Estamos haciendo una reforma política muy rica en alboroto y muy pobre en alcances. Federalización de las elecciones porque se dice que los gobernadores se las roban. Si les gusta robarse algo, creo que la solución sería otra, no quitarles atribuciones e ir desapareciendo el régimen federal.
Por otra parte, anulación total e impedimento de contienda por exceder límites de gastos y no por robar votos es imponer la pena capital electoral por razones oblicuas y no frontales. En lo electoral, gastar no es sinónimo de ganar. Richard Morris da cuenta de que la gran mayoría de los candidatos que más gastaron, perdieron la elección presidencial de Estados Unidos.
Quienes a ésta la llaman “reforma política” dejan la impresión de que no saben lo que significa reformar y de que no entienden lo que es la política.
Sin embargo, todas las generaciones se han engreído con sentir que viven en el momento estelar de la humanidad. Ello es legítimo porque casi toda la historia ha sido una constante de mejoría, progreso y perfeccionamiento. Lo que sí es engañoso es olvidar que, en todas las épocas, ha existido la modernidad, la innovación, la vanguardia, la avanzada, la primicia, el invento o el descubrimiento.
El fémur animal que un cavernícola utilizó como la primera arma fue, en su tiempo, una tecnología de punta que cambió su vida y su destino, así como el de toda su especie. Más tarde, ese homo faber se llamaría zoon politikon. Ya no fabricaría mazos sino confeccionaría estados.
Por eso, nuestra evolución ha confinado muchas hazañas tecnológicas de cada época al incinerador del olvido. Allí han perecido la ballesta y la carreta, el fórceps y la sangría, la Inquisición y el feudo, la cruz de los romanos con su altísima tecnología, así como su avanzadísimo látigo de cinco colas. Pero, también, se han atesorado muchos inventos y descubrimientos que siguen vigentes y hacen nuestro mundo más civilizado que hace siglos.
Los abogados seguimos estudiando, en la escuela, el derecho romano de hace 25 siglos y aplicándolo todos los días en nuestra vida profesional. La filosofía helénica nos sigue prestando el modelo aristotélico de silogismo, de sofisma, de dilema y de disyuntiva. El Estado moderno ya cumplió 250 años y es posible que sobreviva otro tanto. La numerología árabe y el alfabeto latino siguen vigentes a través de los milenios.
Pero hoy vivimos en una era plena de revisionismo. Todo lo tenemos en duda y ya no sólo dudamos del futuro, como lo han hecho todas las generaciones sino que, también, dudamos que la historia haya sido como nos la han contado.
En lo político, existen dudas razonables sobre si la soberanía, la libertad o la democracia sirven al hombre o lo perjudican. Por eso, muchos creen que, en el futuro, habrá cambiado la noción del Estado o, incluso, habrá cambiado el Estado. También están a revisión la cultura, la educación, la salud, la comunicación, la guerra, la moral, la religión y la vida misma. Es parte de nuestra obligación generacional aplicarnos a ello. Para preservar, para rectificar, para diagnosticar, para refrendar o para remitir. Para preguntarnos lo que deba o no sobrevivir de nuestra existencia.
No estamos seguros si forjaremos alguna idea, algún sentimiento, alguna obra o algún descubrimiento que sirva en el porvenir de las generaciones. ¿A cuáles de nuestros actuales políticos querrán imitar nuestros hijos? ¿A cuál honrarán y homenajearán nuestros nietos? ¿Qué aportación nuestra será materia de estudio en las universidades del futuro?
No lo sé, pero me atemoriza que nada de nosotros valiera ser perpetuado. Que nuestro sistema electoral, nuestra reforma energética, nuestra educación, nuestro tesoro, nuestra diplomacia, nuestra justicia y nuestro agro fueran a parar a la hornaza de lo inútil junto con la carabina de Ambrosio, la diligencia de Apam y el biombo de Martín Quiroga.
Se cuenta que hace muchos años y después de muchas humillaciones surtidas por los ingleses, John Adams arrojó sobre el escritorio de William Pitt unos papeles recién escritos en su país, mientras le decía: “Primer ministro, lea este documento que cambiará la historia del mundo. Se llama Constitución de los Estados Unidos de América. Ya no somos los simples granjeros que usted nos considera. Hemos fundado una nación que jamás desaparecerá y hemos inventado un sistema que será copiado por muchos”. Abraham Lincoln repetiría esa profecía en su discurso de Gettysburgh.
En efecto, esos campesinos sin libros ni maestros ni escuelas inventaron la república constitucional, fórmula suya hoy adoptada por cuatro de cada cinco países del orbe. Una vez más, esos homo faber se convirtieron en zoon politikon. En muchas naciones y en la nuestra han existido generaciones de punta. La historia de la humanidad es una hazaña, decía Benedetto Croce. Ojalá que nuestra generación y el tiempo que nos tocó vivir ocupen aunque fuera una sola página de la historia futura.