Los excesos del poder del Estado mantienen indefensos al ciudadano y convierten la ley en instrumento de caprichos.
Durante 80 años la sociedad mexicana consideró válido y universal el lema usado obligadamente en todos los escritos oficiales: “Sufragio efectivo. No reelección”. En cuatro palabras se resumía el ideario, objetivos y doctrinas base del movimiento armado surgido en 1910 y resultado como la esencia de las doctrinas sociales emanadas de la Revolución. Sustentante de la Constitución de 1917, hoy modificada y vuelta irreconocible al punto de permanecer aún en los archiveros de lo inédito y no existir la edición oficial reconocida ni para el uso y apoyo del Poder Judicial ni de los numerosos Tribunales responsables de aplicar la justicia en la geografía nacional.
De pronto, la Cámara de Senadores decide derrumbar la no reelección y la aprueba, exceptuando del beneficio al Presidente de la República y a los gobernadores de las entidades federativas.
Abogados, estudiosos y políticos consideran el regreso de la reelección como un “albazo” porque ni los partidos políticos y menos el juicio público fueron avisados o prevenidos sobre la discusión de un tema fuera de la agenda de necesidades e inquietudes sociales.
La decisión inesperada del Senado tiene olor a cortesanía, a la conveniencia individual de quienes no quieren separarse de privilegios del poder jamás y que, una vez en sus manos, no están dispuestos a soltarlo y menos a someterse al mandato de convocar a elecciones para que otros ciudadanos aspiren a sucederlos.
No es prejuicio la sospecha de pisar ya los dinteles de una autocracia mal escondida en los excesos retóricos de promesas incumplidas, mientras los múltiples brazos de la pobreza nos envuelven y nos reducen al estéril conformismo.
En minutos, los senadores se volvieron amnésicos y se les borró de la memoria los tormentosos años de la primera década del siglo pasado, cuando la dictadura porfirista provocó el gran descontento popular, manifestado hasta en un partido político antirreeleccionista. Allí nació la resistencia y la decisión del ciudadano común de tirar al porfiriato y regresarle la genuina soberanía al pueblo como todavía lo señala la Constitución.
La historia registra un prolongado camino de lucha intestina, sangrienta, poblada de episodios dramáticos, con la fuerza para extender la batalla por todo el territorio patrio al costo final de un millón de muertos. En esa nuestra historia, desde 1910 hasta 1935, el país vivió y aportó ideas de innovación y búsqueda por encontrar las avenidas de progreso y convivencia pacífica, capaces de construir las instituciones aseguradoras del entendimiento y de la estabilidad política.
El propósito se consiguió y germinó en un sistema político capaz de conseguir mediante el voto a más de una docena de presidentes constitucionales.
México ha sufrido y se ha esforzado por hacer vivir la libertad del ciudadano y de cada comunidad. Su basamento ha sido el principio de la no reelección, por generar un hecho indiscutible: el poder es del pueblo.
Las progresivas pérdidas de derecho, de tranquilidad social y tener gobiernos locales impotentes frente a las degradaciones económicas en nuestra vida cotidiana, los partidos políticos ya convertidos en cómplices, se muestran incapaces de encabezar la protesta ciudadana contra los excesos del poder.
Vaya, la reelección es contraria a la voluntad popular acreditada en 80 años de experiencia. ¿O no, estimado lector?