A los mexicanos nos fascina la farsa, a tal grado, que toda nuestra vida se ha convertido en una Gran Farsa, representada a lo largo y ancho de la Nación, en eso que yo he llamado “El Gran Teatro de México”.
Seguramente a usted no le gustará el título de farsante para todo mexicano, sin embargo, de manera consciente o inconsciente, todos los mexicanos somos parte de esta gran farsa, y quizá tengamos que reconocer en esa cara que vemos en el espejo a un pequeño o a un gran farsante.
Al mundo le decimos que vivimos en una democracia, cuando nuestro sistema político es una farsa democrática. Los gobernantes afirman que gobiernan en función de los intereses del pueblo, y el pueblo cree esa farsa. Los policías afirman que están para servir y proteger a los ciudadanos, lo cual sucede en muy escasas ocasiones. La Secretaría de Hacienda afirma que el alza de impuestos ayudará al crecimiento de México, cuando los últimos análisis han demostrado que se reducirá en un 1% el Producto Interno Bruto por efecto del alza de impuestos.
El secretario de Sagarpa del estado afirma en su comparecencia ante los diputados locales, que Veracruz es un gran productor agropecuario y que los apoyos llegan al campo, cuando en realidad el estado tiene vocación agropecuaria y produce a pesar de la incompentencia e ineficiencia del propio secretario estatal.
Donde quiera que usted voltee hay simulación y farsa. Afirmamos que en México no hay discriminación cuando sucede exactamente lo contrario. Tenemos más de cien millones de habitantes, y no podemos ni en deportes, contra un país con una décima parte de nuestra población y sin embargo, celebramos la farsa de ir con nuestra selección a un mundial, en el que como siempre, nuestra meta es llegar a cinco partidos. Vamos de relleno y celebramos y festejamos como nos corresponde a nuestro rol en esta farsa de país. La ética y los valores forman parte del vocabulario de “las buenas conciencias”, esas mismas buenas conciencias que ocupan su poder económico para pagar poco a sus empleados, para abusar de sus clientes, para chantajear, para obtener ventajas injustas. Sabemos que el gasto público es desviado EN TODOS LADOS, y seguimos la farsa de aplaudir la terminación de una obra, o el informe falso del presidente municipal, diputado, senador, gobernador o Presidente de la República. Somos parte de la farsa, ya sea como protagonistas, como extras o como espectadores. La farsa está en nuestras vidas de manera permanente, a tal grado que hemos perdido la capacidad de percibirla.
Los maestros se dedican a todo menos a enseñar, y por ello cada año los jóvenes mexicanos son más ignorantes y salen peor en las pruebas comparativas a nivel internacional, y todavía hay personas que apoyan su movimiento anti reforma educativa. Mientras por otra parte, el gobierno de algunos estados le paga a los maestros a pesar de que no cumplan con su función o sucede algo ridículo, en este gran teatro, como lo sucedido en Oaxaca, donde los maestros que no trabajan, toman las instalaciones del sindicato que SI está dando clases, y el gobierno estatal respalda sus actos de violencia.
En la Ciudad de México y en muchas ciudades vemos o sabemos de secuestros frente a policías y fuerzas del orden, o lo que es peor, delitos cometidos por los propios policías, sin que nadie proteste, y si protestan, nadie les hace caso.
Tenemos elecciones para elegir a los representantes del pueblo cuando sabemos que los diputados locales y federales y los senadores, están cooptados por sus propios partidos políticos y por los arreglos económicos que tengan sus líderes de bancada con gobernadores y presidencia de la república. Y aún así, seguimos participando en “la fiesta de la democracia” que son las elecciones, aunque la mayoría de los funcionarios electos no nos sirven para nada.
Tratamos de educar a nuestros hijos, y tiramos basura en la calle, obstaculizamos la libertad de tránsito de los demás, afirmamos respetar las leyes y sin embargo, todo es una farsa. En la vida real, ni respetamos las leyes, ni cumplimos nada cabalmente, al grado que incluso en la propia religión ni los líderes religiosos ni los fieles cumplen las reglas que ellos mismos afirman provienen de la divinidad.
En todos los aspectos de la vida cotidiana en nuestro país vemos farsas y farsantes, y allí siempre estamos, ya sea de actores o de espectadores. Por eso, México no tiene remedio, no va a cambiar, no va a mejorar, por una simple y sencilla razón: porque lo habitamos nosotros, porque lo habitamos mexicanos.
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