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Obscenidad política

Superiberia

Por Catón  / columnista

Un rijoso borrachín se plantó en medio de la cantina y declaró con tartajosa voz: “¡Todos los que están aquí son puros cul…s!”. Esta última palabra no ha de sobresaltar a nadie: viene en el Diccionario de la Academia, que la registra como mexicanismo y la hace equivalente de miedoso o cobarde. Al oírse llamar así, un hombre de estatura procerosa y hercúlea complexión se puso en pie y le propinó al beodo una bien hilada serie de puñetazos, guantadas, mojicones, trompadas, soplamocos y mamporros, tantos que lo dejó tirado en el suelo sin cara en qué persignarse. Así, caído y lacerado, el temulento comentó: “Bueno, me equivoqué nomás por uno”…

Doña Ñenga oyó sonar la campana del camión de la basura. En ese momento estaba vestida con una vieja bata rota por todos lados; calzaba unas pantuflas desgastadas por el uso; en la cabeza llevaba los papelillos –“cucarachas” les llamaba– que solía ponerse para intentar poner en orden la hirsuta cabellera, y en la cara mostraba la crema verdinegra que se aplicaba en las mañanas. Tomó apresuradamente doña Ñenga la bolsa de los desperdicios y con ella salió corriendo a la calle. Apenas pudo alcanzar al camión de la basura. Le preguntó al chofer: “¿Llego tarde?”. “No, señora –respondió el individuo–. Súbase”… Doña Frigidia, lo sabemos, es una gélida mujer. Cierta vecina suya le contó en son de queja: “Mi marido me hace el amor una vez cada tres meses”. “¡Pobrecita de ti! –exclamó doña Frigidia, pesarosa–. ¡Te casaste con un maniático sexual!”…

Lo que está sucediendo en Baja California es algo obsceno. En la significación de esta palabra intervienen dos connotaciones: lo torpe y lo ofensivo. Torpes son, en efecto, las desmañadas mañas de quienes urdieron el trastrueque mediante el cual Jaime Bonilla pretende apoderarse por cinco años del Gobierno del Estado, siendo que sus conciudadanos lo eligieron sólo para dos. Es asimismo ofensiva la manera en que tanto el Presidente de la República como la Secretaria de Gobernación pretenden, también chambonamente, deslindarse de este caso, el peor atropello que el ejercicio democrático ha sufrido en México desde hace muchos años, y la mayor y más flagrante violación que hemos visto en este tiempo a los preceptos constitucionales y a las leyes que rigen los procesos electorales en nuestro País.

Ese señor Bonilla debería saber que si consuma su inmoral maniobra cambiará tres años de poder por un desprestigio que lo acompañará toda su vida. Andrés Manuel López Obrador ha de considerar que lo que pase en Baja California se le achacará a él, y será parte de la historia de su Gobierno. Por su parte la señora secretaria, que tan pobre y triste papel está haciendo en este asunto, habría de anteponer su dignidad personal y el prestigio de sus apellidos a estos sucios manejos que han suscitado la indignación nacional y se han llevado entre las patas, si me es permitida esa expresiva expresión, tanto la moral que pregona AMLO como el Derecho que alguna vez fue vocación de la señora Sánchez Cordero.

El deshonroso asunto ha de ser motivo de vergüenza para todos los implicados en esta ilícita connivencia de huachicoleros del poder. Ninguno de los involucrados puede fingir demencia ante un caso tan evidente de corrupción e hipocresía política. Ojalá haya autoridades electorales y judiciales que con honestidad y valentía anulen esta burda intentona, que si prospera definitivamente será conculcación flagrante de la voluntad de los bajacalifornianos, baldón para el régimen actual y anuncio de mayores males para México.

Discúlpenme mis cuatro lectores. En este punto dejo la péñola, cálamo o pluma, y ya no escribo más porque estoy muy encabronado… FIN.

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