Por: RICARDO ALEMÁN / columnista
El tema resulta difícil de tratar y, peor aún, complicado de entender.
¿Cómo entender, por ejemplo, que el partido y el candidato con más negativos, como son los casos de Morena y de AMLO, encabezan las encuestas -para la aspiración presidencial del 2018–, entre una sociedad que se dice harta de los políticos con mala imagen?
¿Cómo entender que, por ejemplo, que el partido y el candidato que han perdonado a ladrones, pillos, matarifes y políticos de la peor estofa, estén a la cabeza de todas las preferencias, en una sociedad que dice estar “hasta la madre” de la impunidad?
¿Cómo entender que políticos nefastos como Manuel Bartlett, Elba Esther Gordillo, René Bejarano, Dolores Padierna y Marcelo Ebrard, entre muchos otros que en sus alforjas cargan un negro historial, resulten purificados sólo por entrar a las filas de Morena y por recibir la bendición de Andrés Manuel López Obrador, mientras la sociedad sólo aplaude y ve hacer y pasar?
¿Cómo entender que un político nada democrático, autoritario al extremo, con claros tintes dictatoriales, que llamó “Pirruris” a casi un millón de manifestantes contra su mal gobierno en el DF, que impuso al matarife Abarca como alcalde de Iguala, sea el político que encabeza las encuestas y las preferencias?
¿Cómo entender que un político que tiene más de 10 años sin trabajar, que lleva una década sin pagar impuestos, del que nadie sabe de dónde obtiene recursos millonarios para la manutención de una numerosa prole, sea el político que más aceptación tiene entre el electorado?
¿Cómo entender que la izquierda mexicana y que un partido político como Morena haya pasado del culto a Cuauhtémoc Cárdenas -el dos veces candidato presidencial y constructor del PRD–, al culto a Cuauhtémoc Blanco, el patán golpeador de mujeres que brilla por su ignorancia? ¿Y cómo entender que luego de ese salto al vacío -el impensable salto de Cárdenas a Blanco-, esa dizque izquierda sea la más votada?
¿Cómo entender que luego de uno de los peores gobiernos en la capital del país, como el de López Obrador, exista la posibilidad de que de la mano de Obrador, su preferida a pesar de graves corruptelas, tenga posibilidades de convertirse en jefa de Gobierno de la capital?
¿Cómo entender que algunos periodistas sigan aplaudiendo a López Obrador, a pesar de su desprecio a la prensa, de su repudio a la inteligencia y al intelecto, de su fobia a la educación de calidad, de su “chaparra” preparación, de su odio hacia los críticos de sus disparates y de su rechazo a libertades fundamentales en democracia?
¿Y cómo entender que el candidato que no tiene cola que le pisen, que no milita en el PRI, que es un candidato ciudadano, que tiene la mejor preparación, la mayor capacitación para gobernar, el mayor reconocimiento de empresarios e inversionistas, se encuentre en tercer lugar, en la cola de las preferencias?
Sin duda que asistimos a un paradigma en donde la tambaleante democracia mexicana puede ser destruida con las armas y los instrumentos de la propia democracia. Sin duda que podríamos estar en el umbral del fin de la democracia mexicana.
Algunos dicen que la preferencia por AMLO -y la culpa de la debacle potencial–, se debe al hartazgo de los mexicanos por el PRI. Ante esa premisa se impone otra pregunta aún más elemental.
¿Por qué AMLO encabeza las encuestas si es el representante de lo peor del PRI y si ha reunido en Morena a lo más cuestionable del PRI, del PAN y del PRD?
El problema, entonces, no son los buenos o los malos candidatos, los malos o los peores políticos y tampoco los pingües negocios familiares llamados partidos políticos.
El problema parece estar en la sociedad. ¿La mexicana es una sociedad de idiotas?
Al tiempo.