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“Te odian en las colas, Nicolás”

Superiberia

El problema de los liderazgos fuertes envueltos en el culto a la personalidad es que —además de que tienden al autoritarismo— sus propósitos y su magnetismo se extinguen ante la ausencia del líder.

Lo vimos en diciembre, cuando Andrés Manuel López Obrador sufrió un infarto y debió hacerse a un lado de las protestas contra la Reforma Energética: el plantón frente al Senado languideció por la baja asistencia y fue inútil intentar reemplazar al líder con su hijo o el títere que formalmente dirige Morena.

Y lo estamos viendo ahora en Venezuela, donde por más que quiera, el presidente Nicolás Maduro no puede llenar las botas de su mentor, Hugo Chávez.

En días recientes, las redes sociales se han llenado de imágenes que muestran el uso letal de la fuerza contra manifestantes en ese país.

Probablemente haya que remontarse a los años de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez para encontrar en la historia tal represión.

Podrá decirse lo que sea sobre Chávez, incluso que sus políticas están en la raíz de la crisis económica y de seguridad que enfrentan hoy los venezolanos, pero éste tenía mucha mano izquierda para enfrentar los retos de la vida cotidiana del gobernante.

Deje usted que Maduro carezca del carisma y el sentido del humor de Hugo Chávez. La manera en que el Presidente venezolano ha lanzado a la calle a grupos de represión uniformados e irregulares para tratar de aplacar a sus opositores ha creado una brecha insuperable respecto de su antecesor.

Pero si usted cree que sólo son los “fascistas” —como llama Maduro a sus rivales tradicionales— quienes reprueban la indolencia del Presidente frente a la inseguridad y la escasez de bienes que padecen los venezolanos, asómese por el portal aporrea.org, uno de los sitios de agitación del chavismo.

De acuerdo con uno de los panegíricos publicados ahí, Aporrea es una página que nació en mayo de 2002 a raíz del golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, “con la idea de servir de contrapeso a un gran poder mediático que buscaba tumbar un gobierno a punta de información manipulada”.

Pues ahí mismo fue posteado recientemente un artículo titulado “Te odian en todas las colas, Nicolás”, firmado por César P. Guevara.

“No hay cola en la que no se te desee mal: supermercados, farmacias, paradas de autobuses y camionetas —incluidas “Metrobus”—, de pasajeros aéreos y marítimos, de usuarios bancarios, de espera irritante por algún servicio incompetente, de hospitales y aspirantes a empleos o subsidios, de baños públicos de hombres y mujeres. Todas rezuman odio. Y el odiado eres tú…”.

El artículo resume un sentimiento muy común en estos días en Venezuela: la frustración que generan la escasez y la necesidad de formarse en colas para adquirir todo tipo de productos y servicios, incluyendo los de primera necesidad.

Lo que llama la atención es que críticas así comiencen a aparecer en un medio oficialista, un hecho registrado por muchos simpatizantes del régimen. Simpatizantes como Alexis Arellano, quien el lunes pasado escribió a su vez un artículo titulado “¿Qué coño está ocurriendo con Aporrea?”, en el que llama a los responsables del sitio a “no darle a los enemigos de la Revolución las oportunidades que ellos nos niegan”. Poco después, el post de César P. Guevara desapareció de la página.

Durante los 14 años que gobernó Venezuela, Chávez lo hizo sin intermediarios. El poder unipersonal era tan fuerte que sus colaboradores sabían que lo único que no era prescindible era la relación del Presidente con la gente, a la que hablaba directamente en el programa “Aló Presidente”.

Como Chávez concentraba todas las responsabilidades del cargo, el equipo que se formó alrededor de él nunca maduró. Y, por lo mismo, nadie pudo asumir el liderazgo cuando Chávez murió.

Hoy el gobierno venezolano es una cacofonía. Actores diversos, sin agenda común y sin idea de cómo comenzar a atacar una crisis que ha reducido a la sexta parte el poder adquisitivo de la población. Desesperación que termina a tiros y garrotazos.

En el artículo borrado en Aporrea se instaba al Presidente a asumir el mando y dejar de escuchar las opiniones contradictorias de sus colaboradores. “Nicolás: quizá no sea culpa tuya, pero sí de quienes te asesoran o dirigen, y ciertamente de algún ideólogo encapsulado en su resentimiento”.

Y agregaba: “Presidente, modifica tus expresiones, que para ser revolucionario no es preciso ser maleducado y eso lo dijo Fidel… y no digas más mentiras, porque vas a pasar la historia como un payaso de pie de página. Si quieres hacerme caso, hazlo; si no, seguiré oyendo cómo te insultan en las colas…”.

El principal problema de la concentración de poder y el culto a la personalidad es que el liderazgo es imposible de heredar. Y cuando la muerte apaga la megalomanía, es la gente común, incluidos los fieles seguidores, a la que peor le va al despertar del sueño.

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