México, D.F.- La mañana del domingo 1 de julio de 2012, Felipe Calderón se levantó temprano, como acostumbraba, para hacer un poco de ejercicio en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, cerca de Los Pinos. Recibió reportes de la situación en el país y desayunó en familia.
A las 11 de la mañana, los secretarios del gabinete de seguridad —Marina, Defensa, Seguridad Pública y PGR, encabezados por Gobernación— se reunieron con el presidente de la República para un primer corte.
Las entidades más preocupantes por los altos índices de inseguridad y las amenazas del narcotráfico eran monitoreadas directamente por el Ejército y la Marina. Tamaulipas era una de ellas.
Solo, Calderón se quedó largo rato en su despacho.Rocky y Laster, sus perros consentidos, paseaban por los jardines sin asustar, como era su costumbre, a los funcionarios a quienes de pronto se les aparecían entrando por las ventanas volando. A la una de la tarde pasó por su esposa al hospital del Estado Mayor Presidencial, justo enfrente de la escuela donde votaron acompañados de sus hijos.
Pero Calderón ideó una estrategia desde semanas antes del día de la elección -que hoy cumple un año-, para tratar de controlar a los gobernadores en la jornada electoral, o al menos saber qué hacían.
Para ello envió a la mayoría de secretarios de Estado a “acompañar” durante todo el día a los gobernadores. La instrucción presidencial era precisa: estar a lado de los mandatarios estatales “por lo que se pudiera ofrecer”, argumentaron en Los Pinos a las oficinas locales.
En realidad, Calderón Hinojosa quería dar un mensaje desde la Presidencia de la República de que estaría atento a irregularidades.
Según fuentes consultadas, Calderón dijo a los gobernadores que contar con un enviado personal suyo significaría tener un contacto de primera mano por cualquier eventualidad.
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