por: Alfonso Villalva P. / columnista
Ellos, quieren poner fin a su pesadilla, quieren huir de su realidad. Ellos, buscan un resquicio de tranquilidad, un espacio territorial que puedan llamar hogar, sin necesidad de sufrir ese duermevela cotidiano en el que se espera cada minuto pueda irrumpir la violencia, la explotación, la violación sobre su persona.
Ellos, abandonan su lugar de origen primigenio en esa región del continente que une definitivamente al norte con el sur. Ellos, desean mirar hacia otro lado, tranquilos, sin la sicosis de ser sorprendidos con la guardia baja y generar un modo honesto de vivir. Ellos, ya no quieren a sus mujeres violadas de manera sistemática y con absoluta impunidad. Ellos, ya no quieren a sus hijos levantados para protagonizar la zaga del negocio global de trata y explotación sexual. Ellos, ya no quieren a sus hombres desertando de la vida familiar a cambio de un revolver al cinto, una camioneta y un fajo de billetes de veinte dólares que financien los narcóticos y el alcohol con el que se separan de la realidad.
Ellos, quieren alcanzar su tesoro, ese que se visualiza como la posibilidad de alimentarse versus simplemente llenar la panza, tener piso firme en su vivienda y poder “hacer del cuerpo” en algo más higiénico que un hoyo en la tierra. Ellos, quieren que sus mujeres se realicen y tengan la posibilidad de recuperar su voz, ser productivas, no embarazarse involuntariamente a los doce años de edad.
Los otros, les esperan sonrientes, siempre al otro lado de una frontera septentrional. Organizados, bien comidos y soezmente satisfechos de placeres prohibidos, inalcanzables para los primeros. Fantasmagóricos, los otros, guarecidos por las selvas, los desiertos, los centros urbanos sin control, los mandos políticos mimetizados con los mandos criminales, a plena luz del día les esperan…
Ellos, comienzan a vivir la segunda pesadilla o la segunda parte de su pesadilla original continuada. Seducidos por promesas de reubicación y transporte, seguridades falaces que les resuenan en la desesperación, o el sometimiento forzado en operativos tipo paramilitar con comandos de criminales clandestinos mezclados con funcionarios con credencial oficial y vehículos rotulados.
Los otros los toman como un botín. Ante la incompetencia y estulticia de quienes debieran resguardar los derechos humanos de ellos. Ante la distracción de las autoridades que no previenen la corrupción y la delincuencia, pues dejando ser entorpecen menos sus audaces juegos de poder y política “de altura”. Así, ante todo eso, los otros se reparten a Ellos, los venden a Ellos en mercados secundarios y terciarios, los criban según la utilidad que les hallen: prostitución, esclavitud, camellos, mulas, carne de cañón para operativos criminales, moneda de cambio para otros grupos de una región diferente que vende armas o equipos de inteligencia para delinquir aún más. Los otros, les sepultan en espeluznantes fosas clandestinas que cavan a ciencia y paciencia de las autoridades corruptas. Coahuila, Tamaulipas, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz… ¡Por Belcebú! Veracruz…
Ellos pierden su ilusión del tesoro de la paz, de la familia, de tratar de vivir. Los otros les reciben como materia prima de la abundancia que les llega sin siquiera tenerla que buscar. Ellos, se hunden aún más en el fango de la desesperanza. Los otros, practican en ellos actos inenarrables de la degradación humana.
¿Tesoro o botín? Al final no importa tanto, mientras tengamos todos puesta la mirada en el robo de un jersey, en el playback de Bieber, o en los amores infieles de las reinas de la pantalla chica; no importa tanto, mientras las peores atrocidades se cometen en el silencio de las estadísticas que llevamos bajo el brazo a la hora de dar un discurso televisado, de darnos baños de pureza en alguna asamblea de la ONU, a la hora de debatir en mesas redondas atestiguadas por cámaras de televisión, a la hora de hacerle caras de asco a los migrantes que aparecen en nuestra vida de manera furtiva, a la hora de la sobremesa del sábado en la que condenamos la injusticia guarecidos por un café italiano.
Tesoro o botín, como siempre, depende del color del cristal con que se mira.
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