En estos días patrios suelen acometerme los balances de la Patria. Recuerdo a aquel universal ilustre que, cuando pensaba en la historia, su ánimo se deprimía profundamente. Pero, cuando pensaba en la prehistoria, su ánimo se estimulaba decididamente. Con lo primero hacía un recuento de todo lo malo que hemos hecho y de todo lo bueno que hemos dejado de hacer. Pero, con lo segundo, hacía una cuenta de nuestro primitivo punto de partida hacia el progreso, la mejoría y el perfeccionamiento.
Puedo decir que algo similar me sucede al pensar en México. Cuando pienso en lo que hemos hecho en las décadas recientes no puedo hacer otra cosa que inquietarme, preocuparme, asustarme, enojarme, desanimarme o desesperarme. Es cierto que el presente tiene factores alentadores. Ello me tranquiliza.
Pero, por el contrario, cuando repaso nuestra historia, la remota y la reciente, la de los héroes y la de los comunes, la de letras de oro y la de letras de tinta, no puedo más que ufanarme, enorgullecerme y felicitarme por pertenecer a este pueblo, algunas veces dolorido y otras trágico, pero siempre animoso y casi siempre victorioso.
Porque no olvidemos que la victoria ha sido una constante casi siempre presente en los 200 años mexicanos. Es cierto que sufrimos una sola derrota que nos costó la mitad del territorio. Pero hay muchas victorias que pueden alentar nuestro espíritu y sedar nuestro dolor.
Yo, casi a diario, me veo sometido a ese ejercicio de recuerdos. Desde mi escritorio, el paisaje me muestra parte de la Ciudad de México con el Castillo de Chapultepec y, para transitar desde mi oficina hacia la principal zona de oficinas públicas, cruzo por ese mágico y legendario bosque. En mi paso, no puedo evitar mirar el Castillo, dolerme de la derrota y colocar la mano derecha extendida sobre mi pecho, como queriendo calmar una dolencia.
Y es que me duele la invasión extranjera, la secesión de Texas y la pérdida de California. Pero, como dijo Vicky Baum, “si tienes alteza, perdona y, si no la tienes, olvida”.
Entonces, regreso la mirada hacia el frente, contemplo la bella avenida y murmuro, para mí mismo, el sortilegio de su nombre: la Reforma. En ese instante se va el dolor y mi mano se convierte en puño, se separa del pecho y se sacude con energía, en actitud de triunfo.
Sí, hicimos la Reforma y vencimos. Nos gobernaba el dictador monópodo y lo vencimos. Expedimos las nuevas leyes y eso provocó una guerra civil de tres años, pero los vencimos. Los derrotados pidieron ayuda extranjera y provocaron una intervención. Pero la vencimos. Nos trajeron un monigote real, pero lo vencimos también a él. Después hubo que restaurar a la República y reunir a unos mexicanos con los otros. Parecía imposible, pero vencimos. El país se reunificó, los conservadores fueron desplazados y los extranjeros quedaron advertidos.
Somos vencedores. Así lo pienso en los instantes que prosiguen en mi recorrido vial. Viene a la memoria que hicimos la Independencia con Hidalgo, Morelos, Allende, Guerrero y muchos más. Redactamos Apatzingán. Nos federalizamos en el 24. Proclamamos Ayutla. Excluimos a Santa Anna. Hicimos la Reforma. Expedimos la Carta Liberal del 57. Sufrimos la Guerra de Tres Años. Vivimos la epopeya de Juárez. Repelimos la intervención. Cancelamos a Maximiliano. Restauramos la República. Repudiamos el tuxtepecazo. Abominamos de la dictadura. Seguimos a Madero. Nos fuimos a la Revolución. Rescatamos el liberalismo. Proclamamos Guadalupe. Remitimos a Huerta. Y promulgamos la Carta Revolucionaria de 1917.
Ante tantas victorias y tan valiosas, una sola derrota hoy debiera parecer incidental. Por eso me reanima la historia. Pero, ¿el futuro será tan lleno de victoria y gloria? En lo personal, ¿habré abrazado al bando de los que ganarán o resultaremos derrotados?
Por ejemplo, seguí desde siempre el camino de los honestos, heredado por generaciones. Desde hace más de 200 años, ningún miembro de mi familia ha sido señalado de lo contrario. Las efigies de varios de mis antepasados adornan edificios y plazas públicas. Muchas vialidades o escuelas del país llevan sus nombres. La historia y la voz pública los califica sin mancha alguna. Los que no fueron o no somos famosos también hemos seguido la misma pulcritud. Pero, para el porvenir nacional ¿venceremos los limpios o seremos vencidos por la deshonestidad, la ilegalidad o la complicidad?
Y luego, sigo con otras incertidumbres, en las que ya no entro en detalles. Pero me inquieta si ganarán los que se aliaron con el patriotismo, con la valentía, con la lealtad, con la lucidez y con la alteza o aquellos que se acompadraron con la traición, con la perfidia, con la cobardía, con la estulticia y con la bajeza.
Por eso mis seguridades sobre lo que nos ha pasado y mis vacilaciones sobre lo que nos pasará me acosan en este mes patrio. Pero prefiero serenarme, creyendo en un destino infalible para los mexicanos y confiar en que viva México.