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Motivos para ignorar a Romero Deschamps

Superiberia

 

Tendría que haber escrito sobre la fortuna de Romero Deschamps, la enésima explosión de una pipa de Pemex o los gestos infantiles de Jesús Zambrano y Madero para continuar apoyando el pacto político, mientras le dicen a Peña Nieto, “no te preocupes Enrique”. Pero la semana arrancó demasiado lenta y gris como para desanimar al lector y al que escribe sobando una vez más estas infamias. En lugar de hacerlo, quisiera comentar tres momentos que por una razón me hicieron sentir que la semana podía terminar mejor. Si no el país, al menos mi estado de ánimo. Las comparto. Este martes, Rosa Montero se preguntaba en su columna de El País, “¿qué es mi verdad?”. La respuesta me dejó pensando durante horas y compensó en parte la sensación de que los muertos por la explosión en Xalostoc eran la cuota periódica que debíamos pagar por la corrupción. Rosa Montero dice: “Es verdadera mi edad, la ya larga memoria de lo ganado y lo perdido, los errores cometidos, la ilusión quizá pueril de poder enmendarlos, de ser capaz de reinventarse una y otra vez. Son verdaderos los amigos con los que he crecido, hermanos de trayecto. Y el orgullo y la gratitud de saber que hay personas que me quieren y a las que quiero. Es maravillosamente cierto que algo he aprendido, aunque sea poco; que ya no aspiro a la grandeza; que mi ambición es el aquí y el ahora, la serenidad, la pequeña vida vivida con los otros. Todo esto, tan sencillo, es bastante difícil de lograr. Es verdad que el mayor placer es la belleza, un paisaje hermoso, una música, un libro; pero también, y sobre todo, es bella cierta gente, tipos que conoces, historias que te cuentan. Es verdadero mi convencimiento de ser una más entre muchos; de pertenecer a esta modesta cosa que es lo humano; y es cierto, en fin, que soy capaz de escribir esta ñoñería sin avergonzarme (o sólo un poco) mientras miro llover en Buenos Aires y disfruto de la alegría de estar viva”. 

Volví a recordar el texto de Rosa unas horas más tarde mientras leía un libro autobiográfico de Richard Ford, Flores en las grietas. “Trato de escribir sobre la especie humana no para hacerme querer, sino para dignificarla gracias a la insistencia en su humanidad y su complejidad”. 

En palabras de Montero, “pertenecer a esta modesta cosa que es lo humano” y disfrutar la “alegría de estar viva”. Lo mismo dice Ford a su manera: dignificar a la especie humana insistiendo en su humanidad. Comprenderán que con estas citas en mente no haya querido arruinar mi día invocando a Romero Deschamps. Preferí buscar en mi librero algo similar que había visto en un texto de Natalie Goldberg unos días antes (El gozo de escribir). El escritor vive dos veces, dice ella. “Lleva su propia vida cotidiana y en ella corre como todo el mundo yendo a comprar, atravesando la calle, vistiéndose por la mañana para ir a trabajar… pero al mismo ha entrenado otra parte de sí mismo. La que vuelve a vivir todo esto por segunda vez. La que se sienta y vuelve a recorrer mentalmente todo lo que ha sucedido”. 

Y allá donde los demás corren por las calles al caer un temporal del que quieren ponerse a salvo, el escritor observa los charcos, los ve llenarse, ve cómo las gotas de lluvia puntúan la superficie. Mariana Gallardo, columnista de Sin Embargo, se define como “editora de su vida”. Una buena manera de resumir lo que ha escrito Rosa Montero o afirma Goldberg: podemos observar cosas que antes creíamos feas y ver detalles irrepetibles, “la pintura que se despega en virutas, el gris de las sombras, así como son –simplemente por lo que son, ni bien, ni mal, sino parte de la vida que nos rodea– y amemos esta vida, porque es la nuestra, y por el momento no tenemos nada mejor”. Terminé el texto, salí a caminar al parque y me di cuenta de que desconocía la mayor parte de los nombres de los árboles que todos los días veo y disfruto. Puedo recitar el apellido de los miembros del gabinete de Peña Nieto, pero desconozco el nombre de las cosas vivas que me rodean. Pero apenas es martes, pensé. Así que decidí desaprender un poco de política y sus infortunios, y comenzar a observar los codos de las personas, la manera en que se llenan los charcos y el lugar en el que la gente carga sus celulares (la mano). 

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