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Resurrección

Superiberia

Por Catón   / columnista

Un señor entró en el local y le dijo al encargado: “Quiero una docena de rosas rojas”. “Perdone, caballero –contestó el empleado-. No se encuentra usted en una florería: ésta es una clínica especializada en vasectomías y circuncisiones”. “¡Vaya! –se molestó el señor-. ¿Entonces por qué ponen flores en el escaparate?”. Respondió el individuo: “¿Qué nos sugiere usted que pongamos?”… Babalucas iba en un crucero y quiso conocer al capitán. Le pidió a uno de los miembros de la tripulación: “Dígame dónde está el capitán del barco”. “Por babor” -le dijo el marinero. “Perdone -se disculpó apenado el badulaque-.

Por babor dígame dónde está el capitán del barco”… Un raterillo apodado el Cacomixtle fue acusado del robo de una bicicleta. Le preguntó el juzgador: “¿Por qué lo hiciste, Caco?”. Explicó el ladrón: “Todo se debió a una lamentable confusión, señor juez. Vi la bicicleta recargada en la barda del cementerio y pensé que sería de algún muertito”… No soy de los que creen que todo tiempo pasado fue mejor. Considero que si se hacen a un lado algunas diferencias de superficie todo tiempo pasado fue igual. La naturaleza humana es la misma ayer y hoy, y la misma será también mañana.

Hay quienes lamentan  que las tradiciones religiosas no sean ya lo que eran antes, y que no se cumplan ahora algunos ordenamientos que antes se obedecían rigurosamente. A mí me alegra, en cambio, que ciertas antiguas imposiciones de la religión hayan desaparecido. Por ejemplo, en algunos países de tradición católica hubo un tiempo en que el padre y la madre no podían besar ni acariciar a su hijo recién nacido hasta no llevarlo a bautizar, pues la doctrina postulaba que antes del bautismo el niño era un pagano en cuyo cuerpo y alma residía el demonio; una especie de pequeño infiel que no merecía ninguna demostración de cariño. Dios es amor. Su muerte en la cruz es la mayor prueba de esa amorosa entrega. Recordar tal sacrificio es importante, pero sin olvidar el júbilo de la Resurrección.

A los días de la cuaresma sigue la inmensa alegría de la Pascua, esa pascua “florida” que en algunas naciones se celebra con mayor gozo aún que el de la Navidad. Debe prevalecer entonces la triunfal pregunta de quienes tienen fe: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”… El paciente se sorprendió. “¿Por qué tan elevado su recibo, doctor?”.  “Es que tenía usted tisis galopante”. “¿Y me está cobrando por kilómetro?”… El hombre del carretón se dirigió a doña Medusia: “¿Tiene botellas de vino que venda?”. La fiera señora contestó indignada: “¿Acaso tengo cara de beber vino?”.

“Desde luego que no -se disculpó el carretonero-. Entonces ¿tiene botellas de vinagre?”… Al salir de misa doña Jodoncia le preguntó a su esposo Martiriano: ¿Viste a doña Sherwina? Anda pintada como coche; parece muñeca japonesa”. “No la vi” –confesó don Martiriano. Inquirió de nueva cuenta su mujer: “Y ¿te fijaste en ese viejo verde, don Libidio, cómo no les quitaba el ojo a las muchachas del coro?”. “Tampoco observé eso” -responde con humildad don Martiriano. “¿Entonces a qué vienes a misa? –se molestó doña Jodoncia-. ¿A estar distraído todo el tiempo?”…

El padre Arsilio llegó a la ciudad en autobús. Iba a predicarles los ejercicios espirituales de Semana Santa a unas monjitas. Les había dicho que al llegar les avisaría que estaba ya en la terminal, a fin de que fueran por él. Marcó, pues, el teléfono del convento, pero al hacerlo se equivocó de número. Preguntó: “¿Hablo a la casa de las Hermanitas de los Pobres?”. “No -le respondió una sugestiva voz de mujer-. Habla usted a la casa de las amiguitas de los ricos”… FIN.

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