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Peña Nieto: el Gabinete y otros mensajes

Superiberia

 

A unos días de regresar a la Presidencia, las palabras y las escenografías del PRI afirman el mensaje reiterado por Peña Nieto de la necesidad de devolverle la cohesión al poder político para restituirle la eficacia, la capacidad de consumar reformas y la congruencia perdidas en 12 años de gobiernos de minoría. 

Frente a quienes ven un don de la democracia en los gobiernos divididos, como reacción al absolutismo presidencial de décadas atrás, los electores pusieron a Peña en la antesala de un gobierno de mayoría, con el mandato de poner fin a la ineficacia del poder diluido. Pero sólo en la antesala. Y de allí el PRI ha pasado a equiparar su regreso con un retorno a la eficacia asumida como asociada intrínsicamente al poder cohesionado, en cotejo con los pobres rendimientos de la actual fragmentación del poder. 

En realidad, como en el tango de Gardel, el elector estuvo más bien en la línea de un Volver, lleno de dudas, al primer amor: ¿un impulso de regreso al origen del sistema de concentración del poder, bajo el supuesto de que trajo gobernabilidad y transformaciones por casi todo el siglo XX o un impulso alimentado por el malestar en el desempeño de las alternativas que trajo la alternancia democrática? 

Pasado y futuro

Allí está el triple reto de comunicación del nuevo gobierno. Primero: mantener el rechazo al pasado que no se acaba de ir, de la fallida alternativa panista. Segundo: disipar el miedo al fantasma de la vuelta a lo peor del pasado que se fue hace dos sexenios. Y tercero: construir una historia propia que lo desligue de ambos pasados para sustentar su propia narrativa de futuro. 

Pero los mensajes del PRI se reducen hasta hoy a despedir al poder fragmentado que se va, y a celebrar la recuperación del poder cohesionado que quiere llegar. Ese fue el mensaje de la imagen cupular del renacido poder priista, hace una semana, en que Peña aparecía flanqueado por los líderes de su partido en el Congreso y por los dos hombres fuertes de su equipo. 

Una imagen retro, pero exitosa, porque contrastó con el espectáculo de hoy de la guerra interna en los aparatos de seguridad con que termina el ciclo panista. En esa tierra fértil cayó el anuncio que acompañó a aquella imagen: el de las reformas para devolverle la cohesión al combate al crimen, un mensaje reforzado por las señales entre líneas que anticiparon el nombramiento de una figura fuerte del nuevo gobierno a la cabeza de ese esquema, y de un procurador aliado y no competidor de esa cabeza. 

Gabinete a la vista

Por ahora, Peña ya pagó y pasó todas las aduanas previas a la llegada a la Presidencia: la garita interna de Beltrones y la externa de Calderón, con su estrategia de convertir la elección en una opción de sí o no al regreso del PRI, que terminó al servicio de AMLO. Sobrevivió a los debates. Ganó en las urnas y ahora define eficazmente la agenda pública previa a la toma de posesión. 

Pero faltan las aduanas del futuro. La primera: la designación del gabinete, un mensaje definitorio de todo sexenio, como quedó dramáticamente de manifiesto en diciembre de 1994 cuando los mercados rechazaron los nombramientos de Zedillo y empezaron a caer uno a uno los alfileres que sostenían la economía. Se trata de un primer acto de distribución de poder, que exige conocer a las personas. Y ante el proyecto actual de cohesión del poder, conviene recordar que Salinas encumbró a un teórico del “grupo compacto” que no dudó en quebrarlo cuando no le llegó la candidatura presidencial. Y que en el equipo presidencial en formación asoman artífices de la fractura de 1995 de la que no se recuperó el grupo gobernante reformista de los 90. 

Y todavía falta la aduana del mensaje inaugural: el arranque de la campaña permanente para generar coaliciones y condiciones que permitan cumplir el programa de gobierno, el inicio del relato de futuro, con la elección intermedia a la vista, que podría empujar desde la antesala al primer gobierno de mayoría en casi dos décadas. 

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