Hablar de mi experiencia como reportera, como periodista, resultaría irrelevante si no se hace referencia a los grandes maestros de este interesante oficio que han sido nuestros guías y orientadores para conducirnos de la manera más profesional posible y hacer que nuestro trabajo sea productivo y redituable; respetable y digno.
Vivir y sostenerse económicamente de ser periodista es una tarea difícil ya que hay profesiones para las que, normalmente, se va a la universidad, se obtiene un diploma y ahí se acaba el estudio. Durante el resto de la vida se debe, simplemente, administrar lo que se ha aprendido. En el periodismo, en cambio, la actualización y el estudio constantes son la conditio sine qua non. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente.
Decía un amigo columnista que ser periodista es una forma de ver la vida. Y es que nosotros convivimos con esta profesión las veinticuatro horas al día. No podemos cerrar nuestra oficina a las cuatro de la tarde y ocuparnos de otras actividades. Como reportero, es indispensable conocer gente, sumergirse en culturas, investigar sucesos, aprender del mundo, tener una curiosidad inagotable y esto se logra leyendo.
Cada vez que los periodistas platicamos entre sí, lloramos en nuestros hombros por las constantes frustraciones que ponen a prueba nuestra entereza. La queja es: trabajan mucho por un salario muy bajo, luego, de pronto se pierde el empleo y difícilmente se consigue otro.
DE LA VOCACIÓN Y LA ÉTICA, UN REPASO A KAPUSCINSKI
Ryszard Kapuscinski comentaba que antes, el periodismo era una misión practicada por unas pocas personas con amplios conocimientos de cultura e historia. Lamentablemente ahora ha pasado a ser una profesión de masas en la que no todos son competentes. Hoy lo tratan como una carrera más que puede abandonarse mañana, si no rinde los frutos económicos esperados.
Algunos reporteros se duermen en sus laureles por enfocarse más en el dinero a costa de la calidad. En ese sentido, conviene señalar que en los primeros pasos reporteriles es preferible centrar las miras en la calidad aunque no pueda ganarse mucho dinero. Simultáneamente no se logran ambas cosas. Si al inicio se elige ganar menos, al final el periodista sale ganador. Porque nuestro oficio no arroja resultados inmediatos. Hay que trabajar años y años. No hay que desesperarse por ganar reconocimientos. La paciencia debe ser una de nuestras virtudes.
El escritor y periodista internacional Ryszard Kapuscinski quien nació en Bielorrusia en 1932, entonces parte de Polonia y falleció el 23 de enero de 2007, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada y presidida por Gabriel García Márquez, recomendaba paciencia en el trayecto de esta carrera, toda vez que nuestros lectores, oyentes, tele-espectadores son personas muy justas, reconocen enseguida la calidad de nuestro trabajo y, con la misma rapidez, empiezan a asociarla con nuestro nombre del cual van a recibir un buen producto. Ése es el momento en que se convierte uno en un periodista estable. No será nuestro director quien lo decida, sino nuestros lectores.
Kapuscinski decía que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias, su destino. Ponerse en la piel de otro, en psicología se denomina «empatía», sólo con humildad se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera los problemas de los demás.
La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos les llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe escribir. Este tipo de periodistas con poco sentido ético o profesional, ya no se hace preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad.
El verdadero periodismo se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. Busca informar, educar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro.
HEMINGWAY, MAESTRO EN LA ESCRITURA DE CONTENIDO
Los reporteros deben ser buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. La contextualización en las informaciones lo da el reportaje o la crónica. Sin esos elementos, los periódicos resultan aburridos y por ende pierden ventas y lectores. Hay que decir que el arte del reportaje o la crónica no es el fuerte de los egresados de comunicación, sino está mas vinculado a las letras y la literatura y se va a los libros porque ya no cabe en los periódicos, tan interesados en las pequeñas noticias intrascendentes y sin contexto.
La entrevista es un valioso recurso en materia de periodismo subjetivo o de interpretación porque permite al lector adentrarse en un diálogo que abre varias fuentes de información. La persona sobre la que vamos a escribir expone un brevísimo periodo de su vida a través de nosotros. El secreto está en la cantidad de cosas que estas personas son capaces de decirnos en un primer contacto, ya que generalmente son reticentes, si no tienen un mensaje claro o inducido. El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. Los ingleses consideran que las relaciones se definen en los primeros segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros. Como entrevistador no es recomendable la dureza, sino crear una atmósfera de confianza. Lo ideal es abrirse al diálogo pese al tipo de gente. Escuchar al entrevistado y poner de nuestra parte para entenderlo.
El gran autor estadounidense Ernest Hemingway aplicaba la Teoría del iceberg -también conocida como la Teoría de la omisión- en su estilo de escritura como reportero. Esto es, La redacción de artículos periodísticos, sobre todo para periódicos diarios, se centra en los hechos, omitiendo materia superflua y ajena. Al convertirse en un escritor de cuentos, conservó este estilo minimalista, centrándose en los elementos de superficie, sin discutir explícitamente los temas subyacentes. Hemingway creía que el verdadero significado de un texto escrito no debe ser evidente a partir del relato de superficie, más bien, el quid de la narración tiene que residir por debajo de la superficie y traslucirse.
Hemingway, quien trabajó como periodista antes de convertirse en novelista, consideraba que la verdad a menudo se esconde debajo de la superficie de una historia. En sus artículos escribió acerca de los hechos relevantes, excluyendo el fondo. Como corresponsal en el extranjero, mientras vivía en París en la década de 1920, escribió de tal manera que reportó objetivamente sólo sobre los acontecimientos inmediatos, a fin de lograr una concentración e intensidad de enfoque, en lugar de un escenario. Tal experiencia permite que la ficción pueda basarse en la realidad.
Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar aspectos que conoce, así el lector tendrá de ese texto una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado, esto cabe en los entrelineados de información. La punta de un iceberg que aparece sobre el agua es solamente un octavo de su masa sumergida y colosal. Hemingway creía que «Si uno omite cosas o acontecimientos importantes que uno conoce bien, la historia se fortalece. Si se deja u omite algo porque uno no lo sabe, la historia no tendrá ningún valor. El periodista conoce todo el iceberg y sólo muestra la punta.