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Que compre pan de centeno

Superiberia

Por: catón / columnista

El bolso de las mujeres –de cualquier mujer- es un pozo sin fondo, un insondable mar, un universo infinito e ilimitado. En él caben todas las cosas de este mundo, y algunas más. A veces ni su propia dueña puede encontrar ahí lo que de pronto necesita. Mi esposa busca en su bolso una moneda para gratificar al empleado del estacionamiento, y tarda tanto en dar con ella que cuando por fin la halla el muchacho ya completó su turno de trabajo y se fue a su casa. En esa bolsa quisiera estar yo cuando me busque el diablo. Nadie tome mi comentario a misoginia, sino a rendida admiración: no cualquiera puede meter el cosmos en una bolsa y llevarlo consigo a todas partes. Digo esto como introducción al cuento intitulado: “El día que Curro, Frasquito y Pacorro hurgaron en los bolsos de sus esposas”. Lean mis cuatro lectores esa historia después de las tres narraciones que ahora siguen… Don Languidio Pitocáido tenía problemas serios de disfunción eréctil.  Un compañero de trabajo le recomendó: “El pan de centeno es bueno para vigorizar el atributo varonil. Come ese pan y verás”. De inmediato fue don Languidio a una panadería y le pidió a la dependienta: “Deme una barra de pan de centeno”. Le preguntó la chica: “¿La quiere entera o en rebanadas?”. Inquirió don Languidio: “¿Cuál es la diferencia?”. Repuso la muchacha: “En rebanadas se le endurece más pronto”. “¡Caramba! –exclamó don Languidio volviendo la vista a los lectores-. ¿Por qué todo mundo sabe eso, menos yo?”… De Capronio conocemos bien dos cosas. La primera: que es un sujeto ruin y desconsiderado. La segunda: que no quiere nada a la madre de su esposa. Ayer un cierto amigo suyo le preguntó con intención: “¿Qué me cuentas de tu señora suegra?”. Respondió el bellaco: “Está en la cama con una enfermedad muy rara”. “¿Peligrosa?” –inquirió el otro. “No –contestó Capronio-. La enfermedad le ha quitado la peligrosidad”… Un recién casado le contó a su socio: “Me fue muy mal en mi noche de bodas. Después de hacer el amor, mi costumbre de soltero me hizo sacar mil pesos de la cartera y dárselos a mi señora”. “¡Qué barbaridad! –se consternó el amigo. “Y eso no es nada –remató el otro-. ¡Ella me entregó 200 pesos de cambio!”… Sigue ahora el cuento que arriba se anunció… Tres amigos, Curro Frasquito y Pacorro, fueron con sus respectivas esposas a un centro comercial. Disfrutaron un cafecito, y como los maridos no daban trazas de terminar la charla las señoras les dijeron que les cuidaran sus bolsas mientras ellas iban al pipisrúm. Tan pronto se retiraron dijo Curro: “Siempre he sentido la tentación de saber qué llevan en su bolso las mujeres”. Le sugirió Frasquito: “¿Por qué no ves lo que en el suyo trae tu esposa? Todas deben traer más o menos lo mismo”. “Buena idea” –aceptó Curro. Y así diciendo procedió a mirar dentro del bolso de su señora. Lo primero que vio en él fue una cajetilla de cigarros. “¡Jo! –exclamó desconcertado-. Tengo 5 años casado con mi mujer, y hasta hoy me entero de que es fumadora”. El hallazgo incitó la curiosidad de Frasquito, que abrió en seguida la bolsa de su cónyuge. Para su sorpresa vio que traía en ella una anforita de brandy. “¡Jolines! –profirió alarmado-. Tengo 10 años casado con mi mujer, y hasta hoy me entero de que es alcohólica”. Pacorro, intrigado por lo que en el bolso de sus esposas habían encontrado sus amigos, abrió el de la suya. Se quedó biquiabierto al ver dentro de la bolsa un paquetito de condones. “¡Joder! –prorrumpió ya sin recatar la interjección-. Tengo 15 años casado con mi mujer ¡y hasta hoy me entero de que es hombre!”… FIN.

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