Por: Catón / columnista
“Lo sé todo”. Esas palabras ominosas le dijo Pepito a su papá. Y es que había encontrado en un cajón un traje de Santa Claus. El señor, ignorante de aquello, se alarmó. Sacó de su cartera un billete de 200 pesos y se lo dio al chiquillo. “No le digas nada a tu mamá”. Pepito fue con su mami. “Lo sé todo”. La señora se asustó. De su bolso sacó un billete de 500 pesos. “No le digas nada a tu papá”. Pepito fue entonces con el vecino del 14 y le dijo lo mismo: “Lo sé todo”. El vecino lo tomó en sus brazos, conmovido, y le dijo lleno de emoción: “¡Hijo mío!”…
En la tienda de departamentos don Chinguetas compró un sensual juego de ropa interior femenina: brassiére de media copa, liguero, pantaletita crotchless de encaje negro; medias de malla. La vendedora le comentó al tiempo que envolvía el regalo: “A su esposa le va a encantar”. Después de una pausa dijo don Chinguetas: “Tiene usted razón. Deme otro igual”…
Sentada en las rodillas del Santa Claus del centro comercial, Rosilita le pidió: “Quiero unos patines de hielo, una muñeca robot, unos lentes oscuros de marca, una caja de chocolates europeos, un trineo grande y un iPhone de última generación”. Le preguntó Santa: “¿Te has portado bien?”. Contestó Rosilita: “Tráeme nada más el iPhone y no hagas preguntas”… La reno hembra le dijo a Rodolfo, el Reno de la Nariz Roja: “Así con la luz prendida no”…
Las señoras hablaban del alto precio que ese año habían tenido los pinos de la Navidad. Intervino don Algón: “Yo compré uno muy bonito por 400 pesos”. “¡Qué suerte! –se admiró una de las señoras–. ¿Y dónde lo puso? ¿En su casa? ¿En su oficina?”. Respondió don Algón: “En mi solapa”… El niñito le preguntó a su papá, recién llegado de un viaje: “¿Verdad, papi, que Santa Claus tiene una barba blanca y lleva un traje rojo con gorro y botas negras?”. “Así es, hijito” –respondió el señor–. El niño entonces se volvió hacia su mamá y le dijo: “¿Lo ves, mami? El hombre que está en el clóset no es Santa”…
El padre Arsilio no tenía dinero para comprarles juguetes a los niños pobres en la Navidad. Desesperado ideó una forma de conseguir la suma que necesitaba. En la misa del domingo dijo a los feligreses: “Hay aquí un hombre que está cometiendo pecado de adulterio. Si el próximo domingo no deja en la caja de las limosnas un sobre con 10 mil pesos diré en el sermón quién es ese pecador”. El siguiente domingo el buen sacerdote halló en la caja 50 sobres con 10 mil pesos y otro con 5 mil y un recado que decía: “El próximo domingo le traeré el resto, padre, pero por favor no diga nada”…
Santa Claus bajó por la chimenea de aquella casa con su bolsa de regalos. Cuál no sería su sorpresa –frase inédita– al ver a una preciosa joven de esculturales formas que dormía completamente desnuda en el sillón de la sala. La hermosa mujer sintió la presencia de Santa. Abrió los ojos y se puso en pie, azorada. Entonces Santa Claus la pudo admirar en toda su belleza. A pesar de que ella trataba de cubrirse con las manos, Santa contempló a su placer sus enhiestos senos, su cimbreante cintura, su voluptuosa grupa, sus ebúrneos muslos, sus piernas que parecían igualmente torneadas en marfil. Santa Claus, hay que decirlo, siente los mismos impulsos que cualquier hombre siente. Lleno de deseo fue hacia la muchacha. “¡Oh no! –lo detuvo ella–. ¡Sería yo incapaz de tener sexo con el amable personaje que les trae los regalos a los niños en la Navidad! ¡Sal inmediatamente de mi casa!”. “Está bien –se resignó Santa–. Pero tendré que salir por la puerta. En el estado en que me encuentro ahora no podré salir por la chimenea”. (No le entendí)… FIN.