Por: Catón / columnista
“¿Recuerdas, sobrino, aquel soneto trisílabo que escribió un paisano nuestro, coahuilense, Jesús Flores Aguirre? Si la memoria no me traiciona –tan traicionera se me ha vuelto- dice así: ‘Precioso / racimo / arrimo / amoroso. / Y oprimo / goloso, / y exprimo / y destrozo. / El mosto / de agosto / simula / granate, / y abate / mi gula’. ¿No te parece bella esa pequeña joya? Es como un hai kai, pero de 14 versos. Quiero pensar que la escribió en Parras, cuna del vino en América, pues el poeta gustaba de visitar ese precioso sitio que se diría hecho por poetas. Yo, sin serlo, voy allá cada vez que puedo. ¿Sabes qué voy a buscar a Parras? Me voy a buscar a mí mismo. Siempre me encuentro, en el fondo de un vaso de vino. No hay mejor forma de encontrarte, créeme, a no ser en el reflejo de unos ojos de mujer. Pero advierto que estoy hablando como si me hubiera tomado ya el vino, y no es el caso: ahora estoy poseído por el espíritu de la sobriedad, que es casi tan aburrido como el de la castidad. A propósito, no sé si te he contado de la vez que estuve con aquella dama cuyo nombre recuerdo cuando pienso en ella, y que olvido cuando hablo de ella. Tenía yo tus años. ¿Cuántos tienes ahora? ¿Veinte? Esos tendría yo en aquel entonces. Ella me doblaba la edad, seguramente. Una noche, en su cuarto de hotel, nos bebimos dos botellas de tinto. Luego nos fuimos a la cama. ¿A dónde más pueden ir un hombre y una mujer que están en un cuarto de hotel y se han bebido dos botellas de vino? Yo ya sabía hacer el amor. O pensaba que sabía. Al estar con ella me di cuenta de que no conocía ni siquiera la A del infinito abecedario que pueden deletrear una mujer y un hombre. Lo supe cuando de pronto ella me dijo al tiempo que me empujaba por los hombros hacia abajo: ‘¿Qué te comieron la lengua los ratones?’. Pensé -no te vayas a reír- que lo que quería era platicar. Dejé de hacer lo que estaba haciendo, me recosté a su lado y le pregunté si había visto tal o cual película. Ella sí se rió, y a carcajadas. Muy pocas veces he pasado una vergüenza igual. Pero estábamos hablando del vino, y mira a dónde fui a parar. Déjame estar un momentito ahí, siquiera sea en la memoria, y luego te sigo platicando. Mira, Armando: el vino es el mejor de los amigos, a condición de que no lo frecuentes demasiado. Alguien dijo que Baco, el dios del vino, ha matado a más gente que Neptuno, el dios del mar. El vino hay que saber mearlo. Tómatelo, pero no dejes que él te tome a ti. A mí me ha gustado siempre emborracharme, pero no de vino. Me he emborrachado de mujer, de Dios, de Bach, de San Juan de la Cruz, de Dostoievski, de Van Gogh, pero de vino no. Emborracharte con vino es faltarle al respeto al vino. Es injuriar al sol, a la tierra, al agua, a la sabiduría de siglos de quienes crean el vino. Porque el vino no se hace: se crea. Dice la Biblia: ‘Dios creó los cielos y la tierra’. No dice: ‘Dios hizo los cielos y la tierra’. Igual con el vino: es otra creación, tan grandiosa como la del principio. ¿A qué viene todo esto? Sucede que hoy es el día de la Asunción, el de la fiesta de la vendimia en Nuestra Señora de las Parras, de Coahuila. Qué pena que no estemos ahí tú y yo, sobrino. Estaríamos en el centro de la vida. Consolémonos con el consuelo más cercano. Abramos esta botella. Mira el vino. Es de color granate, como el poeta dijo. En su espíritu están todos los espíritus del mundo, entre ellos el tuyo y el mío, según sabremos después de haber bebido el tercer vaso. Salud, Armando. Y no hagas mucho caso de lo que te dice tu tío Felipe. Ya me conoces, y sabes bien que siempre hablo de más. Igual que tú, si me permites que te lo diga”… FIN.