POR: Andrés Timoteo / columnista
Comenzaron las Posadas, tiempo que para los católicos recrea el peregrinar de María y José hacía Belén donde nacería el profeta Jesús, en medio de la escasez y la marginación social. Navidad y su preludio es un tiempo, como ya se ha dicho, para la reflexión personal y colectiva. En este contexto, la voz de los pastores es importante, sobre todo en una nación como la mexicana donde la Iglesia Católica es un poder fáctico, es decir real, y también en Veracruz, una región desbastada en todos sus dominios: social, económico, de seguridad, de valores, cultural y hasta religioso.
Sin embargo, los pastores católicos incumplen una vez más la encomienda bíblica de ser profetas, de anunciar y denunciar, pues su reciente mensaje navideño en la entidad es demasiado blandengue y simulador. De los 13 puntos que contiene la carta firmada por los titulares de las ocho diócesis de Veracruz y que fue difundida ayer domingo, solo dos se refieren a la situación en materia de seguridad pública. En el punto número 5, habla de que “todos hemos sido testigos del avance creciente de una cultura de muerte”, cuando en realidad los veracruzanos no han sido “testigos” sino víctimas directas.
Los obispos dicen en ese párrafo que “la violencia se ha establecido desde hace varios años en nuestros pueblos y ciudades con sus múltiples manifestaciones de inseguridad, extorsiones, secuestros, asaltos, robos y asesinatos que han sufrido muchas personas de todas las clases sociales y ocupaciones. Nos duele profundamente que esto se siga realizando en gran parte del País (sic) y con tintes muy especiales en nuestro Estado (sic)”, –al vocero diocesano, Manuel Suazo le hace falta un curso de ortografía.
Para los ensotanados eso es un “signo del pecado personal y social” y enseguida, en el punto siguiente ficcionizan – hacen ficción- el asunto, al sostener que “la fuerza poderosa del mal se ha manifestado en la corrupción, la impunidad y la injusticia que han logrado penetrar los niveles de la economía, la impunidad y la injusticia”.
Es decir, para ellos la corrupción, la impunidad, la injusticia que dañó a los veracruzanos, no la cometieron personas sino el demonio, las fuerzas malignas.
Entonces, para comprender la intención de los obispos es conveniente usar ese verbo poco convencional en el periodismo pero muy frecuente en la literatura: ficcionizar. Cuando una historia parte de vivencias auténticas pero se convierte en novela con agregados del autor que van desde nombres y lugares ficticios hasta situaciones surgidas de la imaginación del redactor, ya es propiedad de la literatura y deja de ser real porque se sulfuró con elementos fantásticos.
Así, en la carta navideña de los obispos, el culpable de lo que sucede en Veracruz es el diablo y no Javier Duarte de Ochoa –con quien se reunieron días antes de que se fuera del cargo y posaron para la fotografía-, a quien no mencionan, ni el innombrable antecesor ni todos los compinches que se robaron el dinero público y dieron permiso para que el crimen organizado se dedicara a secuestrar, extorsionar, desaparecer y asesinar personas. Son demasiado vaporosos los obispos ya que aun cuando los malvados están fuera del poder, no se atreven a mencionarlos por su nombre. No lo hacen por miedo, claro, sino por conveniencia.
EL SANTO PATRONO
También apenas dedican dos líneas a situaciones de extrema gravedad como son las personas desaparecidas, los indígenas empobrecidos y los migrantes “maltratados” –no quisieron mencionar que son asaltados, atacados sexualmente, usados como esclavos por los cárteles de la droga, y asesinados-, y no le dieron una sola línea en su mensaje a los niños enfermos de cáncer que murieron porque les dieron medicamentos falsos ni para las personas de los jubilados o los estudiantes que dejaron sin dinero de pensiones y becas, por ejemplo.
Al contrario, escondieron todo en un discurso adornado para confundir al pueblo, al grado que pidieron a todos esperar las promesas “veterotestamentarias” – palabra dominguera que significa del Antiguo Testamento- para que llegue “la luz del Señor”. ¿Y la solución que proponen estos pastores?: orar para que Cristo disipe las fuerzas de la oscuridad, del mal y de la injusticia, y que las personas sean iluminadas para luchar contra la violencia y la corrupción.
Otra vez la ficción. Para los religiosos es urgente un prodigio divino para combatir esos males. No llaman a los veracruzanos para ser ciudadanos ni a ser críticos ni a demandar respuestas y buen actuar de las autoridades. Tampoco los convocan a la denuncia pública, a la resistencia civil, a la solidaridad activa con las víctimas, a la contraloría social, a la defensa de la democracia y la libertad de expresión. No, todo lo reducen a una cuestión de una fe etérea, a que el Espíritu Santo baje de las alturas para solucionar las cosas.
Así, los obispos veracruzanos –encabezados por el jalapeño Hipólito Reyes Larios, mejor conocido como San PRIpólito, el patrono de los fidelistas- vuelven a las andadas y le quedan a deber a su rebaño. No es algo nuevo, en los doce años de fidelidad, ese hoyo negro que devoró a los veracruzanos, nunca alzaron la voz para denunciar la maldad de quienes gobernaron y en medio de las ráfagas de fuego lanzadas por el crimen organizado también permanecieron mudos, aun cuando entre sus mismos templos hubo víctimas.
