NAHÚM BASTIAN
EL BUEN TONO
PRIMERA PARTE
CÓRDOBA.- En el México de inicios del siglo XX, el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, conocido también como el “Apóstol del Árbol”, fue el primero en instaurar el Día del Árbol, y a pesar de que la celebración se limitaba al Valle de México tuvo grandes repercusiones para la nación, mismas que coadyuvaron a la creación de una cultura de conservación de los árboles en todo el País.
En 1951, el presidente Miguel Alemán Valdés estableció, mediante un decreto expedido el 27 de julio de ese año, el Año del Árbol, dedicado a la forestación y reforestación nacionales, posteriormente, el 7 de julio de 1959, el presidente Adolfo López Mateos, instauró mediante decretos publicados en el Diario Oficial de la Federación, la Fiesta del Bosque y el Día del Árbol, que se celebrarían en el mes de julio de cada año, festividades que actualmente se siguen llevando a cabo. Así pues, el Día del Árbol se celebraría el segundo jueves del mes de julio de cada año y la Fiesta del Árbol tendría lugar durante todo el mes; las dos festividades tendrían carácter permanente y deberían mantenerse como tradiciones mexicanas y como parte importante de la educación de la niñez.
UN POCO
DE HISTORIA
cordobesa
En las entrañas de los cañaverales y rodeado por caminos de terracería, el longevo árbol de La Pochota, se impone sobre los interminables paisajes fundidos entre colores verde y sepia; se encuentran a no más de tres kilómetros de la cabecera municipal de Amatlán de los Reyes, colindando con La Toma, San José de Tapia y 20 de Noviembre.
Con una altura aproximada de 60 metros y más de 100 años de existencia, sus raigambres se extienden entre el lodazal que se debe atravesar sigilosamente para llegar hasta el tronco, donde la mente, nos hace encontrarle formas diversas a su corteza compuesta de arrugas profundas; son pocas las aves que se posan sobre sus ramas y el musgo que se vierte sobre ellas, lo dotan de una apariencia un tanto lúgubre que enmarca las macabras historias plagadas de muerte y desolación que nutren aún más la leyenda del lugar, pues se dice que cada “bola” que se forma en el árbol, corresponde a una persona que ahí perdió la vida.
De entre el núcleo de relatos, existen algunos que se han conservado fielmente a través de los años; historias que se han convertido en un poderoso motivo para que sólo los más osados transiten por la zona ya entrada la tarde y que debido su geografía, lo convierten en el sitio idóneo para fungir como un tiradero de cuerpos clandestino…