AGENCIA
Tamaulipas.- La noche del 22 de agosto de 2010, un grupo de entre 75 y 77 migrantes centro y sudamericanos, que se dirigían a Estados Unidos en busca de un futuro mejor, fue interceptado por un comando armado en Tamaulipas.
Los hombres, quienes se identificaron como miembros de Los Zetas, ofrecieron a los migrantes unirse a sus filas en la lucha contra el Cártel del Golfo. Ante la negativa de estos, lo que siguió fue una ejecución masiva que dejó 72 cuerpos esparcidos en una bodega abandonada en San Fernando.
El año 2010 fue uno de los más violentos en la historia reciente de México. La ruptura entre Los Zetas y el Cártel del Golfo desató una guerra brutal por el control territorial en Tamaulipas y otras regiones del país. La Masacre de San Fernando se convirtió en un símbolo de esta ola de violencia, exponiendo una aterradora realidad: el secuestro y asesinato de migrantes como método de reclutamiento forzado por parte del narcotráfico.
Entre los pocos sobrevivientes de esta atrocidad se encuentra Freddy Lala, un joven ecuatoriano que soñaba con llegar a Estados Unidos. Tras ser interceptados por Los Zetas, fueron llevados a una bodega en el ejido El Huizachal. Freddy recuerda los momentos de horror cuando, tras rechazar la oferta de trabajar para el cártel, solo se escucharon súplicas y disparos.
Fingiendo estar muerto después de recibir un disparo en el cuello, logró escapar y, herido, caminó varios kilómetros hasta encontrar ayuda. Su testimonio fue crucial para que las autoridades descubrieran la escena del crimen dos días después, el 24 de agosto de 2010.
La masacre de San Fernando no fue un hecho aislado. En los meses siguientes, se descubrieron decenas de fosas clandestinas en la región. En una de las operaciones más grandes de la historia reciente de México, en abril de 2011, se encontraron 48 fosas con los restos de 196 personas, en su mayoría migrantes. Estos hallazgos conmocionaron a México y al mundo, poniendo a Tamaulipas bajo los reflectores internacionales.
Catorce años después de la masacre, la Fiscalía General de la República (FGR) ha sentenciado a 11 exintegrantes de Los Zetas a 50 años de prisión cada uno por su participación en los hechos. Estas sentencias son un recordatorio del horror vivido por los migrantes y sus familias, así como del largo camino que aún queda por recorrer para lograr justicia plena.
Sin embargo, las cicatrices de San Fernando permanecen abiertas. La violencia contra los migrantes continúa en diferentes partes de México, y la lucha contra los cárteles de la droga está lejos de concluir. Las historias de Freddy Lala y otros sobrevivientes nos recuerdan que detrás de cada cifra hay vidas humanas truncadas por la violencia y la impunidad.
La Masacre de San Fernando ha dejado una marca imborrable en la historia contemporánea de México. Este brutal asesinato masivo no solo mostró el nivel de deshumanización al que había llegado el crimen organizado, sino que también subrayó la vulnerabilidad de los migrantes que cruzan por territorio mexicano en busca de un futuro mejor.
Hoy, mientras el país sigue lidiando con los efectos de la violencia del narcotráfico, la memoria de los 72 migrantes asesinados y de aquellos cuyas vidas fueron interrumpidas por el crimen organizado sigue viva. Este episodio nos recuerda la urgencia de encontrar soluciones que pongan fin a la impunidad y que protejan a quienes, movidos por la esperanza, atraviesan el país en busca de una vida más digna.