Poco hemos escuchado en América Latina sobre el Acuerdo Trasatlántico sobre Comercio e Inversión (ATCI) que se está negociando entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE), mismo que será, sin duda, el acuerdo más importante en el que hayan participado los europeos desde la fundación de la UE.
Se trata, según la definición de la Comisión Europea, de un convenio que permita eliminar las barreras al comercio (aranceles, normativa innecesaria, restricciones a la inversión, etc.) en casi todas las ramas de la economía, con el objeto de simplificar la compraventa de bienes y servicios entre la UE y Estados Unidos y, como punto importante, facilitar la inversión en la economía de la otra parte.
Estamos viviendo una época en la cual proliferan los tratados cada vez más grandes, ya no sólo entre dos o tres naciones, como fue el de México con Estados Unidos y Canadá, sino entre muchos países, de un lado y otro de los océanos. Todo apuntaría a que llegará un momento donde habrá un único tratado para todo el mundo.
El ATCI surge de pláticas informales en 2011 entre los expertos de ambas partes y a partir de ahí se han venido consolidando las negociaciones, con críticas muy fuertes, principalmente de parte de la sociedad francesa, quienes ven en este acuerdo una amenaza para su país.
Recordemos que los franceses siempre han sido algo especiales en materia de negociaciones comerciales de cualquier tipo, tienen la famosa excepción cultural, concepto acuñado por ellos y que parte de que algunos bienes y servicios culturales tienen una particular naturaleza y por lo tanto deben mantenerse al margen de las reglas del mercado pues constituyen un patrimonio colectivo que rebasa los valores comerciales por lo que hay que cuidar y proteger la identidad y propiedad particular de cada país.
Sienten que van a ser arrollados por las empresas estadunidenses e incluso por algunos de sus vecinos y, a pesar de que hasta ahora esta curiosa excepción cultural los ha protegido, algunos ya la califican de obsoleta, como el escritor Mario Vargas Llosa.
Creo que quizá el principal problema al que se va a enfrentar este acuerdo es que actualmente Europa está atravesando por una de las mayores crisis que ha tenido en su historia, con déficits enormes en algunos países, una moneda débil y altos índices de desempleo, y ahora se ven amenazados por la entrada supuestamente masiva de las empresas estadunidenses.
Muchos son los temas que se están discutiendo y proponiendo, algunos de los cuales permanecen secretos hasta el momento, bajo el argumento de que hacerlos públicos le daría armas de negociación a la parte contraria. Lo que temen es que cuando se den a conocer públicamente ya no se pueda hacer ningún cambio, lo cual ha sido desmentido por la Comisión Europea.
Asuntos como el de los Organismos Modificados Genéticamente (OMG), medicamentos para humanos y animales y aspectos del medio ambiente o de protección a los consumidores tienen en algunos casos, una reglamentación más severa y clara en Europa, en cambio en Estados Unidos no tanto. Éstos serán algunos de los temas fundamentales a discutir, aunque las autoridades han asegurado hasta ahora que no se verán modificadas en contra de los consumidores y la población en general aquellas normas que ya están establecidas en su favor.
La mayor interrelación entre tantos países y personas obligará en el corto y mediano plazo a que todo tipo de bienes y servicios puedan circular libremente en el mundo; sin embargo, habrá que tener en cuenta que esto va a afectar ineludiblemente a algunos sectores, como puede ser el agroalimentario de algunos países, por lo que se deberán tomar medidas concretas para su alivio. Asimismo, esperemos que si un producto es prohibido por su toxicidad y daño a la salud en varios países, se deje de vender también en otros cuya normatividad sea laxa. Este es un buen ejemplo de lo que debe significar un acuerdo entre países.