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Otro proyecto transexenal

Superiberia

 

La Terminal 1 del Aeropuerto de la Ciudad de México fue inaugurada el 19 de noviembre de 1952. Un par de años antes se había realizado un censo que, de acuerdo con datos del INEGI, arrojó que la población total del país era de 25.8 millones de habitantes.

La ciudad era distinta entonces, y tanto que ni falta hace mencionarlo. La infraestructura, la cantidad de vehículos, el sistema de transporte público. Hoy contemplamos con nostalgia las imágenes de un México que a la mayoría no nos tocó vivir, en el que la gente era más educada, había menos tráfico, la contaminación no era el problema que es ahora.

Unos cuantos años más tarde, en 1960, y siempre según el INEGI, la población total era de 34.9 millones. Para 1970 era de 48.2 millones: esto es, en un lapso de 20 años casi se había duplicado el número de habitantes. Los usuarios de transporte aéreo seguramente también aumentaron en proporciones importantes: la tecnología de la época ayudó a que los aviones fueran cada vez más rápidos, más grandes, con mayor autonomía de vuelo.

En 1980 éramos 66.8 millones de mexicanos. En 1990 81.2 millones, en el 2000 97.5 millones. Las cifras del INEGI apuntan que en el año 2010, hace cuatro años, el tamaño de la población alcanzaba los 112.3 millones de personas.

¿Cómo es posible que hayamos sobrevivido por tantos años con un aeropuerto en unas instalaciones diseñadas para una realidad, y bajo unos supuestos, completamente distintos a los actuales? ¿Cómo puede ser que hayamos sido tan miopes como para no hacer nada más que cambios cosméticos, que nos hayamos acostumbrado a niveles demenciales de servicio, que nuestro aeropuerto se haya convertido en un lugar anticuado, inseguro, y en el que bandas delincuenciales operan a placer?

Es claro que un aeropuerto internacional es la primera cara que una nación ofrece a los visitantes extranjeros. Un aeropuerto moderno habla de eficiencia, de inversiones, de la disposición a cerrar negocios. Un aeropuerto es en realidad un polo de desarrollo, no sólo para las comunidades que lo rodean, sino para el país entero, y por eso es tan positiva la iniciativa presidencial de construir un aeropuerto de primer mundo en la Ciudad de México, con una inversión que lo convierte en el principal proyecto de infraestructura del sexenio que corre y, posiblemente, del siguiente.

Del siguiente, claro, porque el presidente Peña tuvo el cuidado de señalar que las obras del aeropuerto no habrán de terminar durante su mandato. Y aquí otra de las particularidades del anuncio, puesto que, a diferencia de sus predecesores, Enrique Peña no parece preocuparse porque sea otro quien corte el cordón inaugural. Mucho más allá de la frivolidad foxiana o la monotemática calderonista, completamente coyunturales por necesidad y esencia, la palabra “transexenal” ha hecho la primera de las que sin duda serán muchas apariciones.

¿Por qué es tan difícil, para la clase política mexicana, hacer planes a futuro? ¿Por qué todos los proyectos, los planes, las ideas, se ven sujetos al plazo perentorio del cambio de sexenio? ¿Por qué no podemos tener objetivos a cumplir, a desarrollar, con una vigencia mayor a los seis años de duración de un periodo presidencial? ¿Qué nos falta? ¿Visión, madurez, humildad?

Por lo pronto, el afán faraónico de cortar listones parece haber sido conjurado, al menos en lo tocante al aeropuerto. Un aeropuerto que, por otro lado, había sido superado hace muchos años y que requería acciones decididas, profundas, determinadas. La mera línea temporal de evolución de la población total en México lo demuestra aunque, también, lo hace con muchos problemas sobre los que no estamos tomando medidas, y mucho menos medidas transexenales. Medidas que son necesarias y urgentes.

El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, sin duda alguna, será recordado, junto con las reformas emprendidas el año pasado, como uno de los principales legados de la administración actual. Pero necesitamos más proyectos ambiciosos, transexenales, en los que pongamos el empeño necesario para resolver problemas concretos y sobre los que no nos hemos ocupado como es debido.

En específico, llama la atención que, en el Informe de Gobierno en el que se anunciaba el nuevo aeropuerto, solamente se mencionó una vez la palabra “corrupción”. Y es un error. Necesitamos la misma convicción, la misma determinación de la que ya supimos capaz al gobierno federal, para emprender la cruzada en contra del cáncer que nos ha invadido y hecho metástasis desde hace décadas. El proyecto transexenal que realmente llevaría a Enrique Peña a los libros de historia sería la erradicación total de la corrupción e impunidad, haciendo suyos los principios de transparencia y rendición de cuentas comunes a toda democracia moderna. Sólo se necesita un poco de voluntad: la necesidad es urgente, el compromiso está firmado desde la campaña presidencial, la gente está cansada y apoyaría en las urnas, con verdadera euforia, una medida de esta naturaleza. Emprenda otro proyecto transexenal y decídase a hacer historia, señor Presidente. Lo vamos a apoyar.

 

Twitter: @vbeltri

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