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¿Quién se acuerda?

Superiberia

 

Hay enfermedades que conducen, inexorablemente, al declive de quienes las padecen. Algunos tipos de cáncer, el mal de Parkinson, el Alzheimer. Este último, además, suele ser impresionante por el contraste que arroja entre las condiciones normales del individuo y las resultantes del padecimiento.

Ejemplos hay muchos. Iris Murdoch, Charlton Heston, Adolfo Suárez. El más notable, sin embargo, es el de Ronald Reagan. El expresidente norteamericano fue diagnosticado en agosto de 1994, aunque según algunas versiones el deterioro neurológico podía advertirse desde tiempo antes, en entrevistas y apariciones en público.

Reagan murió, a resultas de una neumonía y de la progresión natural de la enfermedad, hace diez años, mismos que se cumplen en esta semana. El Alzheimer se cebó con el gran enemigo del comunismo, quien poco a poco fue perdiendo la capacidad de reconocer a sus seres queridos o recordar los acontecimientos históricos en los que estuvo involucrado y, finalmente, terminó sus días en un estado de semiaislamiento al lado de su esposa.

La enfermedad suele manifestarse, en sus primeras etapas, con la pérdida de la memoria de corto plazo. Esto es, la dificultad para recordar hechos recientemente acontecidos y asimilar correctamente información nueva: sin embargo, no todas las capacidades relacionadas con la memoria son afectadas de la misma forma. Por lo general, los recuerdos antiguos de la vida personal persisten, así como aquellos referentes a los hechos aprendidos o a la manera de hacer algunas cosas, aunque éstos terminan perdiéndose conforme progresa el trastorno. Reagan pasó por todas estas etapas hasta su deceso, mismo que, según su esposa Nancy, pudo ser acelerado por la caída que sufrió de un caballo, el 4 de julio de 1989, en un rancho cercano a Cananea, en nuestro país, y que presuntamente agravó su padecimiento.

Es evidente que el hecho de que la caída haya ocurrido en México no tiene nada que ver con la gravedad de la misma. Lo que no deja de ser notable es que, justo a diez años de su fallecimiento, parece que estamos ante unos síntomas similares a los que se manifiestan al inicio de una enfermedad que, entre seres humanos, no tiene remedio.

México muestra los síntomas iniciales del Alzheimer. La afirmación deja de ser aventurada cuando observamos la pérdida de memoria de corto plazo: en esta semana se cumple un aniversario más, el quinto, de la terrible tragedia de la Guardería ABC, en la que 49 niños pequeños perdieron la vida entre llamas, y más de 70 sufrieron heridas que los acompañarán por el resto de su existencia. ¿Quién se acuerda ahora de los niños que murieron en una bodega industrial? ¿Quién conoce las razones que propiciaron el incendio? ¿Quiénes fueron los implicados, quiénes fueron los responsables, quiénes están pagando ahora las consecuencias de un acto no sólo irresponsable, sino eminentemente criminal? Nadie. Absolutamente nadie se acuerda y, quienes deberían estar purgando una sentencia en presidio, se pasean ahora como si nada hubiera ocurrido.

Hay muchos ejemplos más. La semana pasada, sin ir más lejos, el presidente Peña entregó, en un acto oficial, viviendas a quienes fueron afectados por las lluvias torrenciales de septiembre pasado. Carreteras destruidas, comunidades enteras que fueron borradas del mapa entre los lodos de la naturaleza y aquellos de la corrupción humana. Pero ahora nadie parece recordar que la tragedia pudo haber sido, si no evitada, mitigada en gran medida. O bien, ¿alguien sabe qué ha pasado con quienes permitieron los asentamientos en el curso natural de las aguas? ¿Quiénes fueron los que medraron con la necesidad elemental de vivienda y condenaron a miles de personas a vivir en lugares que no reúnen las condiciones mínimas de seguridad? Y, sobre todo, ¿cuántas comunidades, en todo el país, siguen asentadas en lugares que representan un riesgo constante? ¿Alguien ha hecho algo para deslindar responsabilidades, o para evitar que las tragedias vuelvan a ocurrir? ¿Nos hemos preparado para hacer frente a los desastres naturales que, inevitablemente, seguirán pasando? ¿Los servicios de alerta, emergencia, o protección civil, han mejorado en los meses que han transcurrido? Al parecer, todo el mundo ha olvidado el riesgo constante al que buena parte del territorio nacional está expuesto.

Podríamos llenar páginas y páginas hablando de la pérdida de memoria de corto plazo. Fenómenos naturales; líderes sindicales corruptos; partidos políticos que regresan al poder —o a la oposición—; iluminados que preparan su tercera campaña presidencial sin entender que su hipotético momento pasó hace mucho tiempo. Sin embargo, lo preocupante es que, como ocurre con el Alzheimer, hemos olvidado lo reciente pero conservamos los recuerdos antiguos de la presidencia imperial, la percepción del lugar irrelevante que ocupamos en el concierto mundial, o la manera corrupta de hacer que los asuntos funcionen en este país. Somos expertos en olvidar las malas experiencias recientes, pero en recordar las prácticas que han propiciado que aquellas ocurran.

México es un país con mala memoria y atención dispersa. El campeonato mundial de futbol comienza en unas cuantas semanas, y los temas importantes pasarán a segundo plano de inmediato. ¿Es posible seguir así? ¿Es posible que sigamos olvidando, en vez de aprender? ¿Es posible que México sea un país de memoria corta y males eternos? El Alzheimer, entre personas, no tiene cura. Entre sociedades, de nosotros depende.

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