Gracias y a pesar de sus detractores, el Pacto por México se ha convertido en la tribuna de los premios y los castigos de una clase política más preocupada en cuidar sus cotos de poder, que en entregar buenas cuentas a sus representados.
Por eso está desatando una competencia inédita de iniciativas entre los partidos, las Cámaras, sus bancadas y las corrientes que coexisten en cada fuerza política.
Y como nunca antes, el Pacto ha orillado a que la izquierda y la derecha se sumen para disputarle el poder al PRI en entidades donde la alternancia aún no llega —quedan diez estados—, pero también para presionar al gobierno de Enrique Peña a campechanear los cambios económicos con los políticos.
Este novedoso intercambio de intereses adquirió relieve el domingo, cuando los dirigentes del PAN, Gustavo Madero, y del PRD, Jesús Zambrano, condicionaron su permanencia en ese mecanismo a la pronta aprobación de la reforma electoral.
Sabedores de que ninguna reforma constitucional tiene futuro sin el respaldo de alguno de esos dos partidos, ambos duplicaron su fuerza frente al gobierno al anunciar en mancuerna que sólo le entrarán a las reformas energética y hacendaria, si antes se formulan nuevas reglas para la competencia del voto y el ejercicio del poder.
Conscientes de que se irán a los extremos cuando llegue la hora de meterle dinero a Pemex, Madero y Zambrano hicieron su pacto sobre el Pacto: supeditar las reformas económicas a la formulación de un nuevo tablero electoral.
Es un pacto sobre el Pacto que, además, obliga al PAN y al PRD a encarecer el voto de sus diputados y senadores en el momento de construir mayorías con el partido gobernante.
Esa capacidad de no despilfarrar la fuerza partidista fue escenificada por Madero al presentar el jueves los lineamientos de su reforma energética.
Porque al anunciar que los panistas están dispuestos a cambiar la Constitución para dar paso a las inversiones privadas y extranjeras en todas las fases de la industria petrolera, el dirigente blanquiazul confirmó que la moneda de cambio se llamará reforma electoral.
Es un fenómeno plagado de paradojas. Mientras los priistas lograron construir en 12 años su regreso a Los Pinos mediante el rechazo a las principales apuestas de cambio de los gobiernos blanquiazules, el Pacto consiguió en menos de ocho meses que lo importante sea la hiperactividad política.
Surgido un día después de que Enrique Peña asumió la Presidencia, el Pacto está obligando a sus firmantes —gobierno, PRI, PAN y PRD— a reclamar, proponer, acordar, negociar, patalear, exigir, dialogar, consensuar, firmar, exhibir, pedir, ceder.
Esto significa que el Pacto aceita el círculo virtuoso de la política o de la grilla si seguimos en el regateo a cualquier mérito a los personajes de la vida pública.
Otra paradoja a destacar es que cuando se endurece la crítica hacia Madero y Zambrano, el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, más se empeña en declarar lo mucho que el gobierno está dispuesto a escuchar, a modificar y a dar, con tal de que la mesa del Pacto siga reuniéndolos a todos.
De modo que mientras los líderes de opinión y los caricaturistas se burlan de las gestiones de los dirigentes opositores, el titular de la Segob anuncia el sí a “una reforma electoral que deje contentos a todos”.
Pero también los críticos del Pacto, como el senador Ernesto Cordero, quienes canalizan sus energías en convertirse en interlocutores privilegiados en esa mesa de negociaciones.
Otros como el ex gobernante capitalino Marcelo Ebrard han emprendido ya un golpeteo contra ese mecanismo. No es para menos. Sabe que de seguir funcionando como hasta ahora, los pactistas ampliarán sus cotos de poder.
En silencio, los gobernadores esperan el descarrilamiento de este Pacto que los tiene en la mira, como los principales destinatarios de una reforma electoral encaminada a estrechar sus márgenes de operación.
Se trata, sin embargo, de una oportunidad de oro para el gobierno de Peña: acotar los poderes no escritos de las autoridades estatales en nombre del Pacto.
“No podemos permitir que se nos rompa el mejor instrumento político de los últimos 30 años”, le dijo el secretario Osorio Chong al periodista Joaquín López-Dóriga.
Formados en la cultura del agandaye, el mayoriteo y el asambleísmo, los críticos a la oposición pactista repiten diariamente el lugar común de que Madero y Zambranoquieren convertir el Pacto en su rehén.
Es al revés: víctimas de su propio éxito, los firmantes, incluidos el Presidente y su secretario de Gobernación, se han vuelto rehenes del Pacto.
Necesitan confirmar ahí sus votos y sus vetos.
Y resguardar así sus cotos de poder.
Por eso, hasta los antipacto, de palabra, hablan de abandonarlo, de salirse.
Porque el Pacto anda en boca de todos y goza de cabal salud.