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Política de la presencia

Superiberia

A mi prima Patricia, por su presencia siempre luminosa en mi vida.

Desde los años sesenta, Ann Phillips habla de lo incongruente que ha sido que los blancos representen en los congresos, a los negros; los hombres, a las mujeres; los mestizos, a los indígenas. Reclama, desde entonces, una política de la presencia.

Para lograrlo han sido necesarias, y muy efectivas, las cuotas, especialmente en México, en el caso de las mujeres (aunque nos tardamos años en alcanzar más de 30% de presencia femenina). Pero, evidentemente, no basta para que la situación de subordinación en la que viven sea modificada. Por supuesto, además de la voluntad de las propias mujeres para dejar ese estado de “dependencia”, son urgentes políticas públicas que atiendan, de manera eficiente, eso que se ha llamado “intereses de las mujeres”.

Muy mal nombrados, porque si bien son las mujeres las que reclaman el fin de la doble jornada o la búsqueda de justicia en caso de que los padres no asuman su responsabilidad frente a sus hijas e hijos, éstos son intereses de la sociedad en su conjunto.

Las mujeres que han llegado al Poder Legislativo enfrentan una serie de paradojas de no fácil resolución. Por un lado, hay las que no conocen, y menos reconocen, la situación subordinada de las mujeres, la cual produce brechas de desigualdad, lo que les impide desarrollarse en igualdad de condiciones y no suman sus votos para modificar la realidad.

Por otro lado, si sólo defienden causas feministas, terminan en un “gheto” al que nadie hace mayor caso. Su actividad se ve entorpecida y sus propuestas congeladas. Necesitan actuar con mucha inteligencia y estar en las comisiones llamadas “fuertes”, gobernación, presupuestos, para que, con sutileza, se puedan proponer alternativas de solución a los problemas del cuidado de las personas, al trabajo “invisible” del hogar, a la irresponsabilidad paterna.

La política de la presencia es un medio para llegar a un fin. Queremos la igualdad sustantiva, ésa que se traduzca en igualdad de trato, igualdad de oportunidades e igualdad de resultados. La violencia en la política contra las mujeres es un dato cada vez más alarmante; la discriminación en contra de ellas por parte de los empleadores, hace que hasta las que alcanzaron los mejores promedios en las universidades estén sin trabajo, y las costumbres ancestrales de las escobas, como atributo femenino, no les permite ejercer sus capacidades.

Nuestra democracia, para fortalecerse, debería centrarse en dos objetivos básicos: más igualdad en la participación y más transparencia. No tiene mucho sentido ni merece mucha credibilidad una democracia donde el único acto participativo sea el de votar, acto en el que, además, la abstención lleva trazas no de disminuir sino de seguir aumentando.

En cuanto a la transparencia, desde Kant sabemos que es la condición sin la cual toda decisión pública se hace sospechosa. Las decisiones democráticas deben ser transparentes, deben tener publicidad y dejar de hacerse en “lo obscurito”, que es lo que determina, en definitiva, que sean democráticas.

                *Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género

                

 

clarasch18@hotmail.com

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