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Primer año

Superiberia

Recuerdo que hace un año, un día después de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de México, hablé en Política Ficción con Rosario Robles. Fueron minutos antes de la histórica firma de un pacto político que definiría el trabajo legislativo de los meses que siguieron. En aquel entonces, vía telefónica tenía a una recién llegada secretaria de Estado, colocada al frente de la cartera de Desarrollo Social. Fue su regreso a la vida política nacional después de varios años de trabajo fuera de esta plataforma. Una secretaria entusiasta, por el regreso y porque, en efecto, minutos después estaría en la firma de lo que conoceríamos como el Pacto por México. Pero no sólo ella veía con entusiasmo aquel momento, el resto de las fuerzas políticas se sumaban con el mismo semblante a esta estrategia que representaría un camino distinto para una Presidencia que se antojaba complicada. Ya era el segundo día, y se tenía el antecedente de los conflictos generados por las protestas de aquel 1 de diciembre.

Al regreso del PRI a Los Pinos no se le auguraba un camino terso. La oposición tendría lupas de todos tamaños sobre el Ejecutivo. El Pacto llegó como una herramienta para legitimar que no sería una Presidencia como las que conocimos durante 70 años. El Pacto se definía como un logro del acuerdo, del diálogo. Se inició el sexenio intentando posicionar a un gobierno más incluyente, hasta se vio con buenos ojos cuando se incorporó a Manuel Modragón a las filas del gabinete; pasó del gobierno del Distrito Federal de Marcelo Ebrard al gobierno de Enrique Peña Nieto.

Un año después, ni el más mezquino puede desacreditar que el Pacto sí fue —aunque ya a punto de acabarse— una estrategia que sirvió como mesa de acuerdo efectiva, al menos ya no vimos usar la congeladora legislativa que antes se atascaba con propuestas.

Pero es curioso cómo en estos primeros 12 meses, las fuerzas políticas que deberían estar más fuertes, o siquiera organizadas, se muestran en realidad más ambiguas. Tanto al PAN como al PRD, se les ha movido el tapete en más de una ocasión. Hicieron del Pacto por México la herramienta para intentar tomar control. Primero con aquel escándalo en Veracruz, luego y a últimas fechas, con la discusión de las reformas pendientes.

Curioso cómo las fuerzas políticas que debían ser oposición, lejos de mostrar fortaleza, están hundidas en pugnas internas mientras llega su respectivo cambio de dirigencia. Apenas si muestran unidad para sostener postura ante lo que consideran van en contra “de los intereses del país”, aunque aún funcionando bajo el esquema de legislar en favor propio.

A pesar de las cualidades del Pacto, no se acabó con la cultura de la discusión contra reloj, como si la efectividad del acuerdo se midiera en el número de reformas aprobadas y no en la claridad con la que éstas se aprueban. Ayer salió del Senado la político-electoral, con el PRD fuera de la mesa. El mismo panorama le pinta a la energética. Los distintos motivos de su retirada del Pacto, sólo lo dejan fuera de la jugada, pero ellos ya saben esto y no hay señal de que quieran cambiar de parecer.

Los panistas están perdidos en sus propios laberintos, aún no saben cómo le harán para la elección de su presidente. Si se unen los antimaderistas o si lanzan varios candidatos para que sean votados en un proceso que aún no terminan por definir.

A pasado un año del regreso del PRI a Los Pinos. Vendrán ahora los años de la ejecución de las reformas ya aprobadas y las que faltan. Pero pareciera que a quienes ha resultado más complicado entender su papel es a la oposición. Porque se han desviado en sus propias pugnas y no han sido el contrapeso necesario, sus pocos arrebatos de confrontación (en el ánimo del debate) se siguen dando como en los viejos tiempos, cuando se actúa con desaire y no con verdadera voluntad de discusión.

Hasta Andrés Manuel López Obrador sigue el mismo patrón: busca a como de lugar convertir su movimiento en un grupo político, a pesar de las tantas críticas que ha hecho a estas instituciones.

O sea, sí, ya un año del PRI en Los Pinos, pero también otro año más en que las otras fuerzas políticas —las opositoras— nos dejan esperando por mejores esquemas de participación. ¿O a ellos no les tocaba ofrecer un cambio?

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