Hoy, en una carrera por quedar bien con el poderoso en turno, los gobernadores se afanaron para que el Congreso del estado que gobiernan y unos desgobiernan, aprobara antes que cualquier otro, con una rapidez inusitada en la práctica legislativa —más en tratándose de reformas constitucionales—, la Reforma Energética.
Esto, con el objetivo de ser los primeros en mostrar su obsecuencia (“Sumisión, amabilidad, condescendencia”) materia ésta que dominan a la perfección. Este proceder, lejos de prestigiarlos —a ellos y los legisladores locales y al Congreso del Estado—, los degrada por el servilismo exhibido.
Nada de explicar el impacto de lo aprobado por el Congreso de la Unión; mucho menos dar a conocer la significación de habernos atrevido a tocar la Constitución en una actividad que lo que ha producido no es crecimiento económico, sino millonarios producto de la corrupción sin control alguno que priva en Pemex y CFE, además de habernos convertido en conformistas fiscales.
La búsqueda de la modernidad que subyace en la Reforma Energética, en modo alguno se vio reflejada en lo que han hecho no pocos gobernadores; por el contrario, mientras aquélla ve al futuro, la conducta de aquéllos y los legisladores locales se refugia en una época que uno supondría superada, la del dorado autoritarismo.
Para que México pueda entrar de lleno a un proceso de cambio real y efectivo el cual, después de varios años de trabajo sistemático y permanente que nos dé reformas similares a la Energética nos convertiría en un país moderno, la clase política debe ver al futuro y con esta visión normar su actuación.
En tanto tengamos gobernadores y legisladores locales como los que aprobaron a velocidad supersónica la Reforma Energética y se comportan como chiquillos en la primaria que levantando la mano gritan —para atraer la atención del profesor—: “¡A mí, profe, a mí, pregúnteme, profe!”, las cosas no van a salir bien.
De la misma manera, mientras los “partidos de izquierda” continúen proponiendo porros y vándalos junto con cartuchos quemados y los frustrados de siempre como candidatos a legisladores, el Poder Legislativo será incapaz de darnos la transformación jurídica que nos urge.
Ahora bien, aquellos que “aprobaron la Reforma en tiempo récord”, no quieren que les pregunten y menos que los pongan a explicar a sus gobernados su importancia y significación porque, de ella ignoran casi todo; lo único que pretenden con la aprobación apurada, es más simple, quieren demostrar su fe peñista y decir: “Señor Presidente, yo la aprobé primero”.
Por otra parte, la Reforma tardará un buen tiempo en mostrar sus bondades y, sólo si hiciéremos la tarea en materia de legislación secundaria y hubiere firmeza y decisión para concretarla, veríamos sus beneficios.
Sin embargo, por encima de esto hay algo que vale la pena señalar; de entrada, la decisión del presidente Peña Nieto para concretar lo que a muchos parecía imposible, y segundo, me parece que es lo de más trascendencia e importancia para la modernización del país, demostramos que se puede reformar la Constitución y el mundo no se cae a pedazos.
¿Qué sigue ahora? No dejar de pedalear, seguir con las otras reformas constitucionales que nos urgen.