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REGAÑADOS

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En temas menos terrenales, pero no por ello menos certeros, está la visita del Papa Francisco realiza a México y quien ocupó el primer día de su recorrido para dos cosas: condenar la corrupción desde el corazón de la misma, el Palacio Nacional, sede del gobierno mexicano, y para regañar a los obispos por su pasividad e indiferencia ante el sufrimiento que vive el pueblo mexicano por el azote del narcotráfico.

 

 No son cosas menores pues quien emite las sentencias es un personaje que muchos reconocen como guía moral y cuyas palabras tienen el poder de difusión masiva en los medios informativos. En pocas palabras, el pontífice es un altavoz que no puede ser contradicho por los mimos aludidos.  Al reunirse con el presidente Enrique Peña, su esposa, la actriz Angélica Rivera, y los integrantes de la clase política de México, emitió palabras lapidarias:

 

 “La experiencia nos demuestra que cada vez que se intenta el camino del privilegio o del beneficio para unos pocos a expensas del bien de todos, tarde o temprano, la vida social se convierte en un caldo de cultivo para la corrupción”. O sea, el pontífice romano habló de cuerdas en casa del ahorcado pues si hay un nido más grande de corruptos ese es palacio nacional y si hay dos personajes que son icono en escándalos de corrupción es el mismo Peña Nieto y su esposa con su Casa Blanca. ¿No creen?

 

 También trató con el mismo látigo a los obispos a los que les pidió “no tener miedo a la transparencia” y les exigió dejar de trabajar en la oscuridad. Vaya que les sabe sus cosas a los ensotanados, al grado de conminarlos a hacer una “conversión pastoral”. ¿Qué significa esto? Que les dijo que no son pastores verdaderos, que no imitan el ejemplo de Cristo, El Buen Pastor, y que deben dejar de estar coludidos con los lobos para ponerse a cuidar y defender el rebaño.

 

 Pero quizás el mensaje más importante que ha emitido Francisco en estos días fue ese que dirigió a los obispos frente a la realidad que padecen todos los mexicanos de violencia y muerte provocadas por el narcotráfico. A ellos les pidió no minimizar ese problema y ser profetas ante tal situación. Tener “coraje profético”, les dijo, es decir, anunciar y denunciar, no refugiarse en “condenas genéricas”. No recurrir al discurso fácil para desligarse del asunto como hace la mayoría de los religiosos en el país.

 

 Les ordenó acercarse a las familias y a la periferia humana -entiéndase: a los más pobres y débiles. Y ojo, condenó directamente a todos los que están inmersos en el narcotráfico sea directa o indirectamente, y los que definió como esos quienes “delante de Dios siempre tendrán las manos manchadas de sangre, aunque tengan los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”. En breve: condenados ante el juicio de Dios.

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