Entender la desigualdad mundial (o cuando menos la de México) parece una tarea amplia y bastante complicada. Daron Acemoglu y James A. Robinson, en “¿Por qué fracasan los países?”, Paidós, México, 2014, nos dicen que el primer país que experimentó un crecimiento económico sostenido fue Gran Bretaña (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte). El crecimiento emergió lentamente en la segunda mitad del siglo XVIII con el desarrollo de la revolución industrial que también hizo crecer a los Estados Unidos, mientra que para México pasó desapercibida.
La industrialización de Inglaterra pronto dio paso a varios países de Europa occidental, e incluso a los asentamientos de colonos, como Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Todas estas naciones hoy están incluidas entre los 30 países más ricos del mundo junto con Japón, Singapur, China, Corea del Sur. La renta mundial dibuja una línea muy marcada, de igual manera en el caso contrario.
Si se hace una lista de los 30 países mas pobres del mundo, casi todos se encuentran en Africa subsahariana, pero también se incluyen otros como Afganistán, Haití y Nepal. Lo curioso es que si retrocediéramos 50 años, habría que quitar a Singapur, China y Corea del Sur, pero los demás países permanecerían igual.
Con cien o 150 años atrás, el mapa de las regiones del mundo sería muy parecido. En América Latina, después de Estados Unidos y Canadá, se pueden enlistar Chile, Argentina, México y Uruguay. Al final de la lista, como los países más pobres, aparecen Bolivia, Belice y Guatemala y desde hace 150 años esta lista no se ha movido. Existe y ha existido entre estos países una brecha persistente que separa países ricos de países pobres.
Con la revolución industrial se comenzaron a acentuar las desigualdades entre las naciones, y las últimas sorpresas positivas las ha dado Asia del Este. Hay países que con el petróleo lograron un estándar de vida aceptable, como Venezuela, Arabia Saudita y Kuwait, bajo el riesgo de que las fluctuaciones del hidrocarburo afecten su estándar de vida.
Algunos países pobres subieron, como Argentina, pero a mediados del siglo pasado ya había entrado en una larga cuesta abajo. La Unión Soviética es un caso lamentable, pues creció rápidamente entre 1930 y 1970 y al terminar los años 80 se desplomó estrepitosamente. Su caso no fue sólo económico para el mundo, sino ideológico, porque representaba la antítesis del capitalismo mundial.
¿Cómo entender estas diferencias cruciales de la pobreza, la prosperidad y los modelos de crecimiento? Por las características tan marcadas señaladas antes, se podría deducir alguna explicación, pero no es así. La mayoría de las propuestas de los sociólogos y expertos no explican convincentemente las razones.
La hipótesis geográfica, que escuché de mis maestros en la secundaria, decía que los países más desarrollados se encontraban en la zona templada del norte, justo encima del trópico de cáncer. Defendieron esta teoría Montesquieu y Jared Diamond, entre otros, pero hoy se considera sin sustento porque la desigualdad mundial no se puede explicar mediante climas, cultivos diversos o enfermedades tropicales. ¿Cómo explicar la diferencia en lugares tan cercanos como Nogales, Arizona y Nogales, Sonora? ¿O Corea del Norte y Corea del Sur?
La hipótesis de la cultura relaciona a ésta última con la prosperidad. El sociólogo alemán Max Weber atribuía a la Reforma y a la ética protestantes el desarrollo de un pueblo, pero hoy no podría sustentarse el desarrollo únicamente en la religión, sin considerar otros tipos de creencias, valores y ética, pues si bien es cierto que países protestantes como Inglaterra y los Países Bajos fueron económicamente exitosos, Francia, que es católica, también lo fue.
La hipótesis de la ignorancia, que defienden la mayoría de los economistas, sostiene que los ciudadanos y los gobiernos desconocen cómo hacer para que un país pobre sea rico. Esta hipótesis afirma que los países pobres lo son porque tienen muchos fallos de mercado, siguen modelos gastados o impropios, y porque los economistas del país y los diseñadores de políticas no saben cómo eliminarlos, cometiendo los mismos errores del pasado. Las tres hipótesis sólo explican una pequeña parte de las posibles causas de las desigualdades en el mundo.
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