Se llama Carlos Manuel Treviño Núñez. Es panista. Trabajó para el gobierno de la ciudad de Querétaro hace un par de años. Es un racista y no lo disimula. Claro, ahora se dice arrepentido de haber llamado “simio” al futbolista Ronaldinho, pero, no hay vuelta de hoja: es un absoluto racista.
Todo mundo ha condenado al señor Treviño. Por ejemplo, muchísimas voces han pedido que el PAN lo expulse de sus filas, que se le finque responsabilidad legal, que nunca más se le permita trabajar para el sector público, etcétera. Coincido plenamente: ¿qué espera el PAN para deshacerse de este individuo? ¿Qué esperan nuestros tres niveles de gobierno para dejar claro que, más allá de lo que haga el PAN, Treviño Núñez jamás será contratado de nuevo por la administración pública?
Pero, más allá de la necesaria e indispensable condena, ¿debemos estar sorprendidos por lo comentado por Carlos Manuel Treviño? ¿No nos dice nada de nuestra sociedad que un político dé rienda suelta a su racismo sin empacho alguno? Si bien, obviamente, lo reitero, estoy con quienes rechazan tajantemente toda expresión racista, también creo que, en el fondo, los comentarios de Treviño son reflejo de que, en México, se quiera aceptar o no, hay racismo (y clasismo, pero, ese es otro tema): México es un país racista.
No quiero decir que la nuestra sea una sociedad en la que el racismo esté institucionalizado como, por ejemplo, lo estuvo en Sudáfrica durante el Apartheid o en Estados Unidos durante los años de la esclavitud y, después, de la segregación. Es evidente que las cosas no son así.
Pero, por citar algunos casos, ¿por qué la protagonista de la telenovela siempre es de piel blanca-rosada, cabello rubio-castaño y ojos claros? ¿Por qué, en los mercados y tiendas, quienes buscan vender algo, llaman “güerito” a quienquiera que no sea de piel oscura? ¿Por qué muchísimos mexicanos, al hablar de la gente de raza negra, se refieren a ellos como “negritos”, es decir, como si ser “negrito” fuera algo así como ser “manquito” o “cojito”, o sea, algún tipo de discapacidad? De la misma manera, ¿por qué hay muchos mexicanos a los que les encanta utilizar la frase “va a mejorar la raza” cuando, por ejemplo, se enteran de que un compatriota se va a casar, o va a tener un bebé, con alguien extranjero, de piel blanca y cabello rubio?
Si todo esto no nos está diciendo, a gritos, que somos un país racista, ¿qué nos dice entonces? Insisto: no se trata de que, en nuestras leyes, el racismo esté presente. No obstante, sí lo está en la forma en que entendemos la realidad y nos vinculamos con, e insertamos en, ella. También lo está, en consecuencia, en cómo organizamos nuestra interacción social.
¿Estamos seguros de que no hay racismo en nuestros lugares de trabajo? ¿En nuestras escuelas? Un querido amigo, que es un estupendo docente a nivel universitario, ha trabajado por años en una reconocida universidad privada como profesor de asignatura. Por más que ha intentado que le den una plaza, no lo ha logrado. Una vez me comentó que, por lo que ha logrado apreciar, no ha obtenido la plaza porque no es rubio, de ojos claros y piel blanca. ¿Tiene razón? No lo sé, pero, no dudo ni por un minuto de que bien pueda ser el caso que sí la tenga.
Lo repito: ¿hay que sorprendernos por lo dicho y hecho por el señor Treviño Núñez? No. Lo que sí hay que hacer es, primero que nada, lo subrayo, condenar y rechazar hasta el cansancio a esta persona y al racismo. Luego, hay que reflexionar sobre por qué, aunque nos duela y aunque muchos lo nieguen, somos un país racista, así como sobre cómo dejar de serlo. Creo que, como para muchas otras cosas, la solución empieza en casa, en las primarias, en la actitud del gobierno ante estas circunstancias y, sobre todo, en que, por principio de cuentas, reconozcamos que el problema no es nada más de un mexicano, de un partido político o de un puñado de ultras sino de toda la sociedad. Vayamos abriendo, pues, los ojos.
Twitter: @aromanzozaya