Barack Obama se merecía otros cuatro años en la Casa Blanca, y la verdad es que el mundo también. Ganó Obama, entre otras cosas, porque la economía finalmente comienza a dar muestras de recuperación aunque sean más que modestas y porque Estados Unidos no puede ser la nación del Tea Party y de las posiciones no sólo más conservadoras, sino también más fundamentalistas de la democracia occidental. En los hechos, la elección del martes demostró que las posiciones tan duras, tan retrógradas, de la derecha más conservadora, tienen cada día menos cabida en una sociedad que, aunque polarizada, está demostrando que esas son las políticas del ayer y que hacia el futuro ven, perciben, otras cosas.
Estados Unidos votó por Obama y los resultados del martes demostraron que lo hizo en prácticamente todos los centros urbanos importantes del país, quizá con la excepción de Houston. Ganó estados como Nevada y Colorado, y se llevó con mucha amplitud el voto de las mujeres, los latinos, los afroamericanos y los jóvenes. El cambio de tendencia social en el largo pulso vivido entre el Tea Party y sus grupos cercanos, desde Provida hasta la Asociación Nacional del Rifle, incluidos grupos y personajes que apenas disimulan su racismo y sexismo, y que terminaron copando a un Partido Republicano cada día más alejado del centro, en su lucha contra las corrientes más moderadas y progresistas de su país (en ese sentido hay que recordar que Obama es un liberal, pero sus políticas están férreamente amarradas al centro, nadie puede calificar como liberal de izquierda al Obama que gobernó estos cuatro años y tampoco parece serlo, según su discurso de anoche, para los cuatro años siguientes) ha terminado por imponerse a estos últimos.
No se puede ganar ni gobernar sin tener un control del centro político y social, y el actual partido republicano lo ha perdido hace tiempo. Muchos estadunidenses, aunque no conozcan a Borges, deben haber pensado como el poeta que en torno a Obama no los unía necesariamente el amor, sino el espanto de dejar el poder en personajes como el candidato a vicepresidente Paul Ryan o la ex candidata Sara Palin.
Esa nueva realidad se vio reflejada en la elección, pero también en las consultas populares. Llamó profundamente la atención la aprobación del uso recreacional (con normas de consumo similares a la del alcohol) de la mariguana en dos estados tan disímbolos como Colorado y Washington. No se aprobó ese uso recreacional por un puñado de votos en Oregón, pero continúa extendiéndose el uso “medicinal” en cada vez más estados: con los que lo aprobaron ayer, serían ya 19. No es un tema menor y amerita un análisis mucho más de fondo, pero marca una consolidación de tendencias en ese sentido que no se puede ignorar. Cómo influirá lo que suceda en Colorado y Washington (el estado, donde se encuentra Seattle, no la capital estadunidense que ya ha aprobado el consumo de mariguana para fines médicos hace tiempo) no lo sabemos, pero en buena medida marcará la pauta para el comportamiento futuro de otros estados y de la administración federal, con obvia trascendencia para países que participan de la producción de mariguana como México (aunque hay que recordar que mucho más de la mitad de la mariguana que se consume en Estados Unidos es producida dentro de la Unión Americana).
Pero no fue sólo la legalización del consumo de mariguana, también se aprobó en Maine y Maryland el matrimonio entre personas de un mismo sexo, con lo cual ya son nueve los estados que los reconocen plenamente, al mismo tiempo que, en Wisconsin, fue electa Tammy Baldwin, la primera senadora que se ha declarado abiertamente lesbiana. No es que no hubiera en el pasado senadores o senadoras homosexuales o lesbianas, es que ésta es la primera vez que alguien que lo reconoce públicamente (y ha ocupado una curul en la Cámara de Representantes desde 1999, sin ocultarlo) llega a la Cámara alta.
Es difícil saber cómo le irá a Obama en estos cuatro años. No tiene el control de la Cámara de Representantes que sigue en poder de los republicanos, pero tiene en su favor el saber que no tiene que refrendar su Presidencia, los segundos mandatos suelen ser mejores que los primeros, por lo menos lo fueron en los casos de Ronald Reagan y deBill Clinton. Los republicanos en todo caso tendrán que decidir si continúan con una línea que los lleva hacia un retroceso electoral gradual, pero sostenido, o recuperan lo que perdieron desde el primer gobierno de George Bush padre, una política de centro derecha que otorgue certidumbre no sólo a su tradicional clientela rural y extremadamente conservadora, sino a unos Estados Unidos que, inevitablemente, son cada día más urbanos, más plurales social, política y étnicamente y por ende con una mentalidad más abierta.