Vaya que es certera esa vieja proclama hecha por monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fue obispo de El Salvador y hoy es santo canonizado, al exigir que hubiera obispos al lado del pueblo pobre, apasionados por la justicia y que no temieran denunciar e interponerse entre el rebaño y los lobos. Veracruz es el ejemplo de que las palabras de San Oscar Arnulfo fueron ignoradas por el clero, muy vaporoso, elevado, lejano de la realidad y de su feligresía.
Por cierto, ¿sabían que un obispo mexicano, Don Sergio Méndez Arceo, quien era titular de la Diócesis de Cuernavaca, decretó la excomunión para los torturadores en su diócesis el 17 de abril de 1981? La tortura y desaparición forzada son instrumentos de dominio político y están fuera de la gracia de Dios quienes la realizan o participan en su realización, quienes la ordenan, promuevan o solicitan, y quienes pudiendo y debiendo impedirla, no lo hacen, y los que debiendo denunciarla, tampoco lo hacen, cita el documento. ¡Cuánto se extraña a Don Sergio y cuánto darían los veracruzanos por tener un pastor de ese tamaño!
ACOTAMIENTOS
El alma volvió al cuerpo de todos los veracruzanos al conocer el decreto del mandatario Miguel Ángel Yunes con el cual otorga facultades al encargado de la Oficina de Gobierno, Manuel Muñoz Gánem para convertirse en una especie de jefe de gabinete y responsable, de facto, de la policía interna en la entidad. El tuxpeño se ocupará de asuntos delicados que sería un despropósito dejar en manos del secretario formal de Gobierno, Rogelio Franco Castán.
Así se apaga la incertidumbre porque es evidente en el perredista la falta de tamaño político, académico y hasta discursivo. Las taras de Franco son evidentes y no solo tienen que ver con el título universitario, obtenido de última hora y de forma chanchullera sino sus nulas habilidades en el quehacer público. Basta con verlo encabezar un acto público para corroborar que ni quisiera sabe leer en voz alta.
Además, su historial público está lleno de pasajes oscuros. Cómo Franco podría mediar y poner orden en el transporte público atiborrado de concesiones de taxis que entregó la fidelidad de forma abusiva cuando él mismo fue beneficiario de esos regalos y es propietario de una veintena de coches de alquiler, o cómo podrá erigirse en interlocutor con los grupos políticos del estado y garante de la limpieza en las relaciones interinstitucionales cuando él mismo fue parte de los acuerdos soterrados con la fidelidad en tiempos recientes.
Entonces, acotarlo en la encomienda fue lo mejor que pudo hacer Yunes Linares. Una jugada maestra por medio de la cual también le resta poder al diputado federal, Erick Lagos Hernández, el titiritero de Franco y enlace con el innombrable, quien mueve los hilos de ambos desde Barcelona. Es una recomposición decorosa, en cierta forma, para impedir la injerencia de la fidelidad en el nuevo gobierno.
Respecto a la Fiscalía General del Estado, la terna que el Ejecutivo estatal enviará a los diputados para sustituir formalmente al amateco Luis Ángel Bravo Contreras, ya quedó definida. Son tres pero el verdadero candidato es uno: Jorge Winckler Ortiz, quien ahora se desempeña como Visitador General y encargado de despacho de la Fiscalía. Los otros propuestos, Gerardo Rafael Ramos y Tania Celina Vázquez, fueron seleccionados como requisito para alcanzar el tercio. Paralelamente, hay un alboroto sobre la postulación de Winckler, alegando muchas cosas con el fin de hacerlo pasar como ilegible.
No obstante, lo único que se le puede reprochar –y que le será recordado las veces suficientes si se confirma que así fue- es que se haya prestado al pacto con su antecesor, Bravo Contreras, para darle impunidad a cambio de abandonar el cargo. De lo otro, de la cercanía con Yunes y supuestos conflictos de intereses, es mera retórica. La “independencia” de la Fiscalía fue un invento del exgobernante Javier Duarte para fastidiar al sucesor pues los que deben ser independientes son los jueces, es decir, el Poder Judicial.
La fiscalía o procuraduría es el brazo del Ejecutivo para llevar ante la justicia a los infractores de la ley y los jueces son los que deben juzgar –válgase la redundancia-, entonces lo que se debe cuidar es la autonomía de los juzgadores. A esto se suma que Winckler es una especie de garantía para que Yunes Linares cumpla con lo prometido de llevar ante esos jueces a los saqueadores del erario y a quienes pactaron con el crimen organizado entregándoles la entidad como plaza de su propiedad.
Muchos de los que mueven el pandero contra Winckler son los que esperan que otra persona llegue al encargo y que pueda prestarse a un cohecho para detener las pesquisas que seguramente instruirá Yunes Linares contra los malosos de la política. En términos llanos, aunque se maculó por el presunto acuerdo con el amateco Bravo, su llegada a la Fiscalía sería una especie de mal necesario. El congreso local será el monitor de su desempeño y si Winckler actúa de manera facciosa y pervierte la impartición de justicia, pues que lo destituyan, ahí está el mecanismo disponible.