in

Michoacán y sus migrantes

Superiberia

 

Michoacán ha sido tema obligado de análisis y discusión en las últimas semanas. No es para menos. El bello estado enfrenta hoy una terrible y angustiante situación de violencia, ilegalidad, dislocación de sus instituciones, de su vida social que, por momentos, parece acercarlo a la definición de un estado con gobernabilidad fallida.

No es fácil entender por qué la irrupción, en apariencia sorpresiva, de grupos comunitarios, el porqué las lujosas casas y ranchos de los líderes de las organizaciones delincuenciales, el porqué la impotencia de las autoridades estatales responsables de la seguridad y aplicación de la ley, y, como símbolo de todo ello, por qué la necesidad de recurrir a las fuerzas navales para retomar el estratégico puerto de  Lázaro Cárdenas, dominado por la delincuencia organizada.

No hay respuesta fácil ni es motivo de esta columna. Basta apuntar que, como en el resto del país, la acumulación histórica de rezagos no atendidos en la aplicación de la ley, en el combate a la corrupción, en la ausencia de un desarrollo económico sostenido y, en el caso michoacano, sus características propias —el aislamiento de algunas regiones, como Tierra Caliente, y el sentido de feudo de sus organizaciones delictivas, impregnadas de un extraño misticismo reivindicador—, anunciaban hace años el presente complejo entramado que tomará tiempo y constancia  resolver.

Pero hay otro aspecto que se suma al enmarañado escenario michoacano: la emigración hacia Estados Unidos.

Algunas cifras bastan para medir su importancia: hoy radican en Estados Unidos entre 2.5 y tres millones de michoacanos, de un total cinco millones, es decir, 40% de su población; las remesas anuales enviadas por los migrantes promedian dos mil 400 millones de dólares, que representan 17% del PIB estatal, por mucho, el estado que más depende de ese ingreso. De sus 113 municipios, sólo ocho no califican como de “alta intensidad migratoria”, según el PNUD. 

En Estados Unidos, los michoacanos se han organizado de manera notable. Han formado amplias y sólidas redes comunitarias que orientan y protegen a los recién llegados, promueven la cultura mexicana, el deporte, la educación y salud, cabildean con las autoridades locales, estatales y federales para defender sus derechos y ganar espacios  políticos. Al mismo tiempo, mantienen relación con sus parientes en México, maximizan el uso de las remesas y, por supuesto, asesoran cómo “cruzar” y llegar con trabajo seguro.

Es decir, Michoacán ha sido por décadas un estado expulsor de su capital humano. Nada nuevo podrá decirse, dado que es una realidad en otras entidades el país, pero como en aquellas con equivalente intensidad y permanencia en la salida de sus paisanos, la emigración michoacana ha construido, de manera silenciosa y paulatina, una cultura propia que se expresa en costumbres y práctica sociales, algunas positivas y otras no tanto, por ejemplo: la existencia de  pueblos vacíos de hombres; los rompimientos de familias; la dependencia de las remesas que, si bien mitigan la pobreza, generan dependencias que inhiben la búsqueda de alternativas; la reinserción, en ocasiones traumática, de los que son deportados después de vivir largos periodos en Estados Unidos.

En 2012, de los 345 mil mexicanos expulsados de Estados Unidos, 10% fueron michoacanos. Hay que imaginar su retorno a Tierra Caliente o a Apatzingán, lugares que dejaron con la esperanza de encontrar una mejor opción para sus vidas y la de sus familias.

Enfrentan ahora un escenario en el cual no sólo tienen que encontrar la manera de reintegrarse a un siempre restringido mercado laboral, los niños y jóvenes a sus escuelas, los adultos a reinventar su participación en la vida social y política de sus pueblos y ciudades, sino que ahora son objeto de atención de los grupos delictivos, quienes los ven como potenciales reclutas o víctimas.

En el último número de la revista The Economist, cita a un recién deportado, ahora guardia comunitario en Nueva Italia, montado en una camioneta con un arma de alto poder: “Del otro lado sólo podría ver esto en el cine, ahora lo vivo”.

CANAL OFICIAL

Ebrias riñen afuera de bar

Michoacán, ¿Titanic de EPN?