Al proceso dilatorio de la aprobación de las leyes secundarias en el Congreso ya sólo le estaría faltando un recurso que pudiera ser definitivo. A pesar de las miles de reservas, a pesar de espectáculos como Manuel Bartlett convertido en adalid del antisalinismo (periodo en el cual fue secretario de Educación Pública y gobernador de Puebla, impulsado a ambos cargos por el expresidente Salinas) y al senador Fernando Mayans sobrepasando su tiempo en las intervenciones y rebelándose contra la presidencia del Senado porque él “le habla al pueblo de México, no al Congreso”; a pesar de que Dolores Padierna se reservó casi todos los artículos para decir en cada intervención casi siempre lo mismo, lo cierto es que al momento en que usted lea estas líneas las leyes secundarias en materia energética seguramente estarán aprobadas (o casi) en el Senado y comenzando a ser discutidas en la Cámara de Diputados.
Por eso quizás el último recurso que quede será esperar la llegada, en estas horas, de Sante Babolin. ¿Quién es el señor Babolin? Pues nada más y nada menos que el más importante exorcista del Vaticano, que viene a dar un curso a México para unos 100 sacerdotes que, aunque usted no lo crea, se dedican a esa actividad en nuestro país. La idea es enseñar cómo expulsar adecuadamente al demonio del cuerpo y quizás algunos legisladores puedan recurrir a él, porque, como decía el domingo en un muy buen texto en Reforma Juan Pardiñas, esos legisladores lo que están haciendo son debates teológicos y libres de evidencia.
Lo cierto es que las reformas que se podrán implementar a partir de las leyes secundarias en el sector son fundamentales para encarrilar el crecimiento económico del país, un crecimiento anémico desde hace años y que no puede recuperarse por la sencilla razón de que no ha tenido estímulos para hacerlo. Las reformas energéticas están planteadas por lo menos desde hace 20 años y durante dos décadas fueron boicoteadas por los diferentes partidos con coartadas inadmisibles, tan insensatas como las actuales. El PAN no apoyó las que planteó en el gobierno de Zedillo el entonces secretario Luis Téllez por mal cálculo político, por la coyuntura que marcaba la crisis que se vivía en esos años. Cuando el PAN fue gobierno, el PRI tampoco apoyó ni el intento que se impulsó en el gobierno de Fox ni tampoco la reforma que presentó Calderón, mucho menos ambiciosa que la actual. ¿Cómo no recordar el debate que se dio entonces para rechazar la construcción de ductos para gas y crudo por parte de la iniciativa privada porque se “violaba la soberanía”? El PRD se ha opuesto al tema desde siempre, en todas las coyunturas, aunque incluso en los programas de López Obrador y en la propuesta de Cuauhtémoc Cárdenas en el pasado se aceptaban reformas como convertir a Pemex y a la CFE en empresas productivas del Estado, como las que se han hecho ahora y que esas fuerzas rechazaron en el Congreso.
En el pasado lo que hubo, de todas las fuerzas políticas, fue mezquindad en este y en muchos otros temas. Fue por eso que, desde 1997, el Congreso, en los hechos, estuvo paralizado, sin emprender ni una sola de las grandes reformas que necesitaba el país, pero siempre abocado a sacar reformas electorales, algunas mejores, otras peores, pero que todas coincidían en otorgarle más poder y presupuesto a los propios partidos. Quién sabe si en la Reforma Electoral sexenal hemos avanzado en algo. El tema está marcado por los grises y las dudas operativas; tampoco avanzamos con la Reforma Fiscal, que en el marco de los acuerdos terminó siendo, como pretendía el PRD, una reforma para la recaudación que castiga el consumo y no frena la informalidad (ya habrá que trabajar en ella en el futuro), pero sin duda los avances que se han logrado en energía, telecomunicaciones, competencia y Reforma Hacendaria (que es distinta a la fiscal), entre otros temas, permiten crear las condiciones para un crecimiento diferente. Falta por ver si la buena letra inscrita en la educativa se transforma en realidades.
Por lo pronto, en agosto se habrá cerrado el ciclo de reformas acordado en el Pacto por México. Más allá de las vicisitudes, ha sido un ciclo que fue más largo que lo esperado pero que muy probablemente superó también muchas expectativas. Habrá que comenzar a convertir esas leyes en hechos y esperar que el crecimiento económico del país alcance a llenar las expectativas de la población antes de que le gane a la gente el cansancio, el desánimo o, peor aún, la desesperación. Porque para ello no hay exorcismo que sirva.