Por: Catón / columnista
Cualquiera hubiese dicho que sus atributos torácicos la enorgullecían, pero no; pues gustaba del arte de la guitarra, y sus dos promontorios pectorales le impedían alcanzar el instrumento.
Tetonia Grandchichier era dueña de un busto exuberante, opimo, magnificente, pródigo. Cualquiera hubiese dicho que la eminencia de sus atributos torácicos la enorgullecía, pero no; antes bien era un estorbo para ella, pues gustaba del sublime arte de la guitarra, y sus dos promontorios pectorales le impedían alcanzar el instrumento. ¡Y ella, que soñaba con interpretar “Recuerdos de la Alhambra” en una sala de conciertos, o ya de perdis “La varsoviana”! Fue pues con el doctor Pygmalion, reputado cirujano plástico, y le pidió que le acortara el busto. No dejó de lamentar el médico la pérdida que aquella reducción significaría para media humanidad, pero cumplió su deber profesional y aceptó llevar a cabo la intervención quirúrgica. Cuando tuvo ya a Tetonia en la mesa de operaciones, anestesiada y todo, el cirujano se dio cuenta de que no sabía la medida que debía dar al busto de su paciente para que pudiera tocar la guitarra. Recordó que entre los internos había uno que tañía el instrumento y lo hizo llamar. Le explicó el problema que tenía Tetonia: la desmesura de su busto le impedía tocar la guitarra. ¿De qué tamaño se lo debía dejar para que pudiera alcanzar su anhelo? Vio el muchacho los dos ebúrneos y apetecibles globos de la hermosa paciente y sugirió: “Doctor: ¿por qué mejor no le alarga los brazos?”
Doña Aspasia fue a confesarse con el Padre Arsilio. El sacerdote la interrogó: “¿Vas a misa?”. “Casi nunca, padre” –se apenó la penitente. “¿Rezas tus oraciones de la mañana y de la noche?”. “Casi nunca” –repitió la mujer, igualmente con pena. “¿Haces obras de caridad para tu prójimo?”. “Casi nunca” –volvió a decir ella, avergonzada. Inquirió el Padre Arsilio: “¿Le eres fiel a tu marido?”. “¡En eso sí ando bien, señor cura! –contestó alegremente doña Aspasia–. ¡Casi siempre!”… El papá de Pepito le preguntó al regresar de la escuela: “¿Qué te enseñó hoy la profesora?”. “Nada –respondió con molestia el chiquillo–. Traía pantalones”… Este señor tiene un extraño nombre: se llama Balagardo Batané. Su esposa inventó para él un diminutivo cariñoso: con la letra inicial de su nombre y su apellido formó la palabra Bebé. Sucedió que Balagardo iba a cumplir 50 años, y la señora imaginó un regalo original para él. Fue con un hombre que hacía tatuajes y le pidió que le tatuara una letra B en cada uno de sus hemisferios glúteos. La noche del cumpleaños fueron a cenar en restorán de lujo y luego a bailar en un antro de moda. De regreso en la casa ella le dijo a su marido que le tenía un regalo sorpresa. Le pidió que esperara 5 minutos y luego fuera a la recámara, pues ahí le mostraría el obsequio. Así lo hizo Batané. Pasado el tiempo se encaminó a la alcoba. Entró y vio a su mujer tendida en el lecho conyugal en posición de decúbito prono, vale decir boca abajo. “¡Mira!” –le dijo muy orgullosa la señora mostrándole la doble B tatuada en su profuso nalgatorio. Vio aquello Balagardo y preguntó luego, suspicaz: “¿Quién demonios es Bob?”… El marido le reprochó a su mujer: “Eres muy egoísta. Nunca me dices que quedaste satisfecha después del sexo”. Explicó ella: “Es que cuando quedo satisfecha después del sexo tú no estás ahí”… Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a una exhibición de autos. Una agencia mostraba su más reciente modelo por medio de un atractivo joven que encomiaba las ventajas del vehículo. El representante de la marca se dirigió, meloso, a la señorita Himenia: “¿No le gustaría llevarse a su casa nuestro nuevo modelo?”. “Me gustaría mucho –respondió ella–. Pero primero quisiera que me lo presentara”… … FIN