Por Catón / columnista
Babalucas contrajo matrimonio. Ninguna experiencia tenía en el amor, de modo que su flamante mujercita se vio en la precisión de darle las instrucciones del caso. En el momento debido empezó a decirle: “Hacia adelante… Hacia atrás… Hacia adelante…. Hacia atrás”. Le dijo con enojo el badulaque: “Ya decídete, ¿no?”…
El manzano estaba lleno de hermosas manzanas, grandes, lucientes, purpurinas. De pronto una de ellas cayó del árbol. Todas las demás se echaron a reír, burlonas. La manzana caída levantó la vista desde el suelo y les dijo exasperada: “¿De qué se ríen, inmaduras?”… Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera “La espumosa”, S.A. de C.V., y encontró a su esposa doña Facilisa en trance adulterino con un desconocido. Colgó en el perchero su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular y fue enseguida al chifonier donde guardaba la libreta en la cual solía anotar adjetivos denostosos para decirlos a su mujer en tales ocasiones.
Le leyó los últimos que había registrado: “¡Maturranga! ¡Furcia! ¡Perendeca! ¡Mujer de ésas!”. Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo doña Facilisa respondió en tono de queja: “¡Qué malo eres, Astasio! ¡Tienes un mal día en la oficina y luego vienes a desquitarte conmigo!”… Una vaca le dijo a otra: “¡Mu!”. “Me quitaste la palabra –dijo la otra-. Precisamente iba a decir lo mismo”…
Don Algón, el jefe de la oficina, sorprendió a la archivista y al office boy haciendo cositas en el cuarto del archivo. “Perdone usted, patrón –se disculpó la muchacha-. Es la hora del coffee break, y ni a él ni a mí nos gusta el café”… Los recién casados decidieron pasar la noche de bodas en la casa donde iban a vivir, pues su vuelo a Cancún salía ya tarde al día siguiente. La mañana después de la noche nupcial el novio dejó el lecho sin hacer ruido y de puntillas fue a la cocina. Quería darle una sorpresa a su mujercita: le llevaría el desayuno a la cama. Se lo llevó, en efecto. La muchacha vio el condumio que su marido le presentó: el café estaba chirle y frío; el pan venía quemado; los huevos se veían mal guisados. “¡Caramba! -exclamó la muchacha con disgusto- ¿Tampoco esto sabes hacer?”…
El niñito le dijo a su mamá: “Mi papi me va a regalar un carrito en mi cumpleaños”. “¿Por qué piensas eso?” –quiso saber la señora. Contestó el pequeñín: “Vi su cartera, y ahí trae la llantita de refacción”… Del brazo y por la calle iban dos amigas, gorditas las dos. Ya se sabe que las gorditas, a más de ser siempre simpáticas y agradables, tienen andar gracioso y ondulante. Un señor que las vio se puso a caminar tras ellas al tiempo que les decía: “¡Bomboncitos! ¡Caramelos! ¡Pastelitos! ¡Chocolatitos!”. Una de las robustas chicas se volvió a él y le dijo con sonrisa de coquetería: “Ay, señor ¡qué bonitos piropos sabe decir usted!”. “No son piropos, señoritas -respondió el expresivo caballero-.
Soy nutriólogo, y les voy diciendo lo que han comido y que ya no deberían comer”… El padre Arsilio se dirigió a sus feligreses y les dijo con vehemente acento: “¡Por amor de Dios, hijos míos! -les suplica-.¡ Den una limosna generosa para los hambrientos de la parroquia!”. Preguntó desde la última banca Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo: “Y para los sedientos ¿qué?”…
La mamá de Pepito recibió una ingrata queja: su hijo se había exhibido ante Rosilita, la pequeña vecina de al lado. La señora, alarmada, llamó a su hijo y lo reprendió con severidad. Pepito se defendió: “¡Pero, mamá! Tú me dijiste: ‘Ponte la camisa nueva y enséñasela a Rosilita’. ¡Yo pensé que eran dos órdenes distintas!”… FIN.