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Roberto Bravo, ese hombre extraordinario

Superiberia

En este mes se cumplió un año del fallecimiento de Roberto Bravo Garzón, quien nació el 12 de mayo de 1934 en la ciudad de Veracruz y murió el 25 de mayo del 2012, en Xalapa, de una manera tranquila,   al lado de sus hijas. 

Su agonía y su muerte fueron tan controversiales y operísticas como lo fue su vida. Bravo, un hombre extraordinariamente talentoso, brillante, pasional,  creativo y culto, tenía quizá dos o tres defectillos que lo llevaron a la ruina  emocional  y económica, uno de ellos lo señaló una vez su querida hija Citlalli: era un neurótico a veces  insoportablemente arrogante, sobre todo cuando tenía poder;  enfrentaba una seria dificultad para identificar el amor verdadero y nunca dejó del todo el buen whisky ni el cigarro.

 Todos los que trabajamos -muy jóvenes- a su lado,  aprendimos a dar siempre lo mejor de nosotros mismos en cada proyecto tal como lo hizo Roberto. El era justamente un maestro, un educador nato, tradicional, que formaba, informaba y guiaba sobre en término de valores, porque  sostenía que la formación es ética, no conocimiento.

En los eventos lucidores, institucionales y oportunistas  siempre salen a relucir los discursos de gente que pondera situaciones ideales del entorno que creó Bravo Garzón   donde los cosechadores de su amistad muestran en tonos alegóricos un perenne agradecimiento por seguir a estas fechas cobrando en la Universidad Veracruzana, pero se olvidan de destacar que Roberto como hombre y aún como funcionario público o político, pasó muchas horas durísimas y crueles que muy pocos de estos prósperos y confortables  funcionarios universitarios compartieron. 

Hay que destacar  que otra de las  virtudes de Roberto es que fue un hombre honesto, honrado. Cuando estaba en México, en su sencilla y espartana casa (que después  remató) ubicada en Zamora y Francisco Marqués, en la Condesa, a veces   andaba “apretado de lana” y entonces recordó, que conservaba  por ahí  almacenado un microscopio alemán enorme, que intentó vender para conseguir recursos adicionales. Después de infinidad de vueltas y ofrecimientos  en clínicas y laboratorios,  el dichoso aparato nunca se pudo vender porque olía a orines de gato, y es que en la casa de Roberto siempre había gatos y éstos se encargaron de estropear los delicados lentes del dichoso microscopio que acabó arrumbado por ahí… Eran tiempos de La Bohème: noches enteras en los cabarets de la Zona Rosa para amanecer en la Casa de los Álamos o el restaurant Noche y Día con Oscar Chávez cantando, Por Tí…  

 

MATRIMONIO  Y MORTAJA  DEL CIELO BAJAN

 

Muy a su manera, Roberto siempre quiso a la madre de   sus tres hijas Leticia, Laura y (Citlali) Rosaura. Yolanda Reyes, violinista de la Sinfónica de Xalapa, era una mujer delicada, sensible, de apariencia adusta y de temperamento especial, de la cual Roberto decía que estaba divorciado pero siguieron juntos mucho tiempo, viviendo en esa bella casa  contra esquina del parque de Los Berros en Xalapa. 

Bravo, como le decíamos, dejó de hablarnos a muchos de sus amigos, una vez que contrajo matrimonio con la discutible licenciada Meche Gayosso, quien para sorpresa de todos sus  cercanos nos sorprendió “atrapándolo” al estilo de Martha Sahagún a Vicente Fox, siendo que ella era una de sus tres o cuatro partenaires posicionadas en la UV que lo visitaban para “salir” eventualmente en México, porque lo cierto es que Bravo mantuvo una relación afectiva muy consolidada por más de veinte 20 años con la economista María de la Luz Aguilera,  perteneciente al grupo de profesores que  fundaron junto con Bravo Garzón  la Facultad de Economía de la UV y más tarde fue su compañera de Estudios en el Colegio de México, cuando ambos cursaron el postgrado en Economía  y Desarrollo Regional.

La maestra Aguilera, era una mujer poco agraciada físicamente, algo ruda y tosca como buena norteña, pero tenía una voz dulce y una sonrisa bonita, el pelo negro y ensortijado. Bravo me confesó  poco antes de morir que fue a la mujer que mas amó, la que mejor lo comprendió y con la  que tuvo el mejor sexo. Sin embargo, nunca se casó con ella, y se cuenta que la incondicional maestra Aguilera murió de amor, de tristeza, al enterarse de la sorpresiva boda de su eterno amante.

Cuando regresé a Xalapa, en el sexenio de Fidel Herrera Beltrán como subdirectora de los diarios AZ,  decidí buscar a Bravo. Quería volver a verlo y lo  fui a visitar a la Facultad de Economía donde laboraba como maestro e investigador. Me recibió con contenido gusto, y fue, quizá algo parco conmigo, teníamos muchos años de distanciamiento. De hecho antes, una tarde me tope de frente con él en el parque Juárez, iba de la mano de Meche, y yo instintivamente me cruce a la otra calle,  huyendo casi. 

Una vez reanudada nuestra amistad él me hablaba todas las noches por teléfono para platicarme, sobre su reducido y amargo entorno existencial.  

-“Ya no quiero hacer nada, tengo un gran cansancio y agotamiento, no tengo ganas de vivir, estoy muy enfermo. No quiero leer, no quiero hablar”… En otra llamada cerca de la medianoche me pidió que fuera a su casa a visitarlo porque le urgía hablar conmigo y yo me asusté y me negué, porque consideré una imprudencia ir a tocar a esa hora a su hogar familiar. Posteriormente, él me reveló que lo maltrataban y que “lo peleaban” y que necesitaba que  alguno de sus amigos Lorenzo Hernández o Claudia Bandala lo lleváramos a  otra  casa  a vivir. Así se derivó  que  Citlali  fuera  por él a rescatarlo  en un operativo muy radical.        

 

JUGARRETAS POLÍTICAS  Y PORRISMO

 

En tiempos de su rectorado, Bravo Garzón era  todopoderoso en las Lomas del Estadio de Xalapa. Quizá, le jugaba a veces chueco su secretario general Rafael Arias Hernández, obsesionado con  el  control de los medios,  esto debido a los muy intensos  tiempos políticos  en los que  se recrudeció el antagonismo del rector con el secretario de gobierno de don Rafael Hernández Ochoa, el sagaz Carlos Brito Gómez, disputándose ambos personajes los siniestros manejos  estudiantiles comandados por los líderes juveniles de entonces, que en los setentas todavía conservaban mucho poder como resquicios del movimiento del 68 y que con Luis Echeverría en la presidencia de la República dispuesto a todo tipo de concesiones, facilitó el empoderamiento  estudiantil , que en muchos casos   devino en porrismo.

Bravo, consideraba que  “la verdadera universidad tiene tres funciones sustantivas: la docencia, la difusión y la investigación. Si no se cumplen las tres reglas de oro en realidad no estamos hablando de universidad, estamos hablando en todo caso de negocios. La universidad hace una labor social que no es propiamente académica sino que genera una compensación natural con las clases económicamente más débiles al ofrecerles una educación y una capilaridad social muy rápida. La capilaridad social en términos generales se da en tres o cinco generaciones y aquí es en una. De esta manera hay estudiantes universitarios cuyos padres son analfabetas, esto hace una diferencia muy grande. Una vez platicando con el ex presidente Luis Echeverría, cuando hicimos el pacto de la descentralización para que me apoyara con los edificios, le dije “¿Qué prefiere, universitarios o guerrilleros?”. 

“La juventud se manifiesta no necesariamente con violencia, lo hace cuando ya no tiene otra salida,  pero sí exige, ¿quien de joven no ha sido exigente y ha peleado contra la autoridad del padre, contra la autoridad del estado?, después va entrando en la madurez y cambia su perspectiva de las cosas, pero yo creo que la protesta es natural en la juventud”, opinaba.

 

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CONTINUARÁ…

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