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Morir en Falfurrias

Superiberia

 

La carretera federal estadunidense 281 corre, por casi mil kilómetros, desde Brownsville, en la frontera con México, hasta los límites de Texas con Oklahoma.

En los últimos dos años, dicha vía se ha convertido en el equivalente de lo que fue hace poco el desierto de Arizona para los migrantes indocumentados: una ruta extremadamente peligrosa para llegar, desde la frontera, hasta los principales centros de población de Estados Unidos.

Como ya se lo he contado aquí, la ruta de Texas se ha convertido en la más importante para los migrantes en los últimos dos años.

De acuerdo con datos de la Patrulla Fronteriza, el número de detenciones en el sector migratorio del Valle del Río Grande (con cabecera en McAllen) pasó de 59 mil en el año fiscal 2011 a 154 mil en 2013.

Mientras tanto, las aprehensiones en los otros ocho sectores migratorios de la frontera sur de Estados Unidos —incluyendo los dos de Arizona, con cabeceras en Tucson y Yuma— se mantuvieron estables o descendieron.

Aparejado con el brinco de la cifras en el Valle de Río Grande ha ocurrido un incremento en el número de cadáveres —literalmente “restos humanos”— recuperados por la Patrulla Fronteriza en esa zona.

El epicentro de la muerte de migrantes, atribuidas generalmente a los efectos de las temperaturas extremosas que caracterizan a esa región de Texas, es el condado de Brooks, un territorio agreste de dos mil 500 kilómetros cuadrados, escasamente poblado y carente de cuerpos de agua.

La temperatura máxima promedio en los meses de julio y agosto rebasa los 35 grados centígrados, aunque un día de 1998 llegó a 46 grados.

En diciembre y enero, la temperatura mínima promedio es de apenas unos siete grados, aunque el año pasado bajó hasta cero.

Brooks es también el número 16 en pobreza entre los más de tres mil condados que hay en el país.

Su cabecera es la ciudad de Falfurrias, ubicada a 120 kilómetros al norte de la frontera. Es el primer poblado de importancia por el que pasan los migrantes después de haberse internado en territorio estadunidense por la ruta del Valle.

A 13 millas (21 kilómetros) al sur de Falfurrias, sobre la carretera 281, hay un puesto de control de la Patrulla Fronteriza. La costumbre de los traficantes de personas es salirse de la carretera antes de llegar a ese lugar y bajar a sus pasajeros para que saquen la vuelta, a pie, a dicho puesto.

Lo que se les dice a los migrantes es que el mismo vehículo u otro los recogerá más adelante sobre la carretera. Generalmente se les asegura que la caminata será de unos 45 minutos, pero ha habido casos en que los migrantes han caminado tres días hasta reencontrarse con sus polleros.  

En 2012, junto con el aumento en el número de migrantes que optaban por esa ruta, comenzó a subir la cifra de personas que perecían en esa zona, cuyo terreno arenoso no permite caminar a gran velocidad. Ese año, la Patrulla Fronteriza y la oficina del Sheriff de Brooks recuperaron los “restos humanos” de 129 migrantes.

De acuerdo con una costumbre que se estableció hace varios años, el Sheriff entregaba los cadáveres a una funeraria local, que por 450 dólares, a cargo del erario, disponía de los restos. Decenas de cuerpos fueron sepultados en un cementerio hechizo llamado Sacred Heart (Sagrado Corazón).

Cuando el gasto comenzó a hacer mella en las modestas finanzas de Falfurrias, la fosa común comenzó a llamar la atención. Especialistas en antropología forense de la Universidad de Baylor —con sede en Waco— fueron convocados para tratar de establecer la identidad de las personas fallecidas.

En 2013, se exhumaron 113 cuerpos y hasta finales de junio de este año se habían recuperado otros 52. Muchos de ellos habían sido enterrados sin mayor reparo en su dignidad, pues en una misma tumba había partes que correspondían a distintos cuerpos, o cadáveres sepultados en bolsas de basura.

Gracias al trabajo de los antropólogos forenses, algunos de los restos han podido ser identificados y repatriados, incluso a lugares tan lejanos como Perú.

Y, desde hace algún tiempo, los cuerpos encontrados en el desierto son enviados a Laredo para que se les practique la autopsia.

Sin embargo, a pesar del escandaloso hallazgo en el cementerio del Sagrado Corazón, los migrantes siguen muriendo por deshidratación o hipotermia en esos caminos del sur de Texas.

En los últimos meses, la llegada masiva de niños migrantes ha acaparado titulares informativos, dejando a un lado el suplicio de los migrantes, que muchas veces son abandonados por los traficantes, con la sola indicación de que sigan el curso de un ducto de gas que está siendo tendido en el oeste del condado.

El año pasado, 87 migrantes fallecieron en la zona, incluyendo un menor salvadoreño. Al momento de escribir estas líneas, iban 45 muertos de enero a la fecha. La última persona en morir fue “una mujer originaria de la Ciudad de México”, de acuerdo con información de las autoridades locales.

Si no han muerto más es, sobre todo, gracias a los rancheros que se han organizado para colocar recipientes con agua en los caminos y brechas usados por los indocumentados. Porque el aumento en el número de agentes de la Patrulla Fronteriza y la convocatoria para desplegar a la Guardia Nacional son cosas que sirven para hacer política y casi nada más.

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