Ocurre en todas las catástrofes. Antes de desvanecerse, las muestras de solidaridad aparecen en cascada los primeros días y estimuladas por las imágenes que difunden los medios. No en vano, las del incendio de Notre-Dame fueron especialmente sobrecogedoras. Pocas veces la destrucción de un edificio despierta una reacción parecida a la de la catedral parisina, cuyo techo en llamas hizo palidecer al mundo entero hace dos meses.
Pasado el impacto inicial y sofocado el fuego, las buenas intenciones se han perdido entre las cenizas. Las primeras, las de los millonarios franceses y las empresas que se comprometieron a aportar grandes cantidades de dinero para la reconstrucción de la cúpula. 850 millones de euros, de los que se han percibido apenas 80 y en su mayoría a través de pequeñas donaciones ciudadanas.