Joseph Stiglitz se ha convertido en uno de los economistas más críticos de nuestro tiempo. Su solidaridad con la Primavera Árabe de Túnez y Egipto, los Indignados de Madrid y el Occupy Wall Street de Nueva York, ubican al Nobel como una referencia emblemáticas en contra del neoliberalismo y la globalización desenfrenada.
En El precio de la desigualdad, Stiglitz analiza las razones por las cuales la sociedad estadunidense se ha vuelto una de las más desiguales. Aunque su análisis se basa en la economía de ese país, las conclusiones y ejemplos que ilustra son fácilmente aplicables a México.
Un sentimiento de injusticia recorre muchas naciones. El mercado y el capitalismo fallaron: no eran tan estables ni eficientes como prometían y los sistemas políticos no han corregido las faltas. El autor afirma que “el poder de los mercados es enorme, pero no poseen un carácter moral intrínseco. Tenemos que decidir cómo hay que gestionarlos”, y su tesis principal es que la política, dominada por el 1 % más rico, ha condicionado al mercado. Existe una relación viciada entre el poder político y la élite económica que tripula al sector público para que establezca el conjunto de reglas y normas que les favorezcan, en detrimento del 99%, la gran mayoría de la población. La democracia de Estados Unidos pareciera estar regida por la máxima “un dólar, un voto” en lugar de “una persona, un voto”.
Con los abusos cometidos por los banqueros, la metafórica mano invisible de Adam Smith se convirtió en una mano peluda que echó de sus casas a millones, condenándolos al desempleo y la pobreza. El gobierno tenía la responsabilidad de corregir las fallas del mercado. Sin embargo, valiéndose de su influencia, el sector financiero se aseguró de que no fuera así, y de que cuando estallara la crisis no sólo no se vieran afectadas sus ganancias, sino que el rescate bancario corriera por cuenta del gobierno y los contribuyentes: “Hemos creado para los bancos una red de seguridad mucho más fuerte que la que hemos creado para los estadunidenses pobres”, denuncia Stiglitz.
El 1% también ha diseñado un sistema fiscal a su imagen y semejanza: sesgado, lleno de vacíos legales y disposiciones especiales para pagar menos de lo que justamente les correspondería. La tasa promedio de impuesto sobre la renta que pagaron en 2007 las 400 familias más ricas de EU fue de 16.6 %, contra la tasa promedio de 20.4% aplicada a los contribuyentes en general. A mediados de los años 50 el impuesto sobre la renta de las empresas aportaba 30% de los ingresos de la administración central; hoy en día representa menos de 9%.
Cuando el gobierno contribuye a dar forma a las fuerzas del mercado sin tener como objetivo promover la competencia, implícitamente ayuda a unos a expensas de otros. Dice Stiglitz que hay dos formas de hacerse rico: una es creando riqueza y la otra es quitándosela a los demás. En este último escenario cabe el monopolio y la forma más sencilla de tener un monopolio sostenible es “conseguir que el gobierno te conceda uno.”
La forma en la que se ha gestionado la globalización ha beneficiado a las grandes empresas. Primero logran que los gobiernos flexibilicen sus mercados laborales —“las míticas virtudes de un mercado laboral flexible”— para reforzar su poder de negociación frente a los trabajadores. Al mismo tiempo consiguen total libertad en la regulación para mover sus capitales entre los distintos países. Una vez que afianzan estas condiciones, amenazan al país: “a menos de que nos bajes los impuestos, nos iremos a otro lado, a donde nos graven con un tipo menor”.
Cualquier semejanza con nuestra realidad no es coincidencia. La existencia de grandes fortunas mexicanas a nivel mundial y los millones de mexicanos en pobreza, son dos caras de la misma moneda. En la supuesta modernización de nuestra economía hacia una “abierta y de mercado”, lo que ha prevalecido son los privilegios gestionados a través del poder político. Esta relación perversa es la que ha provocado la concentración del ingreso, el estancamiento económico, la falta de oportunidades para la mayoría de los mexicanos y el descrédito de la democracia.