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¿Quiénes serán los nuevos líderes?

Superiberia

Vivimos un momento interesantísimo en cuanto a la política partidista. En el PAN, 12 años en el poder transformaron a una institución diseñada para estar en la oposición, y que no alcanzó a formarse una nueva identidad como partido gobernante. Los resultados están a la vista: el PAN vive sacudido por luchas intestinas entre dos bandos que parece no saben atender sino el corto plazo. De otra manera, ¿alguien tiene claro, en términos de doctrina, lo que tiene enfrentadas a las diferentes facciones? ¿Existe algún problema de fondo, de concepción de gobierno, de ideas sobre cómo hacer de la nuestra una nación más próspera? ¿O son solamente escaramuzas para discernir los recursos y el poder implícito en cada cargo?

Por otro lado, el PRD se encuentra, de nuevo, a la deriva. El partido sólo ha sido capaz de producir dos mandos relevantes, que han sido sus únicos candidatos a la Presidencia de la República. El ingeniero Cárdenas perdió tres veces consecutivas, mientras que López Obrador lo ha hecho en dos ocasiones. En 2018 llevarán 30 años de derrotas, algunas de ellas verdaderamente frustrantes. Así, las tribus que conforman este instituto político han aprendido a repartirse el poder y los recursos a que tienen acceso, y en consecuencia algunos gobiernos locales, como el del Distrito Federal, tienen una relevancia aún mayor a la inherente a sus propias funciones.

El PRI tiene ante sí el reto no sólo de gobernar, del ejercicio del poder, sino de llevarlo a buen término. Y buen término, en una época como la que vivimos, significa entregar los resultados suficientes para que el electorado vuelva a confiar en ellos, así como recuperar los espacios que ha ido perdiendo. Para esto, la disciplina y la institucionalidad son fundamentales pero, como siempre, la tentación por sobresalir será demasiada para quienes creen tener los tamaños suficientes para aspirar a algo más en las elecciones por venir.

López Obrador, por su parte, sabe que ésta puede ser su última oportunidad para acceder al poder que tanto anhela. Por lo mismo, quemará las naves en el intento de recobrar una posición de influencia que lo convierta en el referente, primero, en temas de corte energético-nacionalista, para tratar de erigirse en la autoridad moral que le permita llegar a la Presidencia de la República en su tercer intento. Aunque, también, debe ir pensando en qué va a hacer con todo el capital político que ha acumulado en el momento en el que ya no pueda contender por motivos de edad o de salud. De otra manera, ¿quién lo sucedería?, ¿el joven Encinas? ¿Hay alguien que pueda tomar el estandarte del Mesías Tropical y continuar con su legado?

La reforma energética es una oportunidad extraordinaria para conocer y entender los reacomodos al interior de cada partido. Tenemos sobre la mesa, por primera vez en décadas, un tema que sabemos fundamental y que estamos decididos a abordar. Tenemos propuestas de todos los colores en el espectro político, que convergen en la necesidad de tomar acciones que nos permitan convertir el foco de corrupción que es Pemex en una empresa que sea motor del desarrollo de México. Tenemos incluso la atención del ciudadano promedio, que tiene acceso a información suficiente para formar su propio criterio. Y tenemos políticos que, en apariencia, están dispuestos a debatir al respecto. ¿Hace cuánto tiempo no estábamos en una situación similar?

La reforma energética debería ser no sólo motor del desarrollo nacional, sino del despertar de los debates, del arribo de los acuerdos. Debería ser el punto de partida para llegar, por fin, a la política verdadera, la política del intercambio de ideas y el surgimiento de los liderazgos que hoy en día están ausentes. La reforma, y todo lo que la rodea, nos dará una idea clara de quién es quién en cada partido, sus limitaciones y oportunidades. Su ideología, su institucionalidad, su manera de resolver conflictos concretos. La vocación al diálogo, la capacidad de negociación. Con los líderes que comiencen a surgir en éste, el primer ejercicio de debate real sobre un tema concreto en años, llegaremos a la próxima elección presidencial. En otras palabras, en estas discusiones se inician los bosquejos de quiénes podrían ser los protagonistas de la vida política nacional en un mediano plazo.

Las elecciones presidenciales pasadas denotaron el hartazgo general por un estilo de gobierno poco dado a escuchar, y rectificar, así como a la oposición vociferante y de cajas destempladas. La estrategia priista de presentar como base de campaña una serie de compromisos firmados, y en buena parte ejecutados, dio la esperanza al electorado de poder contar con políticos que dieran resultados, a pesar de la leyenda negra del regreso del PRI al poder. 

Bien harían no sólo quienes se encuentran en la oposición, sino quienes ejercen el gobierno, en entender el mensaje que la ciudadanía emitió en las urnas: queremos resultados, queremos acciones concretas que promuevan el desarrollo en todos los campos de la vida nacional. Queremos gobiernos que nos escuchen, y no políticos que sigan creyendo solamente en lo que les dicten las voces en su cabeza. Y para eso, para ofrecer resultados y no optar por la parálisis completa, para dialogar y lograr acuerdos, para encontrar el escaparate perfecto que dé lucimiento a la nueva clase de políticos que requiere el país, esta es una ocasión perfecta. Ojalá que la aprovechen.

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