Renunciar al armiño y al oro del anillo papal era una exigencia para el verdadero Papa del siglo XXI.
Desde la llegada al trono de San Pedro de Giovanni Roncalli, como Juan XXIII, en 1958, todos los papas se han distinguido por haber sido los primeros en algo. Roncalli fue el pionero en el rompimiento con lo más tradicional de la Iglesia católica, simbolizada por Pío XII, por medio del Concilio Vaticano Segundo. Pablo VI fue el primero en abandonar los confines geográficos de Europa. Juan Pablo I, el breve, renunció al ceremonial de su entronización y murió luego de 33 días de papado, entre sospechas no resueltas hasta hoy, oficialmente de un infarto, en las sospechas de un envenenamiento.
Juan Pablo II, el inspirador de la canción Amigo, de Roberto Carlos, es otro boleto. El primer polaco en encabezar la Iglesia católica y el primer dignatario del catolicismo en comprender plenamente la fuerza de los medios electrónicos de comunicación y su uso, que logró transformar a un Papa reaccionario y conservador a ultranza en un pontífice amable, amigo, cercano, simpaticón. Su ideólogo de cabecera y sucesor, Benedicto XVI, pasó a la historia como el primer Papa que renunció a sus funciones y se retiró en vida, al reconocer que su cuerpo ya no respondía a las exigencias de su espíritu.
Un irreverente y cínico me preguntó cuántos kilos de coca le podrían haber sembrado al papa Francisco en el portafolios que él mismo subió a uno de los aviones en su gira brasileña; el argentino Bergoglio es, en efecto, el primer Papa al que se le ha visto llevar su portafolio. Y viajar en el Metro; y dar misa y comunión a las prostitutas de su parroquia bonaerense, y renunciar a los aposentos del Vaticano, y perseguir -al menos oficialmente- la corrupción financiera de su Iglesia hecha Estado. Tal vez sea el último Papa católico poderoso y venerado.
En más de una ocasión he estado en la tentación de identificar el espíritu de los papas que me han tocado vivir -a alguno, casi tocar- con el echeverrismo. De una manera u otra, todos los santos varones me remiten al populismo activo de los baños de pueblo, la compañera (aún sin tenerla) María Esther, él más arriba y más adelante y las aguas de jamaica, nada más que con una guayabera igual de blanca, pero más larga.
El descenso al nivel de la grey, simbolizado por el beso al pavimento del hangar presidencial por Karol Wojtyla, o la renuncia de Francisco al blindado papamóvil para perderse en un embotellamiento en las calles de Río de Janeiro, para que viera lo que es canela fina como decía mi papá, son algo más que símbolo de los tiempos de Twitter , juasop y Facebook. Son una necesidad. La modernidad llegó tarde al Vaticano y en términos de muerte súbita. Renunciar al armiño y al oro del anillo papal era una exigencia para el verdadero Papa del siglo XXI . En un momento en que la desbandada de los fieles es creciente e incontenible.
Eso, si quiere conservar las multitudes de miles que siguen asaltando con calor su auto para tocarlo como si se tratara del de Justin Bieber. Eso, si quiere que lo sigan bendiciendo y exponiéndole a sus niños enfermos para una sanación milagrosa. Eso, si quiere que cese la deserción de las vocaciones sacerdotales entre los jóvenes varones y las núbiles monjas.
Eso, si quiere seguir siendo realmente un amigo