Por: Catón / columnista
Jadeos. Acezos. Murmullos apagados de pasión encendida. Palabras entrecortadas. Y luego expresiones lúbricas incontenibles ya: “¡Así, papacito, así!” y “¿De quén chon estas cochotas?”. Todo eso fue lo que escuchó el marido cuando llegó a su casa y se acercó a la puerta de la alcoba conyugal. Entró en la habitación y vio a su esposa en trance de refocilación carnal con un sujeto. Poseído por ignívoma furia le gritó: “¡Adúltera! ¡Cortesana! ¡Meretriz! ¡Vulpeja! ¡Mesalina! ¡Pecatriz!”. Dijo muy seria la señora: “No lo niegues, Cornulio, estás celoso”…
El conductor iba por la carretera en su automóvil y vio a un campesino que con una mano tiraba de la cuerda a la cual iba atada una vaca y con la otra pedía aventón. Se detuvo e invitó al ranchero a subir. “Voy al pueblo –dijo el hombre–. Gracias por llevarme”. Preguntó el del vehículo: “¿Y la vaca?”. “Usted maneje –contestó el viajero–. Ella nos seguirá”. Intrigado, el otro arrancó despacio. La vaca, en efecto, echó a andar tras el coche con un trotecillo lento. “Puede ir más aprisa –dijo el campesino–. Por la vaca no se apure”. Aceleró el viajero. En efecto, la res apresuró también su paso. El señor imprimió mayor velocidad al automóvil. La vaca galopó junto a él. Asombrado, el que manejaba pisó el acelerador, tanto que el velocímetro marcaba ya 100 kilómetros por hora. La vaca mantuvo su galope sin quedarse atrás. El conductor aceleró hasta llegar a los 180 kilómetros por hora. Y la vaca siguió corriendo a igual velocidad. El del coche no podía creer aquello. Transcurrió un buen rato. De pronto el viajero observó algo por el espejo. Le dijo al campesino: “La vaca ya se cansó. Va sacando la lengua”. “No se ha cansado –lo corrigió el hombre–. Le está avisando que nos va a rebasar”…
La abuela de Caperucita Roja le comunicó a la mamá de ésta: “Te tengo dos noticias, una mala y una buena”. “¡Santo Cielo! –se asustó la madre–. ¿Cuál es la mala?”. Respondió la señora: “Caperucita se topó en el bosque con el Lobo Feroz”. “¡Santo Cielo! –volvió a exclamar la mamá, que tratándose de jaculatorias andaba escasa de repertorio–. Y la buena noticia, ¿cuál es?”. Contestó la abuelita: “Que el Lobo no se la quería comer. El cuento trae una letra equivocada”…
Doña Pedigrina, cuñada de doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, llegó a la junta semanal del Club de Damas luciendo un abrigo de pieles, por más que el día era de sol y el termómetro marcaba 35 grados Celsius. A fin de hacer notar la prenda dijo que la noche anterior había tenido una pesadilla. “Soñé que los animales con cuyas pieles está hecho mi abrigo me atacaban para devorarme”. “¡Qué sueño más absurdo! –comentó doña Panoplia–. Los conejos no comen carne humana”… El apuesto joven llevó su perrito a caminar al parque, y la linda chica hizo lo mismo con su perrita. Se encontraron en el paseo y entablaron plática. El perrito se acercó a la perrita y le dijo al oído: “¿Qué te parece si hacemos que se ruboricen?”…
El juez le preguntó al hombre acusado de bigamia: “¿Se declara usted culpable o inocente?”. Respondió el tipo: “Con todo respeto, señor juez, esa pregunta es demasiado personal”… El mílite le propuso a la sexoservidora del pueblo: “¿Acepta usted mi compañía por 20 pesos?”. La mujer cobraba 10, de modo que respondió: “Está bien”. El militar se volvió entonces y gritó: “¡Compañía! ¡A formar!”…
Babalucas les contó a sus amigos: “Yo sufría de continuos dolores en mi parte de varón. El día que cumplí 18 años mis papás me llevaron a un restorán. Fui al baño y había ahí otros hombres. Fue entonces cuando supe que al terminar de hacer pipí esa parte se sacude, no se exprime”… FIN.