Este país ha cambiado mucho. Sus mujeres y sus hombres han buscado insistentemente mejorar las condiciones de vida; muchas, las de todas y todos; algunos, sólo las propias.
En 1917, Hermila Galindo, alzando la voz en representación de quienes estuvieron en el Primer Congreso Feminista de 1916 en Yucatán, exigió el voto para las mexicanas. El Constituyente del 17 cerró los oídos al reclamo y las mujeres, inconformes, siguieron buscando el camino de la ciudadanía, organizándose y promoviendo que más mujeres entraran a la escuela.
En el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, casi lograron obtener el derecho al sufragio. El pensamiento masculino agrupado en contra de esta demanda detuvo su avance. En 1953, finalmente, obtuvieron la ciudadanía, y el gobierno en el poder no quiso ni ver ni oír que las mujeres deseaban cargos de elección popular para cambiar el rumbo de la historia nacional. Los periódicos difundieron la noticia en las páginas interiores y parecía que nada había cambiado. Los hombres dejaron espacios en la asistencia pública para las mujeres, esperando que ellas permanecieran ahí y ni se les ocurriera avanzar a otras esferas de poder.
Con el Plan de Once Años, encabezado por Torres Bodet, la escuela pública se transformó, poco a poco, en mixta. Los libros de texto fueron cuestionados por la Asociación de Padres de Familia, pero no porque ni siquiera mencionaran que las mujeres ya eran ciudadanas y buscaban su lugar en la democracia “representativa”, que sólo tenía hombres al frente de todos los poderes, sino porque intentaba quitar “el velo de la ignorancia” en materias que aludían superficialmente a eso llamado sexualidad.
Por esos años, la década de los 70, la más famosa de las píldoras hizo su entrada triunfal al mercado mexicano. Las mujeres podían decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. La realidad de las familias mexicanas dio un vuelco porque las decisiones ya no son lo que fueron las imposiciones. Griselda Álvarez ganó las elecciones para gobernar en Colima y Beatriz Paredes fue presidenta de la Cámara de Diputados. Las niñas supieron que podían soñar en ser presidentas y no más en eso de ser princesas.
Al mismo tiempo, la situación económica de las familias obligó a muchas mujeres a entrar al mercado laboral y, entonces, la doble jornada se tornó destino agotador para muchas de ellas. Pese a ello, la autonomía económica que les dio ser sujetas del derecho al trabajo y poder decidir sobre su ingreso hizo que algunas ya no tuvieran que aguantar humillaciones y malos tratos. Otras encontraron formas de negociar con sus parejas mejores caminos de libertad y convivencia.
Los gobiernos se vieron obligados a atender los reclamos femeninos. Cambiaron las leyes y se legisló en cuestiones tan lacerantes como la violencia contra ellas y se crearon programas para favorecer su inclusión en el trabajo. La ONU organizó la IV Conferencia en Beijing y las mexicanas presionaron para que se instituyeran mecanismos que aceleraran el lento paso de la historia. Aparecieron las medidas afirmativas, las ONG de derechos de las mujeres adquirieron mayor fuerza y el feminismo avanzó en las conciencias tanto de mujeres como de hombres. Estos grandes trazos de historia demuestran que lo más difícil ha sido reconocer a las mujeres como personas, con igual dignidad que los hombres. Por eso la no discriminación es la lucha por la igualdad de derechos. Sorprende que sea una historia sin balas, ganada a través de la palabra y la organización.
*Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género
clarasch18@hotmail.com