El análisis sobre el año que ha transcurrido desde el 1 de diciembre de 2012 se ha centrado, sobre todo, en las acciones y omisiones del gobierno federal, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto.
Yo quisiera dedicar estas líneas a los partidos políticos. Al PRI, que ha cumplido su primer año en el poder después de haber sido expulsado de Los Pinos en 2000; al PAN, que ha vuelto a la oposición, un sitio que ocupó durante 61 años, entre su fundación y la elección de Vicente Fox como Presidente, y a la izquierda —incluido el PRD—, que nuevamente ha tenido que reacomodarse en la institucionalidad republicana tras de quedar, otra vez, en segundo lugar de los comicios.
Si algo iguala a los partidos políticos mexicanos es su falta de comprensión del cambio que entraña la globalización, así como la gobernanza de ese cambio.
Doce años de alternancia no bastaron para que los estilos de hacer política y el tipo de soluciones ante los problemas del país concebidos y practicados durante las siete décadas de régimen autoritario pasaran a la historia.
Salvo la represión, que afortunadamente parece haber sido erradicada para siempre, esos estilos y soluciones ahora son patrimonio de todos los partidos.
Por supuesto que cada uno tiene su sello, pero es uno que viene de atrás, no uno que mire al futuro.
El PRI sigue confundiendo la percepción con la realidad; el PAN, el pasado con el futuro, y la izquierda, los instrumentos con los objetivos.
Para el PRI, lo más importante era diluir la impresión de un triunfo electoral ganado a la mala y que incurriría en la reedición de sus malas prácticas, comenzando por la corrupción.
Por eso aceptó la idea del Pacto por México, para distribuir la responsabilidad de gobernar entre los tres principales partidos. Para que cuando la oposición hablara de malos resultados, el oficialismo pudiera responder “pero si hemos gobernado juntos”.
El PRI ha querido crear la sensación de que el anuncio de una reforma —incluso en su etapa de iniciativa— era el equivalente del cambio. Hoy tenemos muchas reformas aprobadas (vale la pena revisar el trabajo que presenta hoy en estas páginas nuestra compañera María Amparo Casar sobre los resultados del Pacto por México) pero ninguna garantía de transformación en los hechos.
El PAN sigue instalado en su vieja batalla contra el nacionalismo revolucionario. Tanto, que a veces uno pudiera pensar que en la mente de los dirigentes panistas los 12 años que su partido estuvo en Los Pinos fueron un sueño, quizá incluso una pesadilla. Véase la dificultad que tiene para celebrar, sin contratiempos, una reunión de su Consejo Nacional.
El gen opositor inoculado en su fundación hace que el PAN no se sienta cómodo en la tarea de gobernar. Incluso le hace dudar de su propia identidad. Ha ubicado su forma de democracia interna como la razón por la que perdió el poder y ha abierto la elección de sus dirigentes como si con ello fuera a ser un partido más democrático.
Una parte de la izquierda hizo el intento de sacudirse las telarañas del pasado, pero volvió a las andanzas. La dirigencia del PRD concibió una forma novedosa de coejercicio del poder —el Pacto por México, que el oficialismo aceptó, por las razones arriba mencionadas—, pero el viejo discurso político receloso de todo lo extranjero acabó por imponerse y metió al redil a los herejes.
En lugar de ajustar a las realidades del mundo globalizado sus principios sobre la justicia social, y buscar en ese mundo los instrumentos que mejor sirvan para conseguirlo, la izquierda sigue pensando que con medios como las expropiaciones y la rectoría del Estado logrará sus fines, aunque no haya evidencia en la historia moderna que la apoye.
A un año, pues, muy poco ha cambiado.
Apuntes al margen
*Cuando se hacen accesibles la cultura y los libros, incluso en tiempos de crisis económica y de predominancia de lo digital, la gente responde. La prueba es la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que arrancó este fin de semana.
*La FIL abrió la ventana a la literatura y la cultura de Israel, un país que es mucho más que el conflicto con los palestinos. Vale la pena asomarse y conocer lo que tienen que decir escritores como David Grossman.
*Un generoso Mario Vargas Llosa, al rendir tributo a Grossman ayer, advirtió que los políticos pretenden que la literatura sea un divertimento y no una forma de entender el mundo. Se notó eso en aquellos que sólo fueron a Guadalajara a tomarse la foto.