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México, un país improductivo

Superiberia

 

Cuando Enrique Peña Nieto llegó al poder, se presentó un muy acertado diagnóstico sobre México, poniendo el dedo en que los problemas del país se deben a la baja productividad nacional.

La afirmación es totalmente cierta, pero aunque las reformas estructurales van enfocadas a aumentar la productividad, no se ha adoptado ésta como la meta principal de este gobierno ni se han realizado otras acciones indispensables si se quiere hacer de México un país más productivo y por lo mismo más próspero.

El más completo estudio sobre la productividad en México lo ha hecho el Centro de Investigación para el Desarrollo A.C, CIDAC, un think tank que preside Luis Rubio y dirige Verónica Baz.

El estudio de CIDAC es devastador: en 20 años, la productividad de Corea del Sur creció 82.8%; la de Irlanda, 64.2; la de México, 2.1 por ciento.

Esto significa, por ejemplo, que se necesitan cinco mexicanos para producir lo de un irlandés.

La productividad determina qué tan efectivamente son utilizados para la producción cada uno de los recursos, trabajo y capital, y en ello tiene que ver, desde la capacitación y educación, la tecnología, la capacidad de ajustar los factores cuando hay crisis, hasta el nivel de las tasas de interés o el clima de inseguridad del país.

Por ejemplo, la Reforma Energética deberá impactar favorablemente a la productividad del país desde el momento en que las empresas dejan de depender de un monopolio estatal ineficiente o desde el momento en que los costos de la energía eléctrica entren a una curva de racionalidad y competitividad internacional.

Desde luego, el principal obstáculo a la productividad es el gobierno mismo: su tramitología ahoga a las empresas, hace perder tiempo, consume innecesariamente recursos de tiempo y dinero; el tener un sistema educativo fracasado que no prepara bien a la mano de obra provoca que las empresas se conviertan en los principales capacitadores del país y que el trabajador que llega a una compañía necesite ser entrenado porque en la escuela aprendió cosas que no necesita o no le sirven en la vida real.

Desde luego, también actúa en contra de la competitividad un mercado laboral rígido que hace muy costosos los ajustes de mano de obra cuando hay crisis y que, por lo mismo, la legislación respectiva prefiera el empleo a la productividad, cuando debiera ser al revés.

Hace 20 años, países como Corea del Sur, Irlanda y la misma España eran naciones más atrasadas que México. Hoy nos han rebasado en todos los indicadores, y aunque el desarrollo se debe a muchos factores, el indicador más claro de por qué México se ha quedado atrás lo vemos en los crecimientos de la productividad de esos países, mientras que en México ese factor se ha quedado estancado.

Este gobierno, como todos los anteriores, se niega a adoptar una agenda en favor de la productividad en la cual se hagan diagnósticos detallados, sector por sector,  región por región, estado por estado; tampoco se ha hecho nada para identificar las áreas y los sectores en los que México tiene más oportunidad de aumentar la productividad y menos aún existe una disposición del gobierno por convertirse en un factor de productividad.

El bajo crecimiento de la economía se explica al fin y al cabo por la imposibilidad mexicana de ser productivos; de hacer más con menos, de usar con mayor eficacia el capital y la mano de obra.

Y aunque hay quienes digan que impulsar la productividad es una forma más de explotar a los trabajadores, lo cierto es que el hecho de que el ingreso real en México no aumente se debe a que somos altamente improductivos. Baste un dato más: un mexicano produce en promedio 344 mil 916 pesos al año; un trabajador en Irlanda produce 1.7 millones de pesos al año.

 

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