Ayer, Javier Duarte inició lo mismo que hizo el expresidente Carlos Salinas de Gortari el 1 de marzo de 1995: declararse en una patética huelga de hambre que apenas duró 36 horas.
“Huelga de hambre” de la que nadie fue testigo, pues la hizo dentro de una casita ubicada en una colonia pobre de la colonia Fomerrey 111, en Monterrey, y a la que solo permitió el acceso a fotógrafos para que tomaran una gráfica del lugar.
Ahí, sentado en una humilde cama, con una mesita al lado, se hizo retratar el hombre que hizo una fortuna económica desde la Presidencia.
Acusó en aquel entonces al presidente Zedillo, como ahora lo hace Duarte con Yunes, de perseguirlo y hacerlo responsable de la devaluación del peso y la consecuente crisis económica de diciembre de 1994.
Un día antes su hermano Raúl había sido detenido por la PGR, acusado de ser el asesino intelectual del diputado Francisco Ruiz Massieu, cuñado de los Salinas.
Su estrategia surtió medianamente efecto, pues en cuestión de horas la PGR anunció que no había ninguna investigación contra el expresidente.
Hoy, 22 años y cinco meses después, Javier Duarte, recicla la estrategia y se declara en huelga de hambre en el Reclusorio Norte, para “acabar con la cacería de brujas y la persecución en su contra y de sus colaboradores”.
