre: el grupo yihadista Al-Mourabiun, ligado a Al Qaeda, atacó el hotel de lujo Radisson Blu en Bamako, la capital de Malí y dejó un saldo de 27 personas asesinadas.
En la geopolítica dicho ataque tiene lógica y nexos con el llamado 13/N (trece de noviembre, el día de los atentados en París) pues Francia tiene una importante presencia militar desde hace meses en Malí para “ayudar” al gobierno local a combatir grupos terroristas. Es más, la migración de malíes al país galo es tanta que la comuna de Montreuil tiene la segunda población más alta de ellos, solo después de la misma Bamako, la capital de esa nación africana. En fin, todo esto confirma la certeza del reproche que muchos hicieron a esos señores de la guerra tras el saldo mortal por los atentados en París: “Las guerras son suyas pero los muertos son nuestros”.