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Mujeres del Nobel

Superiberia

Han sido sólo 13 las que lo han merecido. Eran 12, pero ayerAlice Munro se sumó a la lista. Y, perdón, odio decir “se los dije”, pero en esta ocasión lo digo con alegría: se los dije o, mejor dicho, se los tuiteé. Mis dos candidatas finales eranMunro y Joyce Carol Oates. Ganó la primera y por razones un tanto evidentes: su pluma, diríamos, es políticamente correcta a los ojos del Comité del Premio Nobel. No es tan provocadora como Oates, que tiene una pluma más intesa y experimental, además de ser una profunda libre pensadora. Munro, menos experimental, pero extraordinaria narradora, una maestra en el uso del lenguaje. Los personajes de sus cuentos (novelas cortas diría yo) también llegan al alma, permiten inferir grandes realides existenciales desde cada página de sus ficciones. Es una cuentista extraordinaria. Merecedora por completo del Nobel.

Y tal vez hoy, para el momento en que se lean estas líneas, sabremos si es otra mujer la que recibirá el galardón, pero éste, de la Paz. Malala Yousafzai, la joven pakistaní que a sus 14 años fue víctima de un ataque perpetrado por un radical grupo talibán porque los retó y siguió asistiendo a la escuela, lo que le estaba prohibido. A su corta edad, nos dio una lección memorable de valor y coraje. Pero también de una profunda inteligencia. Estuvo al borde de la muerte, pero ni un segundo se dejó amedrentar. El miedo llegó a ella, sí, pero le dio la vuelta y lo hizo más una herramienta, que un freno para sus deseos:

“Comencé a pensar en ello (en las amenazas), pensaba que el talibán vendría y que me mataría, y me dije si viene, ¿qué harías, Malala?, entonces yo me respondía: Malala, sólo toma un zapato y golpéalo, pero también pensaba, que si golpeo al Talibán con el zapato, no habría diferencia entre él y yo. No se debe tratar a los demás con tanta crueldad y dureza. Se debe luchar contra los demás a través de la paz y el diálogo, a través de la educación. Y entonces pensé que mejor le diría lo importante que es la educación y que quiero esa educación para sus hijos; después le diría: Ahora, haz lo que quieras…”.

Lo anterior lo declaró en el programa de televisión de Jon Stewart hace un par de días, en la víspera del Nobel, pero también horas antes de recibir (ayer mismo) el Premio Sárajov a la Libertad de Conciencia otorgado por el Parlamento Europeo. Su mérito, por si se tienen dudas, se subraya por su lucha en favor de la educación de los niños del mundo, no sólo los de su región.

Hoy Malala tiene 16 años, vive en Inglaterra en donde regresó a la escuela tras varios meses de recuperación, después del ataque sufrido el 9 de octubre de 2012. Tiene plena conciencia de lo que ocurre en su país, desde los 11 años escribía un blog a escondidas y con un seudómino, donde narraba las atrocidades que cometían los islamistas talibanes.

Malala es una inspiración para el mundo, porque a pesar de seguir recibiendo amenazas de grupos talibanes, donde le advierten que buscan acabar con su vida, ella sigue yendo a la escuela, porque no considera arma más importante para un niño que la educación: “Si gano el Nobel de la Paz será una gran oportunidad para mí, si no lo gano no importa porque mi meta no es ganar el Premio Nobel de la Paz, mi objetivo es la paz y la educación para todos los niños…”.

Mientras escribo estas líneas, evidentemente desconozco el fallo del comité del Nobel para el premio de La Paz. Lo gane o no, lo cierto es que Malala Yousafzai es una figura importante, importantísima de lo que va del siglo XXI. El reconocimiento y el corazón del mundo ya lo tiene. Y el agradeciemiento de todas las niñas de Paquistán y de las mujeres de todo el Planeta Tierra.

 

